La verdad entre las sombras

Four (4)

Maddy

Un silencio espeso, que parecía tragarse hasta el aire.

—¿Hicimos algo? —preguntó Ethan, con un intento de tono despreocupado que no logró sonar natural.

El oficial no respondió de inmediato. Solo repitió:

—Solo será un momento. Hay algo que necesitamos hablar con ustedes.

Me quedé mirando al hombre, luego a mis amigos.
Mi mente ya estaba corriendo con mil posibilidades.

Y todas me daban miedo.
La patrulla nos llevó en silencio hasta la comisaría. Nadie dijo nada en el camino, ni siquiera Ethan, y eso ya decía bastante. El aire estaba denso, como si el coche estuviera cargado con electricidad estática y culpa no confesada.

Cuando llegamos, nos hicieron entrar por una puerta lateral. Las miradas curiosas de los agentes y otros presentes nos siguieron como si fuéramos delincuentes importantes. Yo solo quería desaparecer.

Antes de que entráramos a la sala, una chica rubia con uniforme de oficina se acercó al policía que nos escoltaba y le entregó una libreta. La miró rápido, frunció el ceño, y luego nos indicó con la cabeza que lo siguiéramos.

Nos metieron a todos juntos en un cuarto pequeño, sin ventanas. Solo una mesa de metal, seis sillas, una grabadora encendida en la esquina y una cámara en la esquina del techo. Todo muy CSI versión pueblo espeluznante.

Nos sentamos en silencio. Nadie dijo ni una palabra.

El oficial cerró la puerta tras de sí, se paró frente a nosotros con los brazos cruzados y nos miró por unos segundos largos, como si estuviera esperando que uno de nosotros se quebrara y soltara todo.

Y entonces vino la primera pregunta:

—¿Dónde estaban el 4 de julio, después de las fiestas?

Yo tragué saliva. Miré a Olivia, luego a Sophia. Ashley bajó la mirada. Ethan soltó aire por la nariz y cruzó los brazos. Nos miramos. Todos. Y ninguno dijo la verdad.

Obvio que no íbamos a decir: : "¡Ah sí! Fíjese, atropellamos a un fantasma. Súper normal, ¿no?"
Sí, claro.

—En casa —dijo Olivia.

—Yo también —respondí, casi al mismo tiempo.

—Yo me quedé dormido después del show de fuegos —agregó Ethan, como si no se lo hubiera memorizado mil veces.

Cada que el oficial nos hacía una nueva pregunta, volvíamos a mirarnos entre nosotros, como si estuviéramos sincronizados para mantener la mentira en pie.

Y en el fondo, sabíamos que si uno caía, todos caíamos.
Cuando pensábamos que ya todo había terminado, que podríamos salir de esa habitación con cámaras y aire denso, un policía nos detuvo en la puerta. Tenía cara de no haber dormido en días.

—Deben quedarse un poco más. Sus padres… o tutores… ya fueron informados. Vendrán por ustedes.

Un silencio incómodo se apoderó del grupo, hasta que Sofía, con los brazos cruzados y ese tono de sarcasmo cansado, soltó:

—¿Y los que no tenemos quién venga por nosotros?

El policía se la quedó mirando por un segundo. Luego contestó, sin emoción:

—Sus tutores legales han sido contactados.

Sofía bufó, como si no esperara menos. Yo sentía la tensión en los hombros, como si algo me aplastara desde adentro. Ashley, que había estado callada desde hacía un rato, levantó la voz:

—¿Oiga, y a qué se deben tantas preguntas?

El policía se detuvo. Nos miró. No con sospecha, sino con una especie de pesar que me hizo sentir más incómoda.

—Encontramos a un hombre muerto.

El mundo se detuvo un momento.

Olivia dio un paso al frente, nerviosa.

—¿Y qué tenemos que ver nosotras con eso?

El policía mantuvo la calma, pero sus palabras siguientes fueron como un cubo de agua helada:

—Lo encontramos en la acera, frente al restaurante the stag's head .

Nos quedamos todos en shock.

Yo sentí que mi corazón bajaba hasta mis pies.
¿Cómo que muerto?
¿Cómo que un hombre real?
Se suponía que… que era un fantasma.
Una leyenda.

—Pero… —musité sin darme cuenta— …se suponía que solo aparece el 4 de julio. Eso dicen las historias. Solo ese día.

—Algo cambió —susurró Olivia, sin mirar a nadie—. Algo hicimos. Algo que rompió la regla.

Y en ese momento lo supe.
No era una historia más del pueblo.
Esto era real. Y alguien —o algo— había cruzado una línea que no debía cruzarse.

Seguíamos esperando, sentados, en ese silencio incómodo que solo rompía el zumbido lejano de los teléfonos de la comisaría. Cuando de pronto, el mismo policía de antes volvió a entrar. Esta vez, no venía solo: traía de nuevo esa maldita libreta en la mano.

Se aclaró la garganta, hojeándola como si quisiera estar seguro de lo que iba a decir.

—Señorita King.

Mi estómago se encogió.

Miró la libreta una vez más y rectificó:

—Maddyson King.

Me quedé paralizada.

¿Cómo sabía mi nombre completo? ¿Por qué lo decía en voz alta frente a todos?
Sentí las miradas de los chicos sobre mí. Quemaban. Me atravesaban.
Me invadió una vergüenza enorme, como si de repente todo lo que había estado escondiendo estuviera expuesto. Como si no fuera una simple chica nueva que vivía sola, sino un expediente abierto esperando a ser leído.

Quise decir algo, defenderme, preguntar qué estaba pasando, pero no me dio tiempo.

La puerta de la comisaría se abrió de golpe.

Y ahí estaban.

Mis padres.

No. No, no, no.

Era lo último que me faltaba.

Los chicos —Ashley, Olivia, Sophia, Ethan— se quedaron boquiabiertos, mirándolos como si acabaran de ver un fantasma (irónico, considerando todo lo que habíamos pasado).

Yo, en cambio, no pude soportarlo.

Sentí cómo los ojos se me llenaban de rabia, de miedo, de desesperación.
Sin pensarlo, salí corriendo.
Pasé junto al oficial, esquivé a mis padres, sentí la mano de uno de ellos intentar detenerme, pero me solté. Corrí hasta salir por la puerta de la comisaría…

Y entonces me detuve en seco.

El aire frío me golpeó la cara, y me di cuenta de que no podía huir tan fácilmente.



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En el texto hay: mucho misterio

Editado: 12.05.2025

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