La Última Sombra

28. La Oscuridad del Humano

 

Un quejido escapo desde lo profundo de su ser. Abrió lentamente los ojos, al principio todo fue absolutamente borroso, solo observo una mancha rubia y oscura, se movió un poco consiguiendo sentarse, al tiempo que su mirada se volvía más nítida.

Giró el rostro hacía un lado observando edificios abandonados, otros tantos caídos, miró hacía el frente y entonces comprendió que era aquella mancha amarilla, se trataba de la cabellera de una persona que estaban sentando al frente suyo.

Su ceño se le frunció de manera automática, un dolor se le encendió en la nuca, intentó levantar la mano para masajear la zona, cuando lo hizo su otra mano también se levantó, bajo la mirada dándose cuenta que tenía ambas manos aprisionadas con un mecanismo de metal, le picaba allí donde el metal tocaba su piel y le dolía cuando intentaba mover sus manos.

Alzó la mirada, observó el lugar que lo rodeaba, comprendió que estaba dentro de un auto, en el asiento de copiloto iba aquella mujer de cabello rubio, a su lado estaba su padre quien le miraba atentamente.

—¿Estas bien? —preguntó preocupado, posiblemente ese era el sentimiento que trasmitía su rostro en aquel momento.

—Sí, estoy bien, ¿Dónde estamos? —interrogó usando la misma voz baja.

—Estamos en un auto, viajando a un lugar con nuestros nuevos amigos —explicó su padre, el tono sarcástico de sus palabras le basto una mirada cargada de odio por parte de Tuqq.

—Cuando comprendan todo, nos agradecerán lo que hemos hecho —aseguró la llamada Sophie.

—Por supuesto, golpear y dejar inconsciente a alguien y esposarlo por no hacer nada es un muy buen paso para comenzar una buena amistad, ¿Cierto? —ironizó Alex, ganándose una mirada de desaprobación de la rubia.

—Deberíamos dormirlos de nuevo —masculló Tuqq entre dientes.

—No —terció con determinación la rubia—. No somos animales Tuqq, ellos no han puesto ninguna resistencia, no tenemos motivos para volver a golpearlos.

—Oh vaya, me gustaría conocer porque me gane el primer golpe —ironizó Alex ganándose una nueva mirada desaprobatoria de la rubia—, ¿Qué? —Interrogó, le habían golpeado, le habían quitado todas sus cosas, estaba harto—, ¿Acaso esperas que te sonría porque me defiendes de tu amigo?, joder, entiendo que sean desconfiados, pero te aseguro que esposar y golpear a la gente, no los hace mejor que el resto.

—Solo hablas porque puedes, pero no entiendes ni la mitad de las cosas que están en juego —explotó la rubia, Alex sonrió y negó con un movimiento de cabeza, no iba a seguirle el juego a la llamada Sophie, intuyo que eso era lo que ella quería, tal vez buscando para ‹‹volver a dormirlos›› como decía Tuqq. Decidió recargarse y observar como la rubia se trataba su enojo al percatarse que Alex no le seguiría el juego. Se giró y encogió en su asiento, parecía una niña a la que hubieran regañado por estar peleando con su hermano.

Aquello pareció terminar la interacción entre sus captores, por lo cual Alex decidió guardar silencio. Giró el rostro observando a su padre, el cual sencillamente formó una media sonrisa y negó con un movimiento de la cabeza, Alex apretó los labios y giró la cabeza hacía la ventana, observando la desolación que iba apoderándose con mucha rapidez de aquella ciudad.

Alex jamás recordaría cuanto tiempo duro aquel viaje, posiblemente fueran horas o quizá minutos, volvió a la realidad cuando Tuqq les ordenó bajar del auto, su padre y él lo hicieron, no querían darles motivos para que volvieran a golpearlos.

—Caminen —ordenó dándole un empujón, eso no le agrado para nada, pero sabía que en ese momento no podía hacer nada por lo que se limitó a avanzar hacia delante.

Cruzaron dejando atrás a sus captores, el líder dio diferentes órdenes a sus hombres, al llegar a su lado, el hombre les indico con la mano que lo siguieran hacía el frente. Alex levanto lentamente el rostro, ciertamente quedo impresionado al verlo por unos segundos, aunque rápidamente oculto sus sentimientos, no debía mostrar sorpresa ante nadie, y menos si esos sujetos le habían esposado y golpeado.

Los edificios eran tan altos que aún se lograban apreciar con claridad por encima de aquellos muros de metal de tres metros de altura, su grosor no debería sobrepasar los sesenta centímetros.

El líder lanzó un grito, pasados algunos segundos uno de los muros se abrió permitiéndoles el paso. Su padre le dio un codazo en el costado atrayendo su atención, con los ojos le indico hacía un sitio, Alex clavo su atención en aquel lugar, donde se alcanzaba a observar varias letras en metal clavadas sobre un pasto crecido, allí se lograba leer: ‹‹Instituto de Tecnología Aquincum››.




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