La Venganza del Dragón

El Dragón Negro

El aire de Beijing era denso con la humedad de la noche de verano, pero el Cabo Lee no sentía el calor. Su mirada estaba fija en la fachada anodina de un edificio de apartamentos, el tipo de lugar que se mezclaba perfectamente con el paisaje urbano, ocultando sus secretos a plena vista. A su lado, la Cabo Min ajustaba el auricular de su radio, su expresión tan pétrea como la de Lee. Llevaban semanas en esto, persiguiendo los hilos sueltos de una red de juego ilegal que parecía extenderse por toda la ciudad.

"El informante dice que esta es la noche, Cabo," susurró Min. "El gran pez, el 'Dragón Negro', estará aquí."

Lee asintió, su mano instintivamente sobre el arma en su funda. "Lo sé. Y también sé que no podemos permitirnos un error. Demasiados han sido silenciados por esta gente."

La operación había sido meticulosa. Infiltrados, escuchas, vigilancia. Habían construido el caso pieza por pieza, y ahora estaban a punto de derribar el muro. La banda del "Dragón Negro" no solo manejaba apuestas ilegales, sino que también estaba involucrada en lavado de dinero, extorsión y, según los rumores, incluso desapariciones.

Una furgoneta negra sin distintivos se detuvo frente al edificio. Varios hombres corpulentos salieron, sus ojos escaneando la calle con una eficiencia inquietante. Entre ellos, un hombre de mediana edad con un traje impecable y una cicatriz distintiva sobre la ceja izquierda. El Dragón Negro.

"Ahí está," dijo Min, su voz tensa.

Esperaron. La estrategia era simple: esperar a que el Dragón Negro estuviera dentro, confirmar la presencia de la operación de juego, y luego asaltar. Los minutos se estiraron en una eternidad. El silencio de la noche solo era interrumpido por el zumbido distante del tráfico.

De repente, la radio de Min crepitó. Una voz distorsionada por la estática. "¡Tenemos un problema! ¡Han cambiado el punto de encuentro! ¡Están moviendo los servidores!"

La sangre de Lee se heló. Un cambio de último minuto. Era una táctica clásica para sacudirse a los posibles seguidores. Pero, ¿cómo lo sabían? ¿Había una fuga?

"¡Cabo Min, al coche!" ordenó Lee, ya en movimiento. "Tenemos que adelantarnos a ellos."

Min no dudó. Arrancaron el coche camuflado, las ruedas chirriando mientras se alejaban de la acera. Lee sacó su teléfono, marcando rápidamente. "Necesito la nueva ubicación. ¡Ahora!"

La información llegó unos segundos después: un almacén abandonado en las afueras de la ciudad, un lugar aún más aislado y peligroso. El corazón de Lee latía con fuerza. Esto no era solo una operación de juego; era una trampa.

Llegaron al almacén. La oscuridad era casi total, solo rota por la tenue luz de la luna que se filtraba por las ventanas rotas. El lugar parecía desierto, pero Lee sentía la tensión en el aire. Bajaron del coche, moviéndose con sigilo, sus linternas tácticas cortando la oscuridad.

Dentro, el sonido de teclados y el murmullo de voces confirmaron sus sospechas. La banda estaba allí, en medio de la reubicación de su centro de operaciones. El Dragón Negro estaba de pie frente a una fila de monitores, dando órdenes.

"Somos solo dos," susurró Min. "Necesitamos refuerzos."

"No hay tiempo," respondió Lee. "Nos han detectado. Mira."

Una sombra se movió en la periferia de su visión. Un hombre con un arma.

"¡Policía! ¡Manos arriba!" gritó Lee, su voz resonando en el vasto espacio.

El almacén estalló en caos. Los hombres del Dragón Negro sacaron armas, las luces se encendieron, revelando el alcance de la operación. Servidores, mesas de póker, sacos llenos de dinero.

Lee y Min se cubrieron detrás de una pila de cajas, los disparos silbando a su alrededor. Eran superados en número, pero no en entrenamiento. Se movían con una coordinación impecable, disparando con precisión, buscando una ventaja.

El Dragón Negro, lejos de huir, se unió a la refriega, su rostro contorsionado por la ira. Era un hombre peligroso, y no se rendiría fácilmente.

Min vio una oportunidad. Mientras Lee mantenía a raya a varios hombres, ella se deslizó por el flanco, apuntando al Dragón Negro. Un disparo. El hombre se tambaleó, pero no cayó.

"¡Cabo Min, cuidado!" gritó Lee.

Demasiado tarde. Otro hombre se abalanzó sobre Min, derribándola. Lee disparó, pero el atacante ya estaba sobre ella.

Con una ráfaga de adrenalina, Lee se lanzó hacia adelante, disparando y corriendo, cubriendo el terreno entre él y Min. Se enfrentó al atacante, un forcejeo brutal en la oscuridad. El sonido de un golpe seco. El atacante cayó.

Lee ayudó a Min a levantarse. Estaba aturdida, pero ilesa. "Gracias, Cabo," jadeó.

"Todavía no hemos terminado," dijo Lee, señalando al Dragón Negro, que ahora intentaba escapar por una puerta trasera.

Corrieron, persiguiéndolo a través de un laberinto de pasillos oscuros. El Dragón Negro era sorprendentemente rápido para su tamaño. Finalmente, lo acorralaron en un callejón sin salida.

"Se acabó, Dragón Negro," dijo Lee, su voz firme.

El hombre se giró, su rostro una máscara de furia. Sacó un cuchillo, la hoja brillando bajo la luz de un farol distante.

Min sacó su arma. "No lo hagas."

El Dragón Negro se lanzó. Lee reaccionó instintivamente, bloqueando el ataque y desarmándolo con un movimiento rápido. Min lo inmovilizó en el suelo.

“¡LA PROHIBICIÓN DEL JUEGO ES EL ÚLTIMO VESTIGIO DE LA ANTIGUA OPRESIÓN! ¡PERO ALGÚN DÍA SEREMOS LIBRES DEL TODO!”, gritó el Dragón Negro en el suelo.

La sirena de la policía se escuchó a lo lejos, acercándose. Los refuerzos habían llegado.

Mientras esposaban al Dragón Negro y a sus hombres, Lee y Min se miraron. Estaban exhaustos, cubiertos de polvo y sudor, pero había una satisfacción silenciosa en sus ojos. Habían derribado una parte importante de la red de juego ilegal, y lo habían hecho juntos.

"Buen trabajo, Cabo Min," dijo Lee, una rara sonrisa asomando en su rostro.



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En el texto hay: mafia

Editado: 29.06.2025

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