Maddy
Estaba en casa, con el pijama puesto, tumbada en la cama. El insomnio me carcomía, así que tomé la laptop y comencé a investigar sobre el fantasma que nos tenía perturbadas.
Lo primero que busqué fueron archivos de la policía. Pasé horas navegando, pero no encontré nada. Era como si lo hubiesen borrado... o escondido muy bien. Preferí pensar en la segunda opción.
No me voy a rendir, me dije a mí misma mientras abría una nueva página.
Después de varias horas, y demasiadas tazas de café, encontré algo: un blog viejo, casi olvidado, donde una mujer hablaba de cosas extrañas. Su nombre apareció de inmediato: Lidia Sua Michelle.
El encabezado del artículo pertenecía a lo que parecía ser una revista o un pequeño periódico local. Una foto acompañaba el texto, y debajo de ella leí: ¿Una de las maldiciones?
Tocando la imagen, el artículo se abrió completo.
"Se dice que, hace muchos años, los brujos lanzaban maldiciones a familias o hechiceras que querían fuera de sus territorios. Una de las peores era la llamada 'maldición de los muertos vivientes'."
Mis ojos no podían apartarse de la pantalla. Seguí leyendo:
"Se rumorea que, si una familia era víctima de esta maldición, debían abandonar el lugar junto con sus muertos. Si regresaban, sus muertos volverían a la vida."
Leí aquello pensando en mi propia familia. ¿Y si...?
"La maldición prohibía a cualquier miembro de esa familia volver a pisar el territorio, generación tras generación."
Me levanté de la cama de un salto, con el corazón golpeándome el pecho.
No tenía pruebas aún, pero algo muy dentro de mí me decía que esta era exactamente la maldición que le habían lanzado a mi familia.
Y lo peor... no fueron ellos quienes la rompieron.
Fui yo.
Al ser la primera King en regresar a este maldito pueblo, fui yo quien desató todo lo que ahora nos está pasando.
Mi papá tenía razón..
Todo esto es mi culpa.
Esto es mi culpa.
¿Qué les voy a decir a los chicos?
Mis padres sabían que la había cagado, por eso estaban aquí.
Esas preguntas me golpeaban una y otra vez mientras regresaba a mi cama, aún con la laptop en las manos. No podía dejar de buscar, de leer, de atar cabos.
Deslicé la pantalla hacia abajo y encontré otro recorte.
Era una foto.
Un rostro.
Cuando la abrí, sentí que el corazón me caía al estómago.
Era él.
El hombre muerto.
La imagen era borrosa, antigua, pero lo reconocí de inmediato.
Un sudor frío me recorrió la espalda. Temí que en cualquier momento ese rostro apareciera frente a mí, aquí mismo, en mi habitación.
De repente, algo golpeó la ventana.
Antes de que pudiera reaccionar, alguien cayó dentro de mi cuarto.
Grité. Un grito agudo, desesperado, hasta que una voz familiar me susurró:
—¡Shhh! ¡Soy Nate!
Me detuve en seco, respirando agitadamente. Corrí a encender la luz.
Cuando lo vi, lo miré como si fuera un fantasma. Mi rostro era una mezcla de susto y confusión.
—¡Mierda, Nate, casi me matas de un puto susto! —le solté.
Él soltó una carcajada.
—Lo siento, hermanita —dijo divertido.
—¿Por qué subiste por la ventana? ¿No sabes que existe algo llamado puerta? —le reproché.
—Me gustan más las ventanas —respondió encogiéndose de hombros.
—¿Ah, sí? ¿Desde cuándo?
—Desde hoy —dijo, sonriendo.
Puse los ojos en blanco.
—¿Qué haces aquí? ¿No que te ibas a escapar?
—¿Es que no puedo visitar a mi propia hermana? Sangre de mi sangre, con la que compartí siete meses, tres semanas y cuatro días —dijo mientras se acercaba para abrazarme.
—Ajá, claro. ¿Qué te hizo cambiar de idea? —pregunté, sin caer en su jueguito.
—Nada... sólo que este pueblito se ve muy interesante —dijo, con una sonrisa traviesa, como si pensara en alguien.
—Literalmente me odiabas hace rato —le recordé.
—Eso es cosa del pasado, Cruela.
—¿Y tu novia? ¿Tu vida? —insistí.
—Te dije, es cosa del pasado. Ahora hay que consagrarse en el presente.
—¿Y cuál es el nombre del presente? —pregunté, arqueando una ceja.
—Shhhh —hizo un gesto de silencio.
No pude evitar reírme junto a él.
—Qué bueno que no me odias. Ya empezaba a sentirme destripada —dije entre risas.
—Nunca podría odiarte, guapa. Al contrario, perdóname por no haberte ayudado con lo de mamá y papá —dijo en voz baja.
—No te preocupes. Seguimos siendo uno, ¿no? —respondí sonriendo.
—Nada de lo que te dijeron es verdad. Eres la más inteligente de la familia... obvio, después de mí —añadió, provocando otra carcajada entre los dos.
—Compartimos la inteligencia, tonto —le respondí empujándolo juguetonamente.
—Bueno, ya me voy. Pero no sin antes... —se inclinó y me dio un beso en la frente—. Un beso, un abrazo... —me abrazó fuerte—. Y un hasta pronto, chiquita —dijo mirándome con cariño.
—Idiota baboso —le respondí entre risas mientras lo veía dirigirse de nuevo a la ventana.
—¡Chao, Rapunzel! —gritó al saltar hacia afuera, lanzándome un beso al aire.
Yo cerré la ventana de inmediato, asegurándola bien. No quería que otro loco se metiera en mi habitación esa noche.
Luego me eché en la cama, abrazando la almohada, pensando en Nate... y sin pensarlo me quedé dormida
Ashley
No sabía por qué, pero algo en esos libros viejos me hacía sentir nerviosa. Había pasado horas revisando cada página, como si entre las palabras amarillentas se escondiera alguna verdad que llevaba años esperando ser descubierta. Cuando tocaron la puerta, supe que era Sofía.
—¡Ya voy! —grité desde arriba, bajando apresurada las escaleras.
Abrí y allí estaba ella, con su chaqueta favorita y una expresión algo cansada. Entró sin decir mucho, solo con un leve “hola”, y juntas subimos a mi cuarto.
—Los puse todos en la cama —le dije, señalando el montón de libros y revistas que había estado revisando desde la mañana.