La Venganza del Dragón

El eco del silencio en Beijing

El cabo Lee estaba de patrulla, el sonido de su coche deslizándose por las calles de Cupertino era el único que rompía el casi perfecto silencio de la noche. Era un veterano, un hombre de pocas palabras y mucha intuición, y algo en el ambiente no le cuadraba. Un escalofrío le recorrió la espalda a pesar de la suave brisa californiana.

De repente, una furgoneta oscura, con las ventanas tintadas, pasó a toda velocidad por un semáforo en rojo. No era la velocidad lo que le llamó la atención al cabo Lee, sino la forma en que se movía, casi furtivamente, a pesar de su tamaño. Decidió seguirla, manteniendo una distancia prudencial. La furgoneta lo llevó a una zona industrial, un laberinto de almacenes y fábricas que dormían bajo la pálida luz de la luna. Se detuvo bruscamente frente a una de las instalaciones más grandes y modernas: una fábrica de Apple.

El cabo Lee frunció el ceño. Algo andaba mal. No había turno de noche en esa sección, y la furgoneta parecía demasiado cercana a la entrada de servicio. Observó cómo tres figuras encapuchadas salían del vehículo, llevando voluminosas mochilas. Con el corazón acelerado, el cabo Lee sacó su radio. "Control, soy el cabo Lee. Solicito apoyo inmediato en la fábrica central de Apple. Sospecho de una actividad delictiva".

Se bajó de su coche en silencio, asegurándose de que su radio estaba en el volumen más bajo. Se movió con la cautela de un depredador, utilizando las sombras y los vehículos estacionados como cobertura. A medida que se acercaba, pudo escuchar fragmentos de conversación. Los hombres hablaban en susurros, pero la palabra "explosivos" se coló en el aire nocturno. El cabo Lee sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la brisa. ¡Estaban intentando volar la fábrica!

Actuó rápido. Antes de que los asaltantes pudieran acercarse a la entrada principal, el cabo Lee salió de las sombras. "¡Alto! ¡Policía!", gritó con voz firme y clara, su mano en la culata de su arma reglamentaria. Los hombres se quedaron congelados, sorprendidos por la aparición repentina. Uno de ellos, el más corpulento, intentó sacar algo de su mochila.

El cabo Lee no dudó. Sacó su arma y la apuntó, manteniéndola firme. "¡No se mueva! ¡Manos arriba y al suelo, ahora!", ordenó. El hombre, viendo la determinación en los ojos del cabo, vaciló. Los otros dos, al ver que su compañero estaba en apuros, empezaron a dispersarse.

Pero el cabo Lee había anticipado esto. Con un rápido movimiento, logró desarmar al hombre corpulento y lo inmovilizó contra la pared de la fábrica. Al mismo tiempo, las sirenas de la policía comenzaron a escucharse a lo lejos, acercándose rápidamente. Los otros dos asaltantes, al escuchar las sirenas, intentaron huir.

—Eres el perro que protege a nuestros explotadores –dijo el hombre.

—Si no te gusta trabajar, no puedes impedir que otros lo hagan -respondió Lee.

En cuestión de minutos, la fábrica de Apple estaba rodeada de coches de policía. Los refuerzos llegaron y los dos fugitivos fueron rápidamente interceptados y detenidos. Las mochilas de la banda contenían, como el cabo Lee había sospechado, material explosivo y herramientas para entrar en la fábrica.

A la mañana siguiente, el cabo Lee era el héroe silencioso de Beijing. Su intuición y su rápida actuación habían evitado una catástrofe. La fábrica de Apple, un símbolo de innovación y tecnología, seguía en pie, intacta, gracias al eco del silencio que un cabo decidió no ignorar.

Ese día, Lee se dirigió al hospital donde estaba Min, donde le dijeron “Todavía no reacciona”.



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En el texto hay: mafia

Editado: 29.06.2025

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