El silencio de la casa era ensordecedor. Valeria se sentó en el sofá donde una vez habían compartido risas, y las paredes blancas se sintieron frías y vacías. Las promesas que una vez llenaron la habitación ahora resonaban como ecos huecos de una mentira.
Pero el dolor se transformó en una rabia silenciosa. Valeria se levantó. No sería una víctima. Encontró una dirección en los mensajes de Isa. No iba a confrontar a Adrián, sino a la verdad. Necesitaba verla con sus propios ojos.
Llegó a un pequeño café en una calle arbolada. A través del cristal, los vio. Adrián e Isabella, sentados en una mesa, riendo. Él le tomó la mano, y la miró con la misma devoción que una vez le había prometido a ella. La imagen era tan nítida, tan real, que el engaño se desvaneció, dejando solo la cruda realidad.
Valeria se alejó del café, sin hacer ruido. No había necesidad de palabras. La decepción era un peso en su corazón, pero la verdad la había liberado. El amor que había sentido no era real, sino un espejismo creado por la mentira de Adrián. Y en ese momento, supo que su historia no terminaba allí, sino que apenas comenzaba.