La verdad que me callé

13. Diagnóstico (Un Recuerdo)

Recuerdo con claridad los días previos a que todo cambiara. Kevin seguía visitándome todos los días. Casi no hablaba. Solo se sentaba a mi lado y me tomaba las manos. A veces su mirada decía más que cualquier palabra. A veces parecía contener lágrimas que no se atrevía a soltar frente a mí. Grace, en cambio, no paraba de hablar. Me contaba todo lo que ocurría fuera del hospital, desde lo más trivial hasta lo más gracioso. Su voz era como un ancla: me recordaba que la vida continuaba allá afuera… y que aún me esperaba.

El cuarto día llegó. Con él, los médicos extranjeros. Se reunieron con los especialistas locales y me sometieron a una nueva batería de estudios. Exámenes neurológicos, resonancias, análisis que apenas entendía pero que observaba con la esperanza muda de que significaran algo. Tardaron dos días más en tener un diagnóstico completo.

Para ese momento, ya éramos una especie de familia extendida dentro del hospital. Enfermeras, camilleros, administrativos… todos sabían quién era Jaydriel. Todos habían apostado en silencio por mi regreso. Recordar aquella reunión con los médicos todavía me eriza la piel.

[...] (Este recuerdo se quedó grabado como una marca. Aunque ya desperté, esas palabras vivieron con nosotros mucho tiempo. La resignación, la tristeza… y la fuerza silenciosa de quienes decidieron no rendirse.)

Y luego vino esa otra escena, que Lina me recordó con detalles mientras me cepillaba el cabello semanas después. Gustavo Marín, el hermano del Sr. Marín, llegó a casa de los Salcedo un domingo por la mañana... (continúa el texto como está).

Afuera, el mundo seguía girando. Dentro de esa casa… una verdad se acomodaba como podía: Jay no estaba sola. Nunca lo había estado.




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