La habitación a mi alrededor está en completo silencio. No se escuchan pasos ni ninguna clase de movimiento. Podría jurar que estoy solo si no fuera por la suave respiración de alguien justo frente a mí.
No he abierto los ojos aún, pero sé que lo más probable es que la persona frente a mí esté consciente de que estoy fingiendo. Sin embargo, no dice nada.
En mi posición actual puedo deducir algunas cosas. Estoy atado, por ejemplo, estoy sentado de rodillas en un suelo de piedra, mis pies están atados juntos y mis manos de igual manera. Estoy colgando hacia adelante, así que lo más seguro es que la soga en mis manos esté sujeta a una pared. Tengo todas las extremidades entumecidas. Hace demasiado calor en este lugar, estoy sudando y tengo sed. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. No sé tan siquiera dónde está Einar, porque ciertamente no está aquí.
Un leve roce en mi mejilla izquierda me sobresalta, abrí los ojos abruptamente y me alejé.
— Sabía que estabas despierto. — Susurró para sí una mujer frente a mí. — No pretendía hacerte daño.
La observé con atención. Está de rodillas frente a mí, su rostro es alargado y hermoso, el cabello negro le cae en cascadas a los lados de la cara. Sus ojos son de un color oscuro, recuerdan a las nubes de tormenta. La habitación está en penumbras y apenas vislumbro nuestro alrededor, pero puedo distinguir con claridad varias velas dispuestas por todas partes. Son la única fuente de luz, y a medida que se me acostumbra la vista a ella distingo más y más estantes y muebles repletos de libros, frascos y artefactos extraños.
Observo otra vez a la mujer sin hacer ningún otro movimiento, pero la inspecciono en silencio. Sus manos están recostadas sobre su regazo, pero no me dejo engañar. Continúo buscando, y finalmente distingo el mango de una daga en el suelo, medio oculto pero a su alcance. Ella se da cuenta al instante.
— No te conozco, y no confío en ti. — Me confesó con firmeza. — Pero no pretendo hacerte daño. Quiero hablar, nada más.
No le contesté por un largo rato mientras ella esperaba pacientemente mi respuesta. Finalmente, le dije; — Si sólo querías hablar, ¿Por qué estoy atado, en una cueva y lejos de mi compañero?
Ni siquiera pensó en la respuesta. — Porque tu compañero habría atacado primero y preguntado después. — Analicé sus palabras en silencio. Tiene razón, le sonreí. Ella me devolvió el gesto.
— Nos has estado observando.
— No mucho, pero lo suficiente como para saber que si quería hablarles, tenía que acercarme a ti primero. — Comenzó a jugar con sus dedos de forma distraída. — El problema es que tu compañero no te deja solo ni por un segundo.
Asentí, dándole la razón. — ¿Por qué quieres hablar conmigo?
Pude percibir con claridad cómo se relajaba un poco en su lugar al darse cuenta de que no se equivocó conmigo. Se aclaró la garganta antes de hablar.
— ¿Cuál es tu nombre?
— Kennet.
— Está bien, Kennet. — Probó a decirlo, enfocó la vista en el suelo entre nosotros mientras continuaba. — Me llamo Myrllea. Soy una bruja, y he velado por la seguridad de este pueblo por muchísimo tiempo. — Levantó la mirada hacia mí con seguridad. — Sé que tu compañero es un Dios, el Dios Fuego. Estoy segura de que eres conscientes de las leyendas y mitos que le son atribuidos. Es uno de los Dioses más despiadados, así que es natural que su presencia me ponga nerviosa...
— ... Quieres saber qué hacemos en tu pueblo, ¿No es así? — Aventuré.
— Sí. — Afirmó con una exhalación. — No quiero tener problemas con él, no quiero enfrentarlo. Si su presencia aquí tiene que ver conmigo, quiero resolverlo de forma pacífica. — Me observó, dudosa. — ¿Por qué han venido aquí?
Sin pensarlo demasiado, le respondí. — Puedes relajarte, no hemos venido a por ti. — Como si le hubiera dado una orden, suspiró y relajó los hombros. — Hemos venido con otros propósitos en mente, estamos buscando a otra persona, o al menos algo que nos ayudara a ir en la dirección correcta para encontrarla, pero no encontramos nada. De hecho, pretendíamos irnos mañana en la mañana.
Más calmada, Myrllea se puso el pelo detrás de las orejas y cambió de posición sobre el suelo. — Oh, comprendo. — Asintió pensativa. — ¿Y a quién están buscando? Quizás podría ayudarles.
— Luego de haberme secuestrado, dudo que Einar acepte tu ayuda. — Le respondí con una sonrisa.
Su mirada se iluminó. — Oh, ¿Sabes su nombre? Debe confiar mucho en ti, no se lo dice a cualquiera. — Su comentario me confundió, pero enseguida continuó hablando. — Si no puedo ayudarle directamente, déjame ayudarte a ti, quizás sepa algo útil.
Lo pensé durante algunos instantes. Según Einar, nadie sabe sobre Luna y Sol, ya que luego de haber sido malditos Luz y Muerte se encargaron personalmente de borrarlos del mapa de todas las maneras posibles. La mujer frente a mí, pese a haberme secuestrado y atado, me parece increíblemente inofensiva ahora mismo.
Sólo intentaba evitar una pelea y proteger este pueblo, me recuerdo a mí mismo.
— Estamos buscando a una mujer. — Comencé, me moví un poco en mi lugar. — Su nombre es Luna, la última vez que alguien la vio fue en este pueblo, por eso estamos aquí.
Inmediatamente noté cómo se enderezaba con discreción en su lugar mientras asimilaba mis palabras con la mirada perdida, unió las manos en su regazo.
— ¿Y por qué la están buscando? — Preguntó con suavidad.
Ni siquiera me miró al hablar.
Tragué saliva, intentando agacharme para ver su rostro mejor. Las cuerdas, que resultaron ser cadenas, se movieron con mis movimientos.
— Queremos hablar con ella con urgencia. Necesitamos su ayuda.
— ¿Con qué?
— Eso es algo que sólo podemos hablar con ella.