La venganza es mi virtud

Capítulo 2 – El segundo golpe

Todavía me ardían los ojos por lo que había hecho Erick. Me repetía que quizás había escuchado mal, que quizá era una broma cruel… pero no.
Ese día la escuela se convirtió en un lugar hostil. Susurros, risas apagadas, miradas como cuchillos.

Intenté distraerme pensando en Kevin. Al menos lo tenía a él, mi refugio. Eso me daba fuerzas.

O eso creía.

Al doblar por un pasillo, escuché una voz que reconocí al instante. Era su risa. Mi corazón se aceleró: lo vi inclinado hacia Juliana, la chica popular de la que ya había escuchado rumores. Hermosa, altiva, siempre rodeada de miradas.

—¿Tienes novia? —preguntó ella con un brillo curioso en los ojos.
—Claro que no —respondió Kevin, sin titubear, antes de besarla.

Mi mundo se quebró otra vez. Primero Erick… y ahora él.
Me quedé helada, oculta detrás de los casilleros, tragándome el grito que quería salir de mi garganta.

¿Cómo era posible? ¿Cómo podía negarme como si yo no existiera?

Corrí fuera de la escuela. Ese día no regresé a clases. No podía.

Al anochecer, ya en casa, me encerré en mi habitación. Los recuerdos me atormentaban: Kevin tomándome la mano en aquella cafetería, prometiéndome amor eterno, asegurando que él no era como los demás. Y ahora lo veía besando a otra, como si yo nunca hubiera formado parte de su vida.

Al día siguiente, me levanté con la decisión de no ir a la escuela. Estaba destrozada, pero también cansada de llorar. Me preparé un té e intenté convencerme de que todo aquello era solo un mal sueño.

Entonces escuché la puerta principal abrirse.

Fruncí el ceño: yo no esperaba a nadie. Miré por las cámaras de seguridad y mi corazón casi se detuvo.

Era Kevin. Y no estaba solo. Juliana lo acompañaba.

Reían mientras entraban a la mansión, cargando bolsas. Ella traía ropa provocativa; él, botellas de vino.
Juliana miraba fascinada los pasillos, los cuadros, la enorme escalera de mármol.
—Wow, Kevin… no sabía que vivías así. Esta casa es impresionante.
Kevin sonrió con arrogancia, disfrutando su mentira.
—Claro. Todo esto es mío. Aquí nadie nos molestará.

Yo, escondida entre las sombras, sentí cómo la rabia me quemaba por dentro. No solo me había negado como novia… ahora me robaba también mi hogar, mi identidad, mi mundo.

Salí al encuentro de los dos, obligándome a sonreír aunque las lágrimas me quemaban la piel.
—Parece que se van a divertir en mi casa. O mejor dicho… en mi cama.

Los dos se quedaron helados. Kevin balbuceó nervioso:
—Aurora, no es lo que parece, yo solo vine porque olvidé mis cosas…

Juliana abrió los ojos, confundida, mirándonos a ambos.
—¿Tu novia…? ¿Ella es tu novia?

—No, Juliana, yo… —Kevin intentó inventar otra excusa, pero ya era tarde.

La tomé de la muñeca con fuerza y la empujé hacia la puerta.
—Fuera de mi casa. Los dos.

—Aurora, por favor, déjame explicarte… yo… —suplicó Kevin.
—Ya no eres nada mío. Terminamos.

Los eché de la mansión, arrojando las bolsas por la puerta como si fueran basura. Kevin me rogaba entre gritos, Juliana me miraba con desprecio, pero no los escuché.

Cerré la puerta con un golpe seco y apoyé mi espalda en ella, temblando.

Ese fue el momento en que algo dentro de mí se quebró para siempre.




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