Estaba decidida a irse, no se detuvo a observar las reparaciones que le habían hecho a la casa, sin percatarse de que se perdía entre los pasillos al no reconocer el viejo corredor, en verdad era grande aquel lugar. Sara parecía rendirse ante la fiebre que amenazaba con hacerla perder el sentido; se estaba quemando por dentro, pero aun así continuó caminando sola en la penumbra.
Descendió por unas escaleras que le parecieron familiares, posiblemente se encontraba cerca del ala oeste; bajó más buscando una salida trasera, divisó una luz que provenía de la puerta que daba frente al estrecho pasillo, si mal no recordaba, ésta conducía a la cava de vinos, le extrañaba que estuviera la luz del gas encendida, se encaminó con cautela, hacia la puerta, bajó por las escaleras y fue cuando lo vio.
Nunca esperó nada de la vida y eso también incluía no esperar que se enamoraría de nuevo, ella no podía olvidar aquel incidente del caballo y fue cuando Mark Windsor apareció en su vida.
El era uno de esos hombres que lo dicen todo con la mirada y Sara parecía perderse en el mar azul de aquellos ojos seductores. Meses antes del accidente de Alexander, Mark había pedido trabajo como capataz de los Winterhood y se había enamorado de Sara desde que la vio por primera vez, por desgracia, lo mismo le pasó también a Anabel con él.
Su hermana lo amaba, no podía quitarle esa ilusión a pesar de que solo bastaría una palabra suya para que Mark se tumbara a sus pies, pero ella no era así y se quitó del medio. Fue fácil para ellos casarse sin que Leopold estuviera para evitar que su hija contrajera nupcias con "El Capataz" para ese entonces ya había muerto, seguro que se revolcaba en su tumba.
— Por ti lo abandonaría todo... —Sara comenzó a recordar su última conversación, él la sujetaba con fuerza como si fuera la única cosa que evitaba que perdiera la razón.
— No puedo pedirte eso, Anabel está enamorada de ti, sus sentimientos son puros —intentó zafarse, pero él no se lo permitió.
— Es por eso que te amo, siempre piensas en los demás antes que en ti, ¿Qué sentimientos quieres más puros que los tuyos? Dame una oportunidad de demostrarte que los míos también lo son.
— Y ¿Anabel? —replicó ella nuevamente.
— Si, a ella también la amo, pero tú eres lo único que quiero —¡oh!, cuanto quería ella tomar sus palabras y abrigarlas en su regazo, porque así como él, ella sentía lo mismo, pero no podría ser.
— Eso no es posible y no pasará —tenía que ser fuerte por ella, sabía que se estaba clavando el cuchillo con sus propias manos.
— ¿Me dejarás ir?, ¿Tanto la quieres?, ¿Por encima de lo que sientes por mí? —necesitaba hacerla entender que estaba desesperado.
— ¡Es mi hermana!
— ¡Ella no es nada tuyo! —lo dijo y en seguida se arrepintió de haberlo sacado a relucir, fue suficiente para ella con ese comentario, Sara había dado por terminada la conversación.
Ahora estaba frente a ella en aquella fría bodega, sentado en un banquito de madera con una copa de vino en la mano, a sus 32 años de edad se veía más maduro y atractivo, pero lucía miserable comparado con el Mark que conocía.
— Sara, no sabía que habías llegado —se levantó y le ofreció asiento.
— ¿Por qué estás aquí? —le preguntó percatándose de su nivel de embriaguez, se había prometido ser sensata, se había prometido no dejar que su corazón se desbocara.
— Yo... Yo quería estar a solas.
— Oh, ya veo, lo siento, no quise importunarte... Sólo...me iré.
— ¡No!.. Espera no me dejes solo, por favor, después de haber estado solo por un rato no me he sentido mejor. El ser humano no se hizo para estar solo.
— Podemos hablar, si quieres —dijo tratando de ayudar, ella notó su obvia desesperación por la situación por la que estaba pasando su esposa, tal vez la amaba más de lo que él mismo podía imaginar, Sara tomó un banquillo y se sentó a su lado.
— Gracias, eres muy atenta, ¿Sabes?, Este es el único lugar de la casa en la que me siento a gusto, en cuanto a todo lo demás, me siento como un extraño. Realmente no me he habituado y ahora que Anabel esta en esa situación, no creo que me acostumbre jamás, nada será igual si ella no está aquí.
— Comprendo, ella es el sol de todos.
— He aprendido a quererla, más de lo que jamás imaginé, Sara, la amo demasiado y no quiero perderla...—estalló de pronto Mark con los ojos enardecidos por las lagrimas, ella lo abrazó de repente, enjugando las lagrimas de su rostro, dejando que se recargara en su hombro— Es inevitable que se te vayan de las manos la gente a la que aprecias, y vuelvas a estar solo. ¡Es injusto maldición!!
— Siempre habrá altas y bajas, hay que ser conformes con la vida —él se aferró más a Sara, ésta sintió que se le partía el corazón al verlo así, era muy triste por lo que estaba pasando.
Mark permaneció en su regazo por uno o dos minutos más, cuando levantó la cabeza y la miró fijamente a los ojos hizo que recordara aquello que sentía cada vez que la veía; instantáneamente su pasión por él regresó, más bien salió de donde la había escondido, esta vez no pudo combatir, no pudo ordenar a su cuerpo que no sintiera la energía que brotaba de él y hacía que se le erizara la piel cuando estaba a su lado.
— Esa es una solución probable prescindir de la vida. —dijo— no puede controlarte si no estás a su merced. —eso la alarmó desde lo más profundo, ¿Cómo podía una persona que jura amarte, matarte con sus palabras sobre acabar con su vida?
Fue instantáneo se levanto deprisa ignorando un ligero mareo que esto le produjo y su mano cayó golpeándolo en la cara.
— ¿Cómo puedes? —gritó desesperadamente con lágrimas en los ojos— ¿Cómo dices esas cosas? No te atrevas nunca, me oyes, ¡Nunca!
— Entonces, sí te importo ¿Verdad? —parecía no estar al tanto de lo que acababa de ocurrir, para él lo único que importaba era que ella lo quería, había esperado tanto por una señal de su amor— Sálvame Sara, te lo pido —suplicó su corazón—. Lo supe desde la primera vez que te vi, que eras esa persona por la que estaba esperando ¿Qué es aquello tan malo que te hice por lo cual me castigas?