La verdad entre las sombras

(13) especial de Ethan Blake p2

Ethan Blake

Me pasé una mano por la cara y avancé entre la gente. Las luces violetas, azules y rojas parpadeaban, bañando el lugar en un caos eléctrico. El bajo retumbaba en el pecho. La música subía. La euforia flotaba en el aire como humo espeso.

La encontré bailando en medio de la pista, sola, llamándome sin decir una palabra.

Y yo, sin pensar en Kevin, ni en la sangre, ni en los fantasmas… solo quería perderme. Aunque fuera por una noche.

—Sígueme, Blake —susurró Isabella al oído, tan cerca que el escalofrío fue instantáneo.

No pensé. Solo la seguí.

Mi mente gritaba que era una King, que era parte de todo lo que detestaba, que nada bueno podía salir de esto… pero ya no me importaba. Qué más daba. Estaba harto de todo: de los muertos, de los fantasmas, de mí mismo.

Ella avanzaba por un pasillo semioscuro del bar, moviéndose como si supiera que la observaba con hambre. Jugaba conmigo, y yo lo sabía, pero aun así… quería jugar.

Giró por una puerta lateral. Por un segundo la perdí de vista. Mi pulso se aceleró al buscarla, hasta que sentí un tirón, una mano jalándome hacia un cuarto oscuro.

Y entonces la vi, y sin decir palabra, me besó.

Sus labios eran urgentes, impacientes. Mi espalda chocó contra la pared mientras sus manos me recorrían como si ya me conociera. Sentía el calor subir por todo mi cuerpo mientras le acariciaba las piernas, sus curvas… Y ella respondía. Me buscaba. Me necesitaba.

Pero cuando sus manos bajaron hacia mi pantalón, las tomé con firmeza y la separé unos centímetros. La miré de arriba a abajo, respirando con dificultad. Estaba hermosa. Ardiente. Irresistible.

—¿Estás segura? —le pregunté con una media sonrisa—. No quiero que me llames llorando mañana.

Ella se mordió el labio, provocadora, y se quitó lentamente el vestido, dejando que cayera al suelo.

No necesité más.

La atraje hacia mí con un tirón y la levanté con fuerza. La llevé a la cama de ese cuarto desconocido y la dejé caer suavemente entre las sábanas arrugadas, mientras me deshacía de la ropa como si me quemara.

Me coloqué sobre ella, nuestros cuerpos rozándose, el aliento compartido, las miradas encendidas.

—Hazlo, Blake —susurró entre besos.

Y lo hice.

Nos perdimos en el momento, en el deseo, en el olvido. Entre gemidos, caricias y sudor, no hubo espacio para pensar. Solo sentir.

Por un rato, no existían los fantasmas, ni las maldiciones. Solo ella. Solo yo. Solo fuego.

A la mañana siguiente desperté con un dolor punzante en la cabeza y el estómago revuelto. Por un momento no supe dónde estaba. Todo me daba vueltas. Giré la cabeza y ahí estaba ella, desnuda y dormida. Mierda... pensé. Todo volvió de golpe. La noche, el alcohol, su cuerpo, su apellido: King. Me levanté sin hacer ruido, recogí mi ropa y salí del cuarto. En el pasillo, me vestí a medias, con la garganta seca y las ideas más nubladas que nunca.

Al bajar, me topé con la misma rubia del bar. Me miró con esa cara de “otro más”. No dijo nada. Yo tampoco. Salí, tomé mis llaves, encendí el coche y fui directo a casa.

Cuando llegué, el chofer me esperaba. Le lancé las llaves sin decir palabra. Solo quería ducharme, dormir... y, lamentablemente, discutir con mi madre.

Entré directo a la cocina. No había nadie. Tomé un vaso de agua como si con eso pudiera limpiarme por dentro. Luego me dirigí al jardín. Mamá siempre está ahí, como si nada malo pasara en el mundo.

—Ethan, mi bebé... ¿Linda noche? —dijo en cuanto me vio. Sabía por qué lo preguntaba.

—¿Quién es Jorsh Blake? —disparé, sin rodeos.

—Buenos días para ti también —respondió con sarcasmo.

La miré sin decir nada. Ella desvió la mirada, fingiendo tranquilidad.

—Bueno, veo que no estás de humor —dijo mientras acomodaba su taza.

—¿Vas a responderme? —insistí, con la rabia asomando.

—No sé de quién me estás hablando, Ethan —dijo con fingida calma.

—¿En serio, mamá? ¿Tienes el descaro de mirarme a los ojos y decir que no sabes de quién hablo?

—Mi amor, ¿puedes calmarte? Ya te dije: no hay ningún Jorsh Blake en esta familia.

—Perfecto, mamá. Nunca ha habido un Jorsh Blake... —me acerqué, con voz rota—. ¿Y sabes qué más? Tampoco hay un maldito Ethan en esta maldita familia.

Me giré y me fui. Subí las escaleras de dos en dos, entré a mi habitación y azoté la puerta. Sentía el corazón latirme en las sienes. Di un puñetazo a la pared. Me sangró un poco la mano, pero no me importó. El dolor físico al menos era real.

Me metí al baño, dejé caer el agua fría sobre mí, como si pudiera congelar lo que sentía.

Cuando salí, la mano me ardía y no podía cerrarla bien. Me puse una venda improvisada, me vestí de nuevo. No podía quedarme en esa casa ni un segundo más.

Así que me fui a la escuela. No porque quisiera estar allí… sino porque, al menos, no era aquí.



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En el texto hay: mucho misterio

Editado: 03.08.2025

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