—Jay... no vas a creer el chisme que me soltó la nueva recepcionista —dijo Grace, cerrando la puerta de la habitación como si compartiera un secreto sagrado—. Prepárate porque esto es nivel telenovela.
Acomodó su bolso, se quitó los tacones y se sentó a mi lado como si fuéramos dos adolescentes en pijamada, no una joven hablándole a su mejor amiga en coma.
—Resulta que al jefe de contabilidad le encontraron... fotos. Y no de las bonitas. En el archivo compartido. Por error. Todo el piso lo vio. Casi me ahogo del ataque de risa cuando escuché que tuvo que pedir vacaciones por "estrés laboral". Estrés mis pestañas, Jay. Vergüenza es lo que tuvo.
Hizo una pausa dramática y me miró con esa expresión suya que solía usar para acompañar sus mejores cuentos.
—Lo más ridículo es que las fotos tenían nombre de archivo "proyecto secreto". Imagínate el trauma.
Podía sentir su energía, su forma de llenarlo todo con vida. Grace tenía esa manera de hablar que convertía cualquier tontería en algo inolvidable. Y aunque no podía responderle, dentro de mí reía. O lo intentaba.
—Pero bueno, amiga, dejando el chisme...—susurró ahora más seria—. Hoy pasé por el café donde siempre pedíamos nuestras malteadas con doble crema. El chico nuevo me preguntó por ti. Le dije que estabas bien, que volverás. Lo dije con tanta seguridad que casi me lo creo. Pero tú... tú me oyes, ¿verdad?
Su voz se quebró apenas. Me tomó la mano y la cubrió con ambas, como queriendo transferirme su calor, su esperanza, su mundo entero si con eso pudiera despertarme.
—Te necesito aquí. No solo para contarte estos cuentos sin sentido. Te necesito para vivirlos juntas, para burlarnos como antes, para hablar mal del mundo y reírnos de nuestras propias desgracias. No me hagas vivir cosas sin ti, Jay. No quiero.
En ese instante, algo en mi pecho se encendió. Una chispa, una punzada... un eco. Como si sus palabras hubieran logrado cruzar el umbral del sueño.