La Vecina

Capítulo 11

—¿Entonces porque no lo intentamos? Sería una buena ir a la fiesta, podrías empezar a confiar en la gente…

—No lo sé.

—Vamos, te aseguro que  te vas a divertir.

Asegurar era una afirmación muy osada, no podía asegurarlo completamente, no estaba tan segura de que lo disfrutaría.

Ademes al escuchar que era en la casa de Martha, sintió una puntada de celos enfermizos, Alex y esa mujer en una fiesta, nada iba a terminar bien, suponiendo que terminara…

—Te llevare en la moto.

Trato de convencerla.

—No es por eso, sería más bien…

—Tranquila.

Él la tomo de las manos, el chico se acercó con un susurro, y su respiración chocaba con el cuello de Aleisha.

Su calor incorpóreo era algo lindo.

Alex puso una voz honesta.

—¿Qué posibilidades hay, de que podamos divertirnos? recuerda que es con Martha con la que vas a estar, ¿no te llevas mal con ella?

—Si es verdad, no me llevo con ella en lo absoluto, pero tampoco voy a desperdiciar una oferta, para hacerte cambiar, y que mejor que una fiesta, alejado de la ciudad para que empieces a creer y a confiar.

Alex tomo las manos de Aleisha envolviéndolas en las suyas, ella miro a sus ojos brillosos, estaba hablando con la verdad, lo sentía.

—No lo sé.

Alex suspiro hondo. Su tono de voz se tornaba, a un reproche pero era algo más suave, no como un regaño ni un rugido, si no como un consejo…

—Ya sabes que te quiero… Ayudar. Y también estoy dispuesto a hacerlo. No me voy a rendir, ya lo entiendes, déjame ayudarte. ¡Déjame!

Los ojos del muchacho tenían algunas lágrimas en los ojos, aunque no las derramaban, estaba aguantando, todo, la ignorancia, el miedo, todo lo estaba sintiendo con ella.  

Seguramente estaba ayudando más de lo que debía, más de lo que tenía que hacer, pero no entendía bien cómo es que ya había llegado a ese punto, ya no podía regresar a otras,

—¿Porque te empeñas tanto en ayudar?

Alex estaba perdiendo, la cordura, ya estaba harto que la chica le pusiera contra tiempo para todo.

—<<¿Porque?>> ¿es lo único que sabes decir? Pareces una niña, ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello? ¿Por qué el cielo es azul? Mi rosa… soy muy responsable, entonces que con esto siento, que no confías nada en mí. —Luego reflexiono, se estaba agitando, la pregunta de Aleisha, era más como una necesidad no como una pregunta, se reincorporó a su actitud normal— Te quiero ayudar mi rosa, te quiero bien, quiero que sonrías, porque más.

Las palabras de Alex llegaron a su corazón, se le había hecho un nudo en la garganta,

Apenas podía hablar.

Era lo único que alguien había hecho con tanto fervor para ella.

Era el único que se sacrificaba así por ella.

Quería entregársele allí mismo, que la hiciera suya, que la amara de color purpura, que no dejaran de calentarse hasta el otro día, que hiciera una fiesta pero en su boca, causándole un orgasmo. Recorriéndola de los pechos hasta los muslos, y tener esa lengua que recitaba poesía con superioridad pegada a su cuerpo, dándole placer interminable.

Apenas pudo desatarse el nudo de su garganta para poder variar. Estaba completamente muda, quería hablar, y apenas unas palabras se pudieron escapar.

—Entonces vamos. Iremos, pero te advierto que vas conmigo, no quiero que ni siquiera mires a la tal Martha esa. 

Alex sonrío con parsimonia.

—¿Celos?

—En lo absoluto.

Ella sonrío.

—Ves mi pequeña rosa, que si me das una oportunidad, te voy a cuidar y además divertir.

—Lo se mi príncipe… pero no me gusta que alguien me diga que hacer, soy libre, en primer lugar.

—Es una fiesta, seguro que nos vamos a divertir.

Alex estaba tan feliz que su sonrisa no podía ser más grande, no podía acercarse más a él, el deseo no la controlaba, caía siempre con las manos agiles del hombre.

—Espero que sea así.

Alex gruño.

—Claro que si, además yo me voy a asegurar de eso.

Posiblemente estaba embelesado en la bella cara de la chica, en su silueta delgada y delicada, una piel muy bien cuidada, una persona que estaba siempre bañada con dulces aromas, poco a poco perdía la cordura, tenía necesidad de esos labios completamente avasallantes, no lo soportaba más, quería besarla y hacerla suya allí mismo, en las sabanas, en la alfombra, conectado por sus piernas al piso frio, pero estaba conteniéndose lo que más podía, pero no le garantizaba que la bestia de adentro saliera para tomarla entre sus labios. Tenía que alejarse ya, o perdería el control.

Bastaba con una palabra de la chica.

—Entonces te vendré a buscar mañana.




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