La Última Sombra

31. Sangre de Inocentes

 

—¿Qué tal ha ido, Alexander? —la imagen comenzó a difuminarse y observó atentamente el sonriente rostro de Baruj. Lo recordaba absolutamente todo.

—Hijo de... —no le fue posible terminar la frase, sintió claramente como algo se abría paso en su costado. Siguiendo los ojillos de Baruj, bajo lentamente la mirada, frunció el ceño al observar una estaca fabricada totalmente de hielo y la cual le había atravesado de par en par.

—Le he hecho una visita a nuestro querido Dylan —dijo Baruj con una radiante sonrisa, con un simple movimiento extrajo el objeto de hielo que se derritió en su mano al mismo tiempo que su guante, dejando a la vista el comienzo de un tatuaje en forma de escamas. Su primer instinto fue llevarse una mano al costado intentando detener el sangrado—. Tú y tu maldito padre se robaron lo que era mío por derecho. Y cuando fui a buscarlo, tu maldita madre se interpuso en mi camino, no quería asesinarla Alex.

Avanzó hacia delante, poso la mano encima de la vasija, debió hacerle algo al líquido ya que comenzó a moverse y adentrarse en la mano de Baruj, fue ascendiendo por todo su brazo, figuras oscuras se formaron en su cuello que continuaron subiendo hasta su rostro, donde formaron extraña runas, aunque simulaban ser una corona.

Baruj hizo un rápido movimiento y le cogió del cuello sin problemas, sin ninguna dificultad lo levanto del suelo.

—Cuando la mierda comenzó, decidí venir aquí, forjarme una reputación, era el refugio, lo lógico sería venir aquí —apretó un poco más su agarre—. Pero jamás pensé la locura que se apoderaría de tu padre y no te traería aquí, lo sabía Alex, sabía que yo le estaba esperando aquí —aflojo un poco el agarre, una sonrisa afloro en su rostro—. Eso ya no importa, al final de todo, el destino, mi destino te trajo aquí.

Le agitó como si se tratara de un muñeco, lo movió hacía atrás y lo lanzó hacia delante, voló por encima de las escaleras, atravesó la estructura de cemento, hasta que consiguió llegar a aquella enorme oficina. Se fue a estrellar contra uno de los muebles y caer pesadamente contra el suelo.

—¿Ahora en que problema nos has metido? —escuchó que mascullaba GraanTaar.

—La herida —susurró con dificultad, se llevó la mano hacia el costado.

—Ya me estoy encargando de ella —sentenció GraanTaar. Era cierto, podía sentir claramente aquel abrasante calor abriéndose paso por su piel y como la iba cerrando—. Tardare un poco en hacerlo, por suerte no toco ningún órgano vital.

Mientras los segundos iban trascurriendo, el dolor fue menguando, lo que le hizo posible abrir los ojos lentamente. Lo que observó le dejo sin palabras. La enorme oficina estaba desapareciendo ante sus ojos, e iba siendo sustituida por un paisaje de azul claro con varias nubes, además de un suelo perlado de pasto verde, enormes árboles y en la lejanía se podía distinguir una colina.

Sintiéndose un poco mejor, aplicó fuerza en sus piernas y se puso en pie, sintió un pinchazo en la rodilla, lo que le hizo fruncir el ceño, metió dentro la mano y sacó un pequeño artefacto, no tardo en reconocerlo, sin más se lo llevó a la oreja y deseo a todos los dioses que funcionara en aquel lugar.

—¿Raelys? —susurró mientras el paisaje continuaba cambiando.

—Kaebu —respondió la pelirroja.

—Alexander.

—¿Qué? —una sonrisa afloro en su rostro al escuchar la confusión de la pelirroja.

—Mi verdadero nombre es Alexander —aclaró deprisa—. Pero ahora no es el momento para hablar sobre ello, respóndeme algo, ¿Alguna vez has hackeado el centro de mando de la Organización?

—No, por supuesto que no —sentenció ciertamente ofendida.

—Bien, ha llegado el momento de hacerlo —apretó los dientes al sentir el calor ir en aumento en su costado.

—¿Por qué? ¿Qué ha sucedido?

—Raelys —le interrumpió—. ¿Confías en mí?

—Sí, confió en ti —exclamó con determinación la pelirroja.

—Bien, ahora no tengo tiempo para explicarte, pero Baruj no es quien dice ser —aspiró una gran cantidad de aire—. Tenemos una larga historia, está intentando asesinarme, me ha introducido a una dimensión de bolsillo, si no salgo de aquí, tengo todas las de perder, por favor, sácame de aquí...

Le fue imposible terminar su frase, sintió claramente el puño estrellándose en su abdomen, fue con tal intensidad que terminó levantándose del suelo, salió volando por el aire y cayó aparatosamente contra el suelo, donde continuó rodando hasta que la inercia le detuvo.




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