La lluvia había cesado, pero el aire seguía denso, como si el cielo también estuviera agotado de tanto llorar. Dentro del hospital, el silencio era una presencia constante, tanto como el olor a cloro y café recalentado. En esa quietud, Kevin se sentó una vez más junto a mi cama. No habló. Solo me miró.
No sabía que yo podía oírlo todo.
Cada palabra de aliento, cada suspiro de culpa, cada vez que se quedaba en silencio durante minutos infinitos... lo sentía. Sentía su frustración, su deseo de huir, y su culpa por querer seguir adelante.
—Debería estar feliz porque sigo vivo —murmuró—, pero ¡carajo, Jay! Te fuiste sin avisar, sin decir nada... como si tu silencio lo dijera todo.
Quise gritar que yo tampoco sabía que ese día todo cambiaría. Que el beso que nunca dimos me atormentaba más que cualquier dolor físico. Que si pudiera retroceder, lo besaría sin dudarlo. Que lo elegiría, incluso si el mundo ardiera a nuestro alrededor.
Pero no podía.
Grace apareció esa mañana con una sonrisa fingida y una mirada agotada. Se sentó en la silla que ya era suya por derecho emocional. Había traído una novela, pero no la abrió. En cambio, sacó su teléfono y me puso música suave. "Nuestra playlist", como ella decía.
—Si hoy tampoco despiertas, amiga... igual vengo mañana. Pero al menos estírate, parpadea, pégate un susto. Hazme creer que todavía peleas, Jay.
Quise reír. O llorar. O ambas.
La sala de espera había cambiado. Las caras familiares ya no eran tan constantes. Solo quedaban los incondicionales. Y Jairo. Ese hombre que decía no poder salvar a su verdadera hija, pero que ahora se aferraba a mí como si redimirse a través de mi vida fuera su última misión.
Y en medio de todo eso... una conversación inesperada: Grace y Kevin.
—Ya no puedes seguir esperando —dijo ella, sin rodeos—. Si la amas, díselo. Si te vas, díselo también. Pero no sigas a medias.
—Tengo miedo de que despierte... y me odie por no haberla esperado.
—Y yo tengo miedo de que despierte... y ya no estés.
Mientras tanto, en mi mundo de niebla y voces apagadas, algo vibró dentro de mí. Como si un hilo invisible se hubiera tensado. No sabía si era mi corazón... o mi alma preparándose para decidir.