Luz, era lo único que veía, luz, fuego, personas en llamas corriendo por sus vidas, intentando quitarse el fuego de su cuerpo, rodando en la nieve o saltando en el lago. Los pueblerinos no dejaban de lanzar bolas de fuego y flechas en llamas a todas esas personas, mientras algunos decidieron jugarse su vida combatiendo espada con espada e incluso cuerpo a cuerpo para proteger a su familia y a las personas que aman. Podía ver como algunos decidían huir del lugar para salvar sus vidas, era un caos total.
Ya nos lo habían advertido, la cacería de brujas se había vuelto cada vez más intensa, las personas ya creían en ese “mito” sobre brujas o personas que tenían ciertas habilidades superiores a ellos y tenían miedo de ser dañados por esas “Creaturas”, aunque ellos ya se habían encargado de demostrarle a los “Mortales” que esas no eran sus intenciones, ellos se empeñaban en destruir a cada bruja o brujo que quedara en pie y casi lo logran, al menos en ese lugar.
Yo estaba escondido en mi casa junto con mis padres, mi madre decía que escapáramos todos juntos y reiniciáramos nuestra vida en otro lugar, pero mi padre quería salir a pelear para defender a nuestra gente. Ambos tenían buenas razones y buenos argumentos para defender la decisión que habían tomado, ¿Pero que podía saber un niño de solo 7 años sin poderes ni nada para defenderse?. Se supone que los brujos obtienen sus poderes a muy temprana edad y al menos así era con todos los que yo conocía, excepto yo. Sin Embargo, mis padres no eran muy exigentes en cuento a eso y nunca me obligaron a hacer cosas para obtener mis poderes y ser como los demás.
Así que ahí estaba yo, empacando mis cosas. El portal ya estaba listo para ser usado, estábamos a solo segundos de huir de esa odisea que aún seguía desarrollándose a pocos metros de nuestra casa. Pero unos fuertes pasos nos detuvieron y luego unos fuertes golpes en la puerta, eran ellos.
— ¡Abran la puerta! –Se escuchó en un fuerte grito desde afuera.
No miento, estaba asustado. Más que eso en realidad, solo me oculte tras la falda de mi madre y cerré mis ojos. Varios gritos más se hicieron presentes reclamándole a mi padre que abriera la puerta y al final un estruendoso sonido de la puerta cayendo contra el piso me hizo dar un pequeño salto en mi lugar.
—Sebastián, cariño… –Mi madre se arrodillo frente a mí, mientras escuchaba los gritos de mi padre y las demás personas que habían entrado en nuestra casa.
Yo estaba temblando, todo mi cuerpo parecía hecho de gelatina. Y, en ese momento, solo la imagen de mi padre en llamas se instaló en mi mente. Nada más.
—Escucha, tu padre y yo debemos quedarnos aquí. Necesito que te vayas, tu tía te cuidara muy bien. Ya no hay tiempo –Negó con lágrimas en los ojos y se quitó su collar del que colgaba un pequeño cristal blanco que al parecer tenia algunos destellos de colores y lo puso en mi cuello– Prométeme que te portaras bien y que cuidaras mucho de tu tía. Este cristal te protegerá, recuerda que no importa si tienes o no alguna habilidad, lo importante es que seas bueno con los demás y hagas lo correcto…
— ¡Por aquí hay alguien más! –Escuche los pasos e varias personas subiendo las escaleras y pude ver las sombras proyectándose en el muro afuera de la habitación.
—Recuerda, hijo. Te amamos y siempre estaremos contigo –Como último acto beso mis mejillas y me empujo adentro del portal.
— ¡Mama, espera!
Y se cerró. En un ligero movimiento estaba sentado en el césped en quien sabe dónde. Me levante e intente volver a entrar, pero ya no había nada. No hice más que llorar, sentarme en el pasto y llorar, llorar porque seguramente ya no vería a mis padres otra vez, porque no sabía dónde estaba, pero sobre todo porque no pude ayudarlos Y quería hacerlo, juro que quería. Pero no siempre se puede hacer lo que se quiere, lastimosamente la vida no funciona así. No lo hace.
—Yo también los amo…