El ruido de utensilios o cacerolas a mi alrededor es bastante fuerte, pero me he acostumbrado con el pasar de los días.
La hora de la cena en el refugio es siempre bastante concurrida, y esto es algo que aprendí de primera mano. Llevo los últimos cuatro días durmiendo aquí o al menos intentándolo, ya que las pesadillas comienzan a ser muy recurrentes, y la segunda noche me ofrecí a ayudar en la cocina sirviendo platos para las personas que vienen a comer tanto al mediodía como en la noche. Mi ayuda fue aceptada de inmediato, ya que parece que parecen no tener suficientes voluntarios.
Le sirvo un plato de sopa caliente a las últimas cinco personas en la fila y es entonces que yo y las otras dos personas que estaban haciendo lo mismo nos relajamos, dejando los cucharones sobre las ollas.
La mujer que me recibió el primer día, Miranda, se acercó a nosotros sonriente no mucho después.
— Sírvanse un plato, vamos, y vengan conmigo a mi mesa. — Nos instó con entusiasmo. Mis dos compañeros, que también son voluntarios que tienden a dormir en el refugio, no tardan en buscarse un plato. Yo me quedo en mi lugar, observándolos, y es entonces cuando siento un apretón en mi brazo derecho. — Vos también, Tomás.
Le sonreí amablemente y me acerqué a los otros dos. Cuando llegué, le di un nombre falso a todos. No sé por qué lo hice, pero creo que fue lo mejor.
Me serví un plato de sopa y me alejé con los demás hacia la mesa de Miranda, que tiene tres sillas vacías esperándonos. Me dejé caer en una de ellas y enseguida comenzó la charla, pero como de costumbre; no me sumé a ella y me limité a comer en silencio.
Mañana dejaré la ciudad. Pasé los últimos días intentando encontrar más información sobre los Dioses y sobre esta criatura, pero no obtuve resultado. Recorrí las tres librerías que hay en esta ciudad, pregunté por libros sobre el tema y sorprendentemente me dejaron leerlos sin comprar nada, lo atribuí a mis pintas. De entre las tres librerías, sólo había dado con cinco libros más, dos de esas eran más leyendas e historias fantásticas de los Dioses, con descripciones de criaturas fantásticas como las fyzhas y los grindeks, otra guía, esta vez para adultos, sobre los Dioses, qué representan y cómo invocar a cada uno de ellos. Basándome en mi propia experiencia invocando a Einar, ese libro lo hace parecer más difícil de lo que en realidad es. Los otros dos libros sólo hablan de los orígenes de los Dioses y de la religión en sí, con base más científica. No se me ocurre nada más que hacer aquí.
Ni siquiera tengo acceso a una computadora porque la biblioteca aquí no tiene una, y mi teléfono quedó olvidado en mi mochila el día en que la criatura me atacó en la estación de servicio. Mi única esperanza es seguir moviéndome, ir a la siguiente ciudad, una más grande que esta, y seguir buscando.
Dejé mi plato de sopa vacío y levanté la mirada, a mi alrededor todos charlan entre sí. El salón está repleto de personas que charlan y comen, el ruido de cubiertos contra los platos se escucha con claridad.
— Tomás, ¿Te apetece un poco más? Puedes servirte... — Escuché a mi lado la voz de Miranda.
Negué con la cabeza rápidamente. — No, gracias, estoy bien.
Me puse de pie entonces, tomé mi plato y me alejé de la mesa bajo la atenta mirada de quienes estaban cerca de mí, pero nadie me dijo nada y pronto volvieron a sus conversaciones. Caminé hacia la cocina, al fondo de la habitación, rodeé la mesa que servía de mostrador y separador de los espacios y dejé el plato en el fregadero contra la pared. Sopesé qué hacer a continuación, ya había tomado una esponja cuando escuché el estruendo.
— ¡Te lo advertí! — Escuché un grito, sobresaltándome.
Me alejé del fregadero justo a tiempo para ver cómo un hombre apuntaba a otro con una navaja, las personas alrededor de la habitación se habían levantado y se alejaban asustadas. Miranda se acercaba a ambos con paso firme, me apresuré a ir tras ella.
— ¡Baje eso! — Le escuché decir por encima de la gente. — ¡Démelo!
Instantáneamente el hombre se giró hacia ella. La gente que se cruzaba en mi camino no me permitía alcanzarlos, pero podía verlos.
Trastabillé, dejando atrás al hombre que había sido amenazado en primer lugar. Tomé a Miranda del hombro, y en cuanto se giró hacia mí, vi cómo el hombre empuñaba la navaja directamente hacia ella.
Lo único que alcancé a hacer fue poner la mano en medio antes de que la alcanzara, el hombre soltó el cuchillo una vez éste me atravesó la mano derecha. El cuchillo quedó clavado en mi palma. Las personas a mi alrededor chillaron aún más al verlo, Miranda tomó mi mano con los ojos bien abiertos y se olvidó del borracho, que en cuanto quise buscarlo con la mirada ya había desaparecido.
— ¡Tomás, tu mano! — La tomó con delicadeza, sorprendida, y miró a su alrededor en busca de ayuda. — Tenemos que ir a un hospital.
Ni siquiera supe cómo reaccionar, casi como si actuara de forma automática. Comenzamos a caminar por el tumulto de gente que intentaba salir, aún estaban algo conmocionados y asustados, y me resultó sumamente extraño. Un borracho sacó una navaja y amenazó a otro hombre, no veía la razón de tanto pánico colectivo.
Atravesamos las puertas dobles que daban a la calle juntos, y en medio del alboroto se había sumado a nosotros una de las dos personas que estaban conmigo sirviendo la comida hace un rato.
En medio de la vereda, luchando por alcanzar el auto de Miranda, lo comprendí.
La criatura está al otro lado de la calle, entre las sombras, observándome fijamente. Cuando nota mi mirada puesta en ella, me sonríe, pero no se mueve de su lugar.
Miré a mi alrededor, a la gente que se aleja de nosotros, dejándonos solos. Miré hacia el interior del comedor, y veo cómo muchos de ellos se levantan de las mesas con sus platos de comida a medio terminar. Está haciéndolo a propósito, no sé cómo, pero lo sé.