El amanecer entraba por la ventana, tiñendo mi habitación de tonos dorados.
No dormí en toda la noche. Las lágrimas habían desaparecido, dejando solo una calma peligrosa, esa que llega cuando ya no queda nada que perder.
Por primera vez, no me sentía débil.
Me sentía… despierta.
Me levanté despacio, observando el reflejo en el espejo. Mis ojos seguían hinchados, pero había algo nuevo en ellos: determinación.
La Aurora que se lamentaba había muerto.
La que miraba ahora sabía exactamente lo que quería.
—Esta vez, mi dinero no comprará amor —susurré—. Comprará poder.
Abrí el clóset y, por primera vez en años, no busqué el vestido que agradara a Kevin, ni el color que Erick decía que me hacía ver “más dulce”.
No.
Elegí algo que me hiciera sentir invencible: un traje negro, sencillo pero elegante. El tipo de ropa que usas cuando decides dominar tu propio destino.
Bajé las escaleras y los empleados me observaron con discreción, tal vez percibiendo el cambio en mí.
—Señorita Aurora, ¿desea que le preparen el desayuno? —preguntó Clara, la ama de llaves.
—No, Clara. Hoy tengo cosas más importantes que hacer.
Salí de casa y subí al auto. El motor rugió como un aviso de guerra.
Durante el trayecto, pasé por las calles donde solía caminar con Erick, riendo de tonterías, creyendo que la amistad era eterna. Luego, por la cafetería donde conocí a Kevin.
Me detuve frente al escaparate. El lugar donde empezó todo… y donde, sin saberlo, también comenzó mi ruina.
Entré.
El mismo aroma a café tostado, el mismo barista amable que me sonrió al reconocerme.
—Tiempo sin verte, señorita Aurora. ¿Lo de siempre?
Sonreí apenas.
—No. Hoy probaré algo diferente.
Tomé asiento junto a la ventana y saqué mi libreta. En la primera página, escribí con tinta negra una sola palabra:
Venganza.
Bajo ella, dibujé una rosa con espinas.
Cada espina representaba un nombre. El primero, Kevin. El segundo, Erick. Y un poco más abajo… Juliana.
No iba a matarlos —aún no—, pero aprenderían lo que significa perderlo todo.
Yo lo había perdido todo por ellos, y ahora ellos perderían su tranquilidad, su orgullo, su falsa felicidad.
Guardé la libreta en mi bolso y pedí la cuenta.
Al salir, miré mi reflejo en el vidrio del local: una chica con una mirada fría, una sonrisa tranquila, y un aura que ya no pertenecía a la víctima.
Era el reflejo de alguien que había aprendido a usar su dolor como un arma.
Subí al coche, encendí el motor y, por primera vez en mucho tiempo, sonreí de verdad.
—De ahora en adelante —murmuré—, mi dinero servirá para mí. Para reconstruirme, para renacer.
Y cuando ellos me vean otra vez…
No reconocerán a la chica que destruyeron.
Aceleré.
El rugido del motor se mezcló con el latido de mi nuevo corazón: fuerte, calculador, peligroso.
Ese día, Aurora nació de nuevo.
Y el mundo aún no sabía el monstruo tan hermoso que había creado.
Editado: 28.10.2025