—¿Cómo piensas que la memoria y el alma se relacionan?
—Nunca he pensado acerca de ello.
—La memoria siempre es una selección, más que un archivo inacabable de recuerdos. A esa selección, a ese recorte, además le agregamos elementos salidos de nuestro propio espíritu, de nuestros deseos y prejuicios. Así se forman muchos recuerdos, sobre todo los que guardan gran carga emocional.
—En otras palabras, la memoria es entonces una ficción, una mentira.
—Prefiero pensar que es una verdad, una verdad necesaria. Hoy en día lo que es verdad está cada vez en mayor debate. Las sociedades y los poderes organizados se disputan la verdad constantemente. Dominar la verdad es importante. Pero no es eso a lo que quiero ir…
—¿A dónde entonces?
—¿Qué hay acerca de nuestra verdad? La verdad que nos constituye en aquello que esperamos ser de nosotros mismos.
—La verdad es que soy lo que soy, soy lo que hago, para lo que me he formado y vivido.
—¿Y qué tanto crees que esa verdad no sea algo que te dices a ti mismo, en lugar de ser algo que proviene de la vida misma?
—Soy un empleado bancario, porque el banco me ha dado ese trabajo, y lo que hago es ser parte de esa institución, atender gente, solucionar sus problemas.
—Sí, eso es verdad, pero solo a medias. Te conozco, y conozco al mundo, nunca nadie puede portar esa mirada si no se dice otra cosa a sí mismo, si no tiene otra verdad sobre sí mismo. Sé que tu historia es otra, sé que estuviste cerca de dirigir el que podría haber sido el evento más grande de la década, pero en realidad nunca estuviste ni cerca. Sin embargo, en tus ojos se nota esa verdad. Tu alma imprimió a tu memoria de esa falsa percepción sobre lo que pudiste haber sido, de lo cerca que estuviste, y si estuviste tan cerca, es casi como si tuvieras el derecho a serlo. Con esa confianza y esa verdad te permites a ti mismo portar semejante mirada, con la frente en alto, seguro ante la vida y ante los hombres de tu derecho.
—Aunque eso fuese verdad, ¿acaso soy más culpable que tú? ¿No tienes tu una verdad que te moviliza, que te mantiene en alto?
—Por supuesto que sí…
—Y aun así, tu mirada es distinta de la mía. No ostentas seguridad ni confianza frente al mundo. Diría que tu mirada expresa lo diametralmente opuesto, desolación y tristeza.
—Es que mi verdad es muy distinta. Verás, la vida no se mete con todos los hombres y mujeres, la vida no se interesa por todos, solo unos pocos somos sus víctimas, víctimas de la verdad.
—Pensé que no había una sola verdad…
—Pues sí la hay, pero la verdad absoluta es de otra índole. Las verdades de los hombres y las mujeres, las verdades de sus almas son como pequeños motores, pequeñas ficciones que les proporcionan la chispa necesaria para encender el motor día a día. Esas verdades provienen del alma misma, son su producto y por tanto dependientes del espíritu, son esas verdades que imprimen de color a la memoria y la moldean a su gusto. No obstante, la verdad absoluta tiene otro origen.
—¿Cuál origen? ¿De dónde proviene?
—El monstruo en mi interior no estaba en mí desde el comienzo, vino de afuera.
—¿El monstruo?
—Te contaré una breve historia.
—Adelante.
—En mis memorias fue una noche de invierno, una noche de color rojo oscuro, como el color que puede formarse de colisionar el óxido y la sangre seca. Estaba en la carretera, cuando pude divisar aquel lugar… un lugar sin forma definida, sin volumen, un paisaje inhóspito, en el cual el viento no aplacaba y ningún animal recorría su borde o su interior. A ese lugar van las almas que han visto la verdad, las almas que han visto al monstruo venir de afuera. En ese paisaje todo se vuelve distinto, es como si fuera la introducción a la angustia y la soledad, a la perdición, al amargo sinsabor de un deseo incumplido… incumplido por y para siempre, incumplido desde el comienzo hasta el final. Ahí yace la vida misma, deslucida e insípida, en su forma verdadera. Me estremecí, pero la verdad estaba nuevamente delante de mí, en el paisaje final.
—¿El paisaje final?
—Prefiero llamarle la colina del silencio.
—Me gustaría poder ver la colina del silencio, tal cual como tú lo has hecho, en una noche invernal, oscura y rojiza.
—Verás, en mis memorias es así, sin embargo dudo que haya sido de noche y de invierno, pero desde que vi la colina… en mi corazón es invierno desde entonces. Desde que no solo la vi, sino que asimilé la verdad, mi corazón es invierno.
—Entonces es como decías al principio, tu alma imprimió a tu memoria…
—No, en este caso tanto mi alma y mis memorias fueron moldeadas por el monstruo que vino de afuera, cuando llegó por segunda vez, aquella noche en la colina, en el paisaje.
—Desearía que me lleves a ver ese paisaje, para poder ver al monstruo yo también.
—No puedes, el monstruo no ha venido a por ti y por lo tanto no puedes verlo una segunda vez. Tu verdad está en tu interior, y está bien que sea así.
—Pero…