Las campanas de la iglesia resonaban en la oscuridad de la noche, marcando la medianoche en la antigua y misteriosa ciudad. Las calles empedradas y los edificios centenarios eran testigos silenciosos de historias pasadas y presentes, envueltas en un manto de secretos y sombras.
En una pequeña habitación en el corazón de la ciudad, una joven mujer yacía inmóvil en el suelo. Su nombre era Marta. Sus ojos, antes llenos de vida y sueños, estaban ahora abiertos y vacíos, mirando fijamente al techo. El silencio en la habitación era absoluto, roto solo por el goteo constante de un grifo mal cerrado.
Unos metros más allá, en un rincón oscuro, una figura se movía con nerviosismo. Javier, el novio de Marta, estaba allí, sus manos temblorosas y manchadas de sangre. Su rostro reflejaba una mezcla de furia y desesperación. No podía creer lo que había hecho. Los celos, como una tormenta interna, lo habían consumido hasta llevarlo a cometer el acto más atroz.
Pero, mientras Javier huía de la escena, algo extraordinario comenzó a suceder. El aire en la habitación se volvió denso, casi palpable. Una luz tenue, casi imperceptible, comenzó a emanar del cuerpo inerte de Marta. Lentamente, esa luz se fue intensificando hasta formar una figura etérea. Era Marta, pero no como la conocían. Era un fantasma, atrapada entre el mundo de los vivos y el más allá.
Marta abrió los ojos, sorprendida por lo que veía. Podía ver su propio cuerpo en el suelo y a Javier huyendo desesperado. Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su boca. La realidad de su situación la golpeó con fuerza: estaba muerta, asesinada por el hombre que decía amarla.
Desesperada, Marta intentó tocar su cuerpo, pero sus manos espectrales lo atravesaron sin resistencia. Se levantó, flotando ligeramente sobre el suelo, y se acercó a la ventana. La ciudad seguía su curso normal, ajena a la tragedia que se había desatado en esa pequeña habitación.
La ira y el dolor comenzaron a inundarla. No solo había sido traicionada de la manera más cruel, sino que ahora estaba atrapada, incapaz de encontrar paz. Recordó todas las promesas rotas y las palabras vacías de Javier. ¿Cómo había podido no ver el monstruo que se ocultaba tras su fachada?
Mientras flotaba en la penumbra, Marta sintió una extraña conexión con el mundo físico. Aunque no podía interactuar directamente, podía influir en pequeños detalles: un susurro en el viento, una sombra en la esquina del ojo. Esto le dio una chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, podía encontrar una manera de hacer justicia.
Las horas pasaron lentamente, y Marta observó la llegada de la mañana desde su estado espectral. Con cada rayo de sol que se filtraba por la ventana, su determinación crecía. No permitiría que su muerte quedara impune. Tenía que encontrar una manera de castigar a Javier por su crimen atroz.
Fue entonces cuando recordó a Marcos, un joven estudiante de arte que solía observar desde la ventana de su estudio. Había algo en él que siempre le había parecido diferente, una bondad y nobleza que contrastaban con el mundo frío y cruel en el que ahora se encontraba. Quizás él podría ser la clave para llevar a cabo su venganza.
Con esta idea en mente, Marta decidió buscar a Marcos. Si podía hacer un pacto con él, tal vez podría obtener la ayuda que necesitaba para confrontar a Javier y, finalmente, encontrar la paz que tanto anhelaba.
Antes de partir, Marta hizo un último recorrido por su antigua casa. Cada rincón le traía recuerdos de una vida que ahora parecía lejana. Su infancia feliz, los momentos con amigos, y los primeros días con Javier, cuando todo parecía perfecto. Ahora, esos recuerdos eran como espejismos en el desierto, ilusiones de un pasado que nunca volvería.
Se detuvo frente a un espejo antiguo, uno que había pertenecido a su abuela. Mirándose en él, vio su reflejo fantasmal, un recordatorio constante de su nueva existencia. Tocó la superficie fría del espejo, y por un momento, sintió una conexión con su abuela, quien siempre le había hablado de la fuerza de los espíritus y del otro lado.
La tarde comenzaba a caer cuando Marta finalmente se decidió a dejar su hogar. Flotó por las calles estrechas y sinuosas de la ciudad, observando a la gente pasar, ajenos a su presencia. Se preguntó cuántos otros espíritus como ella podrían estar vagando por el mundo, atrapados entre dos realidades, buscando respuestas y justicia.
Llegó al campus universitario donde Marcos solía pasar la mayor parte de su tiempo. Lo encontró en una pequeña sala de arte, trabajando en un lienzo grande. Su concentración era intensa, y Marta pudo ver la pasión en cada trazo que daba. Se sintió atraída por su dedicación y por la energía positiva que emanaba de él.
Marta decidió que esa noche haría su primer contacto. Mientras Marcos guardaba sus pinceles y se preparaba para irse, Marta comenzó a susurrar su nombre. Al principio, él no reaccionó, pero gradualmente, los susurros se hicieron más fuertes, hasta que Marcos se detuvo, mirando a su alrededor confundido.
—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz temblando ligeramente.
Marta sintió un momento de duda, pero luego se armó de valor. Usando toda su concentración, logró mover un pequeño pincel que cayó al suelo con un suave golpe.
—Marcos, necesito tu ayuda —susurró Marta, con una voz que parecía venir de todos lados y de ninguna parte a la vez.
Marcos dio un paso atrás, su rostro pálido. Miró alrededor de la sala, intentando encontrar la fuente de la voz.
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historia corta, fantasmas y venganza, narración en tercera persona
Editado: 01.08.2025