La Última Sombra

16. Nuevos Horizontes

 

—Dhal —la palabra le sonó lejana, fantasmal, sin vida. Apretó un poco los parpados, giró a un lado, acomodó la cabeza en su almohada, jugueteo con su lengua unos segundos e intento volver a dormir—. Deja de saltar que lo vas a despertar.

Debido a que la segunda frase fue un poco más nítida, sus ojos azules se abrieron de pronto, frunció el ceño, tardó algunos segundos en enfocar un librero hasta el fondo, confundido, giró en el lecho y quedo mirando el techo durante breves segundos mientras recordaba todo lo que había vivido. Al tiempo que iba recordando las cosas, sus ojos se fueron abriendo un poco más, hasta que quedaron con la forma de dos platos.

Aspiró un poco de aire, movió la cabeza hacia un lado, miró el reloj que estaba encima de la mesita de noche el cual marcaba las diez con quince minutos, aquello sí que le tomó por sorpresa, se preguntó cuánto tiempo había dormido, buscando una respuesta, apartó las mantas, se sentó en la orilla de la cama, estiró los brazos buscando reanimar sus tensos músculos.

Se vio obligado a hacer un enorme esfuerzo para ponerse en pie, cuando las plantas de sus pies tocaron en frío de la madera, bajo la mirada de prisa, no recordaba haberse quitados los zapatos, otro misterio que tendría que resolver.

—¡Dhal! —el gritó le hizo dar un respingo y le obligo a concentrarse en el primero de los misterios, aquel que lo había levantado del lecho, giró sobre sus pasos y caminó hasta la cima de la escalera.

Bajo cada peldaño con sumo cuidado, los ojos aun le picaban y sentía que sus piernas realmente no querían moverse, por lo que se vio obligado a hacerlo de aquella manera. Entre más peldaños bajaba, le era más sencillo escuchar esos pequeños quejidos de alguien que hubiera saltado muy alto y después se viera en la obligación de caer sobre una plataforma solidad, un quejido que se escapaba sin que uno lo deseara.

No tuvo que bajar toda la escalera para darse cuenta de donde provenían los quejidos, un misterio menos por resolver.

Sus ojos quedaron fijos en la sala, tardo algunos segundos en identificarla ya que al principio solo era un pequeño borrón dorado, no fue hasta que cayó en uno de los sofás y se vio obligada a inclinar sus piernecitas para saltar al próximo que Kaebu la identifico como la hija de Layla, Dhalya.

—¿Entonces ya has tomado la decisión? —aquella pregunta hizo que perdiera todo el interés en la pequeña y giró el rostro hacia su lado derecho, al fondo, sentadas a la mesa se encontraban Raelys y Layla. Kaebu frunció el ceño, por más que intento recordarlo, le fue imposible recordar que decisión era tan importante.

—¿Quién ya ha tomado una decisión? —preguntó al tiempo que bajaba los dos últimos escalones, Layla pareció estar sorprendida, ya que terminó dando un pequeño salto en su silla y llevándose una mano al pecho, al verlo al final de la escalera, su rostro de sorpresa se transformó de pronto en uno de temor.

—Oh, mierda, ¿Te hemos despertado? —interrogó al tiempo que se ponía en pie, Kaebu negó con un movimiento de cabeza, giró el rostro, la pequeña Dhalya había dejado de saltar y ahora le estaba mirando fijamente.

—Creo que no nos han presentado debidamente —agregó con una sonrisa intentando ser amable. El rostro de la pequeña pronto se tornó de un rojo claro, bajo del sofá con un ágil movimiento, cruzo la habitación con gran rapidez y se fue a ocultar tras las piernas de su madre, Layla formó una maternal sonrisa.

—Lo lamento, es un poco tímida con la gente que no conoce —se apresuró a explicar Layla, Kaebu noto como dos manchas rojas aparecían en sus mejillas, era la primera vez que la veía avergonzarse por algo, sonrió, era extraño verlo en una persona como Layla, aunque eso solo le confirmaba una cosa, debajo de toda aquella rudeza, aguardaba una dulce madre.

—No te preocupes —Kaebu le quito importancia con un ademan de la mano, avanzo un paso hacia delante y noto como Dhalya se aferraba con más fuerza a su madre, por lo cual decidió detenerse, levanto ambas manos para demostrarle que no le iba a hacer ningún daño.

Aquello pareció surtir efecto, ya que la pequeña libero un poco el agarre a su madre, además que mostró un poco más su rostro, dejándole a Kaebu apreciarla en todo su esplendor.

Kaebu calculo que debería tener unos once años. Su cabeza era un tanto redonda, su cabello era como el oro derretido en hermosa forma de risos que le llegaban hasta los delgados hombros. Sus ojos eran grandes, redondos y de un color azul claro, su nariz pequeña y un tanto ancha, sus labios eran delgados. Lucía un vestido de una sola pieza de color blanco con estampados de flores de diferentes colores.




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