La verdad que me callé

6. Señales de Vida

El parpadeo fue real.

Lo confirmaron las enfermeras, lo anotaron en el expediente, lo comentaron en susurros por los pasillos. “Respuesta neurológica leve”, dijeron. “Estimulación positiva”, anotaron con cautela. Pero yo... yo no desperté.

Grace llegó temprano esa mañana, con una sonrisa ansiosa y los ojos cargados de insomnio.

—Te vi parpadear, Jay —dijo al entrar, como si necesitara convencerse en voz alta—. No fue un reflejo. Fue tú. Fue real.

Se acercó, me acomodó el cabello con dulzura y me besó la frente.

—No sabes cómo se sintió. Fue como ver una grieta de luz en una pared de piedra. Como si el universo finalmente nos respondiera. Pero después… después todo siguió igual. Y eso da más miedo que nada.

Se sentó y empezó a hablarme como siempre. De cosas cotidianas. De la nueva serie que había empezado y abandonado porque nadie la miraba con ella. De cómo su madre seguía preguntando si “mi amiga la durmiente” había mejorado. De cómo una compañera de clases llevaba semanas usando la misma blusa y nadie se atrevía a decírselo.

—Pero lo más divertido —añadió—, es que hoy en el salón confundieron a un nuevo profesor con un estudiante. Se sentó al fondo con nosotros y nadie le dijo nada hasta que repartió la prueba. Fue glorioso.

Rió con fuerza. Con esa risa que me gustaba tanto porque parecía llenar el aire.

—Jay... por favor. No te quedes en esa zona borrosa. Pelea. Ven a casa. Te prometo que podemos ver lo peor de Netflix juntas si eso te hace volver.

Más tarde, Kevin volvió a entrar. Llevaba una chaqueta que no le había visto antes y un cuaderno en las manos. Se sentó en silencio, como tantas veces antes. Esta vez, sin flores. Solo él.

—Grace me llamó —dijo en voz baja—. Me dijo que parpadeaste. Que algo cambió.

Abrió el cuaderno. Empezó a leerme fragmentos. Palabras suyas. Pensamientos sueltos. Deseos. Culpa. Amor. Todo mezclado.

—No puedo dejar de pensar que debí decirlo antes. Que si te hubiera besado aquella tarde en la biblioteca, todo habría sido distinto. Que si no me hubiese callado tantas veces, quizás estarías despierta ahora. Pero... sigo aquí. No por culpa. Por amor. Y porque tú me enseñaste a quedarme, incluso cuando todo se rompe.

Se detuvo. Me miró. Con esos ojos cargados de un cariño que nunca se atrevió a nombrar.

—Parpadeaste, sí. Pero necesito más. Dame más, Jay. Pelea por mí como yo estoy peleando por ti.

Esa noche, Matías volvió. Esta vez, con auriculares.

—Te traje música —susurró—. La de ese grupo raro que siempre ponías cuando te enojabas con el mundo. Decías que sus letras te hacían sentir comprendida.

Puso los audífonos sobre mi almohada y comenzó a dibujar en silencio. Dibujó mi cuarto. Nuestro perro. Una versión de mí, sentada con un libro. Mientras él trazaba, tarareaba bajito, como si eso lo mantuviera conectado a mí.

—No sé si estás aquí —dijo al fin—. Pero yo lo estoy. Porque te amo, hermana. Porque todavía creo que vas a despertar.

Y de nuevo, dentro de mí… algo vibró. Leve. Pero cada vez más frecuente. Como si algo en mi interior respondiera al llamado. Como si el alma reconociera las voces que la llaman por su nombre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.