El sol de verano brilla con fuerza sobre el cielo azul celeste sin nubes mientras bajo del auto con un portazo. La carretera en la cual nos encontramos está desierta, para variar, y el sol es tan potente que temo que se me derritan las suelas de los zapatos al contacto con el asfalto.
Me acerqué con rapidez al humeante capó del auto y lo abrí de un tirón, ahuyentando el humo con ambas manos. Einar no tardó demasiado en salir también y acercarse a mi.
Me incliné para inspeccionar el auto mientras él mira lo que hago por encima de mi hombro.
— ¿Qué haces? — Preguntó.
— No lo sé, ¿Qué te parece que hago? — Le contesté con brusquedad mientras revisaba el motor, que parece estar intacto.
A mitad de camino me vi obligado a detenerme en cuanto noté el humo saliendo del capó.
Einar parece no comprender qué sucede cuando le miré por encima del hombro, intentando apartarme el pelo de la cara. Suspiré sonoramente y me enderecé.
— El auto se averió, creo que es la bomba, no es buena idea moverlo ahora mismo.
— ¿Cuál es la bomba? — Se la señalé con el dedo, distraído y pensando una posible solución.
Einar puso ambas manos sobre ella y cinco segundos después se alejó, tiró de mi hacia atrás tomándome por el cuello de la remera y cerró el capó.
— Si era, ya lo arreglé, vamos.
Le miré, desconcertado. — ¿Qué hiciste?
Einar gruñó, dándose la vuelta. — Ya te lo expliqué con anterioridad, puedo revertir el tiempo y cosas en específico, sólo revertí…
— Oh, ya lo sé. — Solté con brusquedad, interrumpiéndolo. Me le acerqué y lo rodeé para alcanzar la puerta del auto.
— ¿Por qué preguntas entonces?
Me pasé el dorso de la mano por la frente para apartar el sudor. — Olvídalo.
Einar suspiró sonoramente. — No, no lo haré. — Súbitamente se acercó y me alejó de la puerta del auto de un tirón, la cerró con un estruendo. — Desde que vimos a Dix hace tres días que estás insoportable, ¿Qué rayos te pasa?
Volví a acercarme a él. — ¿De verdad estas preguntándolo? Einar, desde esa discusión que me tienes conduciendo sin rumbo fijo de forma aleatoria sin decirme a dónde ir por más que insista.
— ¡Estoy pensando qué hacer!
— ¿¡Y no te parece que eso lo podemos hacer los dos?! — Le grité súbitamente. — Todavía no decidimos qué hacer.
— Sí lo hicimos, vamos a buscar a Luna, solo necesito descifrar cómo.
— ¡No, eso lo decidiste tú solo!
— ¡Lo que tú quieres hacer ni siquiera es una posibilidad!
Lo empujé, enfurecido. Él se tambaleó hacia atrás sorprendido. — ¡¿Y eso quién lo decide?! — Le dije, levanté la vista hacia él y le miré a los ojos. — Es mí decisión, Einar.
— No, no lo es. Estamos hablando de tu muerte...
— Por eso exactamente es mí derecho decidir qué hacer ahora.
— ¡No pasé todo este tiempo protegiéndote para que te des por vencido ahora! — Me espetó.
— ¡Antes había otra opción! Ya seguimos tu plan, fuimos a ver al Árdigan y no conseguimos nada. La única opción que nos queda es buscar a esa tal Luna, y por lo que sabemos podría estar en cualquier parte del mundo. — Guardé silencio entonces, estudiando su expresión. — Se acabó Einar.
— No es así, aún podemos encontrarla, podemos buscarla…
— ¿Y entonces qué? — Le interrumpí. Extendí los brazos a mi alrededor, mirándolo. — ¿Qué hacemos con Luna si la encontramos? ¡Ahora no es más que una simple humana inmortal!
— ¡Eso no la vuelve estúpida! Podría saber algo, decirnos algo que nos ayude a…
— Si los mismísimos Árdigan no lo saben, ¿Qué te hace pensar que hay una forma de deshacerse de ellos? — Bajé los brazos con brusquedad. — Y si la hay, ¿Qué te hace pensar que nos dirá cómo matar a sus propias creaciones?
Einar me miró con furia, al borde de perder la paciencia. — Es humana ahora, Kennet, lo cual significa que siente dolor.
Abrí bien los ojos y di un paso hacia atrás. — ¿Harías algo así…?
— Haré lo que sea. — Me espetó, se acercó a mí y señaló mi pecho, chocando su dedo con mi cuerpo. — Pero tú no morirás, ¿Me escuchas? No lo harás, así que olvídate de eso porque no sucederá.
Guardé silencio entonces, mirándolo yo también con enojo.
Finalmente, tomé su mano, la alejé de mi pecho casi con un manotazo y me di la vuelta, dirigiéndome al auto.
— Sólo dime hacia dónde rayos dirigirme ahora y no vuelvas a tomar decisiones sin mí, ¿Está bien? — Le miré por encima del hombro, con la mano en la manija de la puerta, Einar asintió sin abrir la boca. Suspiré, relajándome. — No es que quiera llevarte la contraria, es que genuinamente no creo que ir por ese camino nos lleve a algún lado.
— Para serte sincero, yo tampoco lo sé. — Se acercó a la puerta del acompañante, del otro lado del auto. — Pero no quiero que te des por vencido antes de haber agotado todas las posibilidades.
— Hay personas muriendo por mi culpa, Einar, y personas que ahora mismo viven todos los días con la imagen de esa criatura en sus pesadillas…
— ¿De verdad crees que es tu culpa? — Me interrumpió.
Lo medité unos instantes. — Está persiguiéndome a mí, ¿No es cierto? Es a mí a quien quiere.
— Sí, pero Kennet… Tú no dañaste a nadie, y estoy seguro de que no hiciste nada que provocara todo esto. — Guardé silencio y bajé la mirada al techo del auto. — Toda esta situación no es justa, de eso estoy seguro, y no lo mereces… Además, ahora estás conmigo todo el tiempo, y la criatura no se atreverá a intentar nada conmigo cerca porque sabe que es una pérdida de tiempo. — Apoyó los brazos sobre el techo del auto. — Mientras estés conmigo, nadie más saldrá herido… Eso te lo prometo.
Me mordí el labio inferior, sopesando sus palabras. ¿Qué otra alternativa me queda? Por más que lo quisiera, no puedo escabullirme de Einar, le hice una promesa… Si la rompo y Muerte viene a por mí, ¿Quedaría el Árdigan satisfecho? No hay forma de saberlo y, además… En realidad no quiero morir.