La sábana que cubre mi cuerpo hace que me piquen las extremidades, pero me contengo y continúo con los ojos cerrados.
La carretera por la cual conducía ayer cuando me alejé del Dios Fuego resultó llevarme a Takra, a trescientos kilómetros de mi ciudad natal. Llegué temprano en la mañana, y tuve que arreglármelas para conducir por calles vacías o no tan concurridas. Dejé el auto en un callejón, deambulé un poco perdido por un buen rato, sin saber qué hacer, y al final terminé aquí; un lugar que acepta a personas sin techo, les dan comida, ropa y un lugar para dormir.
Ahora mismo me encuentro en una habitación repleta de camas y de personas que duermen plácidamente a juzgar por lo que escucho. Cuando llegué ayer en la tarde, la mujer que parece ser la encargada del lugar, llamada Miranda, se espantó al verme, y no la culpo. Enseguida me dejó entrar y me ofreció ropa y una ducha caliente, al igual que algo de comer. Rechacé la comida, pero acepté lo demás; no tengo a dónde ir.
Por supuesto, fui cuestionado sobre lo que me había sucedido, así que les dije que algunas personas crueles simplemente habían desahogado sus frustraciones en mí cuando me vieron en la calle, si se lo creyeron o no, no lo sé, pero desinfectaron y curaron la herida en mi brazo. Insistieron con llevarme a un hospital, ya que las garras de la criatura literalmente atravesaron mi antebrazo, pero me negué.
Pasé el resto del día con la mujer y ayudándola con el refugio, ya que me sentí culpable al estarle mintiendo y ocupando un lugar aquí que no me corresponde.
Durante la noche pude dormir de a ratos, cada que cierro los ojos termino soñando con esa criatura, con el paso de las horas terminaron siendo pesadillas, y desde hace un buen rato que no puedo dormir o parar de pensar debido a ello. Necesito averiguar qué clase de criatura es la que me atacó, estoy seguro de que el Dios Fuego sabe exactamente qué clase de criatura es, pero sé con certeza que no me lo dirá. Me permití concebir la posibilidad de buscar ayuda en alguno de los otros dioses, pero si las leyendas que escuché de niño son ciertas, estos no son demasiado amigables y su ayuda siempre tiene un precio... Además, no quiero involucrarme con más criaturas extrañas o sobrenaturales. Prefiero dejar ese recurso como una última instancia.
De todas formas, los mitos se probaron falsos en cuanto a el Dios Fuego. Si no recuerdo mal, mi madre solía relatarme historias en las cuales él siempre resultaba ser el más despiadado de todos los Dioses, pero ahora mismo ya me salvó la vida tres veces, sin razón aparente. Me pregunto si el resto de los cinco Dioses también habrán caído víctima de leyendas e historias que no les hacen justicia... Pero no me plantaré a averiguarlo por ahora.
Necesito averiguar qué clase de criatura está detrás de mí primero, pero no recuerdo que mi madre me haya relatado nada ni remotamente parecido a lo que vi cuando era niño, así que decidí que hoy haré una rápida visita a la biblioteca pública de esta ciudad y me sentaré a revisar cuantos libros pueda encontrar sobre la vieja religión olvidada y sobre los Seis Dioses Creadores.
Luego de un rato más de estar acostado en silencio y haciendo de cuenta que estoy en mi propia cama y nada malo o extraño está sucediendo, decido levantarme, así que descubro las sábanas de mi cuerpo y me siento al borde de la cama. Dormí con absolutamente toda mi ropa puesta, sólo deshaciéndome de los zapatos. Los pantalones verde militar me quedan excepcionalmente holgados, y la remera azul lisa también, pero al menos están enteros y no cubiertos de sangre.
Me calzo los zapatos y me dirijo a la única puerta que hay en la habitación, la atravieso y detrás de ella me encuentro con la misma mujer de ayer, que me sonríe sentada ante una enorme mesa.
La habitación es enorme y sirve de comedor y, al fondo, de cocina. Me le acerco lentamente y tomo asiento a su lado.
— Son las siete de la mañana pasadas, ¿Qué haces despierto? — Me pregunta llevándose una taza humeante a los labios.
— Siempre acostumbro a despertar temprano. — Le miento, ella asiente lentamente. — Quería preguntarle algo.
— Adelante.
— ¿Podría decirme cómo llegar a la biblioteca pública? — Ella inmediatamente aleja la taza de su rostro y me mira con una ceja alzada.
— No eres de por aquí, ¿No es cierto? — Como respuesta, me limito a sonreírle mientras juego con mis dedos debajo de la mesa. — Está al otro lado de la ciudad y abre a las ocho de la mañana. Si sales caminando despacio ahora y vas por la avenida principal, llegarás para esa hora.
Me recuesto contra el respaldo de la silla, sopesando qué hacer. Miro a través de uno de los grandes ventanales abiertos que da a la calle.
— Gracias. — Le digo con la mirada perdida.
Ella asiente suavemente y continúa bebiendo de su taza.
———
La biblioteca es diminuta.
Me perdí al menos unas tres veces en el camino hasta acá, y las tres veces tuve que pedir indicaciones. Tardé más de una hora en llegar y, ahora que la tengo enfrente, me encuentro con que más bien parece una tienda. Tiene vidrieras a ambos lados de la puerta, pero desde fuera no puedo distinguir mucho. Empujo la puerta y me adentro, teniendo una mejor vista de los alrededores; a mi izquierda puedo ver con claridad algunos sofás individuales y pufs de diferentes colores, a la izquierda, detrás de la puerta, un hombre mayor me devuelve la mirada sonriente detrás de un escritorio improvisado que en realidad es sólo una mesa de madera. Al fondo de la habitación, estantes y más estantes llenos de libros.
Todo el lugar está vacío.
— Bienvenido, ¿En qué puedo ayudarte?
— Estoy buscando libros sobre la vieja religión, los Seis Dioses Creadores. — Me apresuro a decirle.
— Por allá, el último pasillo de estantes, al fondo.