Los pasillos del hospital olían a desinfectante; sí, lo sé, el aire estaba lleno de ese olor a desinfectante que dan ganas de vomitar. Lisa estaba de pie frente a la puerta de la habitación del hospital, con los zapatitos de Lucas tan apretados en la mano que casi se le sale el corazón del pecho. Miró la carita enrojecida por la fiebre y frunció el ceño como si acabara de comerse un limón. Sabía que Lucas no estaba enfermo en absoluto, pero en ese momento era como si una roca pesara sobre ella.
Daniel estaba a su lado con cara de «hombre de negocios frío» y las manos en los bolsillos del traje. Siempre era tan «inescrutable», como si acabara de resolver la crisis económica mundial. Lisa no le devolvía la mirada, no decía nada, y se respiraba un aire de incomodidad «hay un muro invisible entre nosotros». Pero Daniel sabía que lo que Lisa necesitaba no era su «calma», sino algo de «calidez y preocupación».
-Voy a llamar al médico. Lisa habló por fin, en voz baja, como si temiera romper algún misterio. Se dio la vuelta para irse, pero se detuvo de repente.
-Me iré y te dejaré con Lucas. La voz de Daniel era un poco más suave que de costumbre, aunque seguía pareciendo un cubito de hielo dejado de la mano de Dios.
Lisa apretó los labios, a punto de decir que no, pero asintió al ver su rostro duro y su mirada de «padre estable». Luego no pudo evitar soltar una risita para sus adentros: «Maldita sea, no puedo creer que realmente confíe un poco en él».
Los pasos de Daniel eran tan pesados al salir que sentía como si arrastrara una montaña con él. Se detuvo al abrir la puerta de la habitación del hospital, mirando hacia atrás como si realmente estuviera haciendo un gran sacrificio. Respiró hondo antes de empezar a hablar del estado de Lucas con el médico.
Lisa estaba de pie junto a la cama del hospital, agarrada a la pequeña mano de Lucas y mirando su carita de bebé con sentimientos encontrados. Siempre se había sentido como un «superhombre», una madre fuerte que siempre podía con todo, pero hoy, de repente, tuvo la sensación de que «yo también puedo tener un punto débil»: a veces, ella también quería depender de los demás. A veces, ella también quería depender de los demás.
Daniel volvió a la sala con el informe del médico, con cara de pocos amigos.
-Está bien, es sólo una pequeña dolencia, probablemente del frío. La voz de Daniel era más suave que de costumbre, y había una pizca de emoción no expresada en sus ojos. Lisa asintió suavemente, sin mirarlo.
Inconscientemente, tiró de la mano de Lucas con más fuerza, como si fuera la única forma de sentir una pizca de consuelo, aunque sabía muy bien que la pequeña mano que llevaba no podría soportar el peso de la vida.
Daniel se acercó un poco más y acarició el pelo de Lucas con suavidad, sus ojos se ablandaron.
-Se pondrá bien, Lisa. La voz de Daniel era tan baja que sorprendió un poco, y la breve frase recorrió el corazón de Lisa como una corriente cálida.
Lisa lo miró y habló de repente:
-Has cambiado.
Daniel se congeló un instante, un imperceptible destello de dolor brilló momentáneamente en sus ojos. La miró con un dolor indescriptible en los ojos, como si acabara de darse cuenta de lo que había hecho mal.
-No sé qué hacer, Lisa. Realmente no lo sé. Había un temblor en su voz, una inquietud que lo hacía sentirse vulnerable. Lisa no dijo nada, sólo suspiró y se volvió para mirar por la ventana. De pronto lo comprendió: había sido tan «fuerte», había tenido tanto miedo de depender de los demás, de que la volvieran a hacer daño, que había ignorado las oportunidades que deberían haberle brindado.
-Tú eres el padre de Lucas. Lisa habló de repente, con voz grave. «Independientemente de nuestro pasado, tienes la responsabilidad de formar parte de su crecimiento».
Una mirada de complejidad cruzó el rostro de Daniel. Guardó silencio un momento y luego habló despacio:
-Lo sé. Haré todo lo que pueda.
El ambiente cambió por un momento. Aunque no dijeron mucho, la tensión en el aire pareció rasgarse un poco por alguna fuerza. Lisa se volvió para mirarle, con un poco más de suavidad en los ojos.
-Puedo involucrarte más si realmente lo deseas. Pero no se trata de responsabilidad, sino de que tengas que ocuparte realmente de él, de ser padre.
Daniel asintió, con una especie de determinación brillando en sus ojos, aunque la determinación no era perfecta. Luego palmeó suavemente el hombro de Lisa, un gesto algo incómodo, pero que a los ojos de Lisa transmitía una calidez indescriptible.
Justo entonces, Lucas se removió de repente, abriendo los ojos aturdido para ver a sus dos padres junto a su cama con una suave sonrisa. Lisa y Daniel bajaron la cabeza, sus ojos se encontraron pero no hablaron. En ese momento, fue como si empezaran a comprender: un hogar no es responsabilidad de una sola persona, sino el resultado del trabajo conjunto de dos.
-Mamá, papá ...... Quiero beber agua. La voz de Lucas era como un cálido sol que iluminaba suavemente sus corazones.
Lisa sonrió y fue a traer agua, mientras Daniel bajaba la cabeza y secaba suavemente el sudor de la frente de su hijo. En ese momento, todo el hielo pareció empezar a derretirse.
El sol poniente entraba por la ventana y la cálida luz les daba de lleno. Lisa suspiró suavemente, una decisión arraigaba silenciosamente en su corazón.
-Quizá podamos empezar de nuevo juntos. Dijo en voz baja, tanto para sí misma como para Daniel.
Daniel no respondió de inmediato, sólo le dirigió una mirada profunda. Había determinación y cierta complejidad de emociones sin resolver en sus ojos.
Mientras Lucas se recuperaba poco a poco, Lisa y Daniel iniciaron una de sus conversaciones más profundas: sobre el futuro de su relación, sobre las responsabilidades compartidas, sobre la confianza que podrían restablecer. Aunque su corazón seguía inquieto, Lisa acabó por darse cuenta de que, tal vez, lo que necesitaba era al Daniel responsable y dispuesto a cambiar, y no al hombre de negocios distante del pasado.