El momento había llegado. Después de que su hija hablara con su familia y se despidiera. Madre e hija organizaron como haría el ritual.
Todo estaba preparado, era la hora. El círculo de sal estaba hecho, al igual que la estrella de seis puntas, la cual estaba formada por la sangre de su hija, proveniente de la palma de la mano de la misma, a través de corte con un cuchillo hecho de plata, y mango de madera, de uno de los árboles más antiguo del bosque. Con ese mismo cuchillo se terminara el ritual, sería el que diera fin a la vida de la hija.
La hija se había preparado con una túnica blanca y se encontraba en el centro del círculo y de la estrella. La madre con el dolor más profundo del mundo apuñaló a su hija en el corazón. Al ver la vida de su hija apagarse de a poco antes sus ojos, comenzó a hablar en una lengua que ella no conocía, tan antigua como el poder y la magia de la que ella provenía, pero que en el momento de tal sufrimiento era como si fuera su lengua materna. Las palabras venían a ella con tanta rapidez y con tanta fuerza que no podía callar y dejar de decirlas, tenían vida propia, no se hubiera podido callar aunque quisiera. Antes de que el alma de su hija dejara su cuerpo, ella había terminado con lo que sea que estuviera diciendo.
El ritual estaba hecho. Su hija estaba muerta, pero su alma sería libre por el resto de la eternidad. Cuando estaba por sacar a su hija del circulo, para poder sepultarla, antes ella apareció el duende con el que había hecho el trato. Estaba tan enojado que sus ojos estaban de un color rojo sangre.
-¡Has roto el trato!- Dijo el duende haciendo temblar el suelo mientras hablaba. -Pues bien.- Continuo. -¡Yo también romperé el mío, y ahora verás como todos morirán. Tú serás la última en morir.!- Sentenció el duende enfurecido.
-¡¡¡Espera!!!- Gritó la madre. Pero el duende en cuanto terminó de decir lo que había venido a decir, desapareció antes sus ojos.
Con el corazón partido a la mitad y la sentencia del duende sobre sus hombros, se dispuso a enterrar el cuerpo de su hija. Se preocuparía de la amenaza del duende en otro día. Este era el día en que lloraría la muerte de su hija.
Volvió a su casa, muy cansada, tanto física, mental y sobre todo espiritualmente. Por lo que se acostó al lado de su marido, y aunque pensó que no volvería a dormir en su vida, cayó en un sueño profundo. Por la mañana cuando se despertó, lo primero que noto fue el silencio en la que se encontraba la casa. Miró a su costado y su marido seguía durmiendo, le pareció raro ya que él siempre era el primero que se levantaba, en cuanto lo tocó se dio cuenta de que estaba helado. Dio un salto de la cama, y al acercarse nuevamente se percató de que estaba muerto.
En ese momento recordó la amenaza que el duende le había hecho, y se le helo la sangre. Solo podía escuchar los latidos de su corazón. Con miedo salió de la casa, descalza y con el vestido que usaba para dormir, en ese momento no le importaba cómo la gente de la aldea la podía llegar a ver.
Las calles de la aldea estaban en un sepulcral silencio, recorrió toda la aldea y no se escuchaba nada. El bosque que la rodeaba también estaba en silencio. Tocó la puerta de una de las casa de la aldea, y nadie respondió, lo volvió a hacer y tampoco recibió respuesta, con mucho cuidado entró en la casa y llamó entre gritos si había alguien, pero nadie respondió. Con mucho pesar se acercó a una de las habitaciones y encontró a la pareja que habitaba la casa recostados sobre la cama, ambos con un semblante sereno en sus caras. Al verlos se dio cuenta de que estaban muertos.
Con el corazón sangrando de tanto dolor recorrió casa por casa, y todos estaban muertos. Todos y cada uno de ellos estaba muerto. La última casa que le faltó revisar fue en la que habitaba la familia de su hija. Resignada entró, y como en las otras casas, quienes estaban dentro se encontraban muertos. Sus nietos estaban en sus respectivas camas sin vida. Al ver esto su corazón no pudo más de tanto dolor y al lado de su nietos dio el último suspiro y murió, como lo habían hecho todos en la aldea. La sentencia del duende se había cumplido.
Después de lo sucedido. Todos los duendes que habitaban el bosque al ver la matanza que uno de ellos proboco lo sentenciaron a quitarle el poder de hacer tratos con humanos de por vida. Si bien era cierto que ellos a menudo hacían tratos con humanos, también era cierto que tenía leyes que seguir y aunque no eran muchas, las que había se debían cumplir a rajatabla. Una de ellas era que no se podía matar indiscriminadamente a toda una aldea porque un duende se sintiera ofendido. Con la facilidad con la que un duende se podía ofender, si no se hacía cumplir está regla en particular, la población humana se extinguiría en poco meses.
Después de la sentencia de los duendes, los mismos eligieron un lugar que era sagrado para ellos y allí enterraron a todos los aldeanos muertos y le rezaron una oración que ellos rezaban cuando un duende se moría, para que su alma descansará eternamente.
Había pasado más de un mes cuando, dentro de una cabaña despertó la hija de la bruja, la que había matado en el círculo de sal. Las palabras que su madre dijo justo antes de que ella muriera era un ritual tan antiguo como la vida misma en la tierra, que hacía que una persona resucitará después de la muerte, y que volviera a su yo de 14 años. Pará ello se debían cumplir ciertos requisitos, y quién lo dijera debía tener un gran poder. Tendría que poseer una magia muy antigua, tal como la que tenía la bruja. Si bien ella no tenía ese conocimiento, la magia había tomado vida propia al sentir su sufrimiento, y en ese momento todo el conocimiento que se había perdido con sus antepasados había vuelto.