La última sospecha

VIII

— Sara, Sara, Sara, mí dulce y delicada Sara —como un depredador entrenado había sentido el ritmo cambiante de su cuerpo, la había descubierto en el acto, él sabía que ella sabía, la garganta se le cerró haciéndola tragar en seco —te ha costado mucho descubrirlo.

Sara se soltó de él rápidamente como pudo y empezó a subir de nuevo por las escaleras sin perderlo de vista, lo miraba como si nunca lo hubiese visto antes y así era, el hombre que tenía enfrente no era aquel del que se había enamorado, cualquier indicio sobre aquello hubiese resultado infructífero y completamente incompatible con su crueldad, la expresión de su rostro había cambiado mostrándole a su verdadero yo.

— ¿Tú eres el que ha estado haciendo todo esto?

— En realidad no todo, Miranda, con los vestidos de Anabel, te hacía creer que ella quería tu cabeza para alejarte de mí —le explicó calmadamente.

— Realmente creí en ti —mordió sus labios llena de pesar, hasta que los hizo sangrar, tratando de borrar sus besos malditos— Y yo que pensaba que Richard estaba detrás de todo esto.

— Claro,... eso era lo que quería que creyeras.

— Me manipulaste, para que yo creyera que había sido él —ella retrocedió más.

— Cariño te amo, pero en vista de tu negativa, ahora que lo sabes, no sé si podré confiar en ti.

— ¡Ah!— un chillido de horror se escapó de su garganta al tiempo que volaba sobre los escalones y cerraba la puerta tras de sí con fuerza.

— Estabas dándome algún alucinógeno en la medicina que me traía Richard ¿Verdad? —le dijo tras la puerta tratando de ganar tiempo para encontrar una manera de salir de allí.

— ¡Oh!, veo que lo descubriste, era un plan tan simple que nadie se daría cuenta o sospecharía de mí hasta que ya fuera demasiado tarde, ahora ¡ABRE LA MALDITA PUERTA, SARA!!!!

— Tú la mataste a ella con algún veneno.

— Ja ja ja —rió — "oropimente amarillo", el oro de los alquimistas, pequeñas dosis en los medicamentos suelen ser muy efectivas, lo mejor es que si surgía algún imprevisto, todo apuntaría a Richard.

— Entonces ¿Tú y tú hermana?

— ¿Miranda?, esta pobre desgraciada no era nada mío, era solo una cortesana, que aceptó ayudarme a acabar con los miembros restantes de esta familia. El día del funeral de Anabel, cuando se apareció, pensé que todos mis planes se iban al caño, pero me dio una idea, no podía arriesgarme a que descifraras las últimas palabras de mi querida esposa —Sara creyó que no podría escuchar más de aquel monólogo de villano.

— ¡Ya basta!

— No te pongas así, mi plan era volverte loca con su ayuda, así nadie te creería; no me importaba que tan poco cuerda estuvieras, siempre y cuando estuvieras conmigo, no quería matarte eso fue solo el producto de los celos de Miranda, por eso le pedí que se fuera, se le pasó la mano cuando intentó ahorcarte, pero debido a los acontecimientos...

— Pero, ¿Por qué?... —desesperada seguía buscando una manera de escapar, mientras lo hacía hablar— ¿Qué te hicieron los Winterhood a ti?

— ¿Qué me hicieron?, ¿QUE ME HICIERON? —se escuchó frenético, su paciencia, si es que había tenido alguna, se había agotado, comenzó a golpear la vieja puerta podrida que parecía derrumbarse en cada embestida; Sara intentaba hacerle contra fuerza empujando, pero no fue suficiente y terminó por ceder, se abrió lanzándola al extremo del estrecho cuarto, ahora solo podía esperar lo peor.

— Ellos son los culpables de todas mis desgracias ¿Sabes? mi madre era una pobre humilde mujer de pueblo y mi padre un hombre desgraciado que se aprovechó de ella y luego la dejó en el peor momento de su vida ¿Sabes cuál era el nombre de ese hombre?

— Leopold...Winter...

— Si, Leopold Winterhood —no la dejó terminar— Él es el desgraciado que nos arruinó la vida, ese maldito ¡Era mi padre!

— No,... no, eso es imposible.

— Pues créelo, aun puedo escuchar a mi madre, es como si me estuviese hablando cada vez que la recuerdo...

"No sirvas al amo, sino a tu ambición, no le pidas nada, exígele lo que es tuyo y que nunca nos dio, cóbrale caro y haz que lo pague."

Yo estaba más que dispuesto, pero al llegar aquí y ver a la que pudo ser mi familia, me ilusionaba la delirante idea de alcanzar ese sueño y ser parte de algo que muy dentro de mí sabía que no tendría, aun así, fue lo que me mantuvo con vida. Todavía recuerdo esa noche que pude cumplir mi venganza, esa noche, cuando trabajando para él en las caballerizas, lo convencí de que fuéramos a beber a la posada y al regresar estaba tan ebrio y yo tan furioso que lo ahogué en la fuente del jardín; aun lo siento revolcándose mientras yo lo ponía contra el fondo.

— Pero si Leopold era tu padre entonces... —se llevó la mano a la boca tratando de detener las palabras.

— Sí... Anabel era...mi hermana —dijo terminando de desvelar el enigma, sonó como una sentencia; su mirada se perdió en el vacío, lo prohibido o lo que fuera que fuese, Anabel fue parte de su mente, su corazón, y su cuerpo. Su sangre.

— ¡Por Dios, estás enfermo!

— Es sólo que era alucinante imaginarme en el empleo de la realización de mis sueños, más que eso... más que eso, me adsorbía en la vida que ansiaba poseer, es el afán del ser humano por alcanzar la felicidad. La ambición.... — Si, después de matar a Leopold no me quedé satisfecho aún sentía el dolor en mi pecho y la sed de la venganza, así que corteje a mi querida Anabel para poder tener acceso a los Winterhood y a lo que por derecho también me correspondía y terminar de exterminarlos uno a uno ¿Sabes qué es lo más irónico de todo? Tu pudiste haberme detenido y salvado a todos con solo haber dicho aquel día que no me casara con ella, que estabas dispuesta a irte conmigo, solo tu presencia me frenó de que hiriese a los demás por mi propio dolor, esa vez hablaba en serio cuando te dije que me olvidaría de todo por ti, hasta de esta venganza, pero tu así lo quisiste y ahora ya es tarde incluso para ti.



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En el texto hay: misterio, suspence, romance celos sexo

Editado: 21.07.2021

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