Los días posteriores a esa revelación fueron extraños. Ya estaba despierta, sí. Pero la vida no se reinicia como en las películas. No abrís los ojos y ya sos vos otra vez. Volver es una construcción. Y la mía iba ladrillo por ladrillo.
Lina me lo dijo una tarde mientras me ayudaba a peinarme:
—Estás volviendo. No importa si es lento. No importa si a veces duele. Lo importante es que estás regresando a ti.
Afuera, el clima era templado. Una ventana entreabierta dejaba entrar el sonido del mundo. No como un grito, sino como un murmullo amable que me invitaba a participar otra vez.
Ese día, por primera vez, me levanté con ayuda de un caminador. No caminé mucho. Solo hasta la ventana. Pero fue suficiente para que Lina aplaudiera bajito y Matías gritara emocionado desde el pasillo:
—¡Lo sabía! ¡Dije que volverías a caminar antes de Navidad!
Era abril.
Kevin llegó justo en ese momento. Me vio de pie. Se detuvo como si no pudiera creerlo. Luego caminó hacia mí, despacio, como si tuviera miedo de romper la imagen. No dijo nada. Solo sonrió. Y esa sonrisa… fue el premio a todos los dolores.
—Estás hermosa —dijo por fin—. De pie… sos imparable.
Le sonreí. Con él, las palabras no eran tantas. Pero lo que no decía, lo entregaba con los ojos.
Más tarde, Grace apareció con un cartel que decía: “Día 1 de la nueva Jay”. Le pedí que no hiciera escándalo. Ella me guiñó un ojo y puso el cartel sobre mi mesa de noche como si fuera una medalla.
—¿Sabés qué pensé cuando abriste los ojos? —me dijo—. Que ibas a ser distinta. Y no me equivoqué. Pero no distinta como pensás. Estás más tú. Más honesta. Más libre.
—¿Libre de qué? —pregunté.
—De todo lo que no dijiste antes.
Grace tenía razón. Había una versión anterior de mí que vivía midiendo las palabras, los gestos, los afectos. Pero ahora… ahora no quería quedarme con nada atragantado.
—Quiero decir lo que siento —dije, como si fuera una declaración a mí misma—. Quiero vivir desde adentro, sin tanto filtro.
—Entonces, nena —respondió con una sonrisa luminosa—, empezá a decir que te querés. Porque yo te quiero desde siempre.
Esa tarde llegó también René. No lo veía desde antes del accidente. Se acercó tímido, con una caja de galletas bajo el brazo.
—No sabía si vendría —dijo—. Pero Grace me convenció. Me dijo que eras un poco más ruda, pero aún dulce. Y tenía que comprobarlo.
Reí. O intenté. Me dolió el abdomen. Pero valió la pena.
—Siempre fuiste bueno para suavizar los momentos difíciles —le dije—. Y sí… soy más ruda. Pero todavía me gustan tus galletas.
Nos sentamos juntos. Él me habló de sus cambios, de lo difícil que fue vernos distanciarnos como grupo después de mi accidente. De cómo Lionel fue el puente entre todos.
—Por cierto —dijo René—, Lionel está abajo. No se atrevió a subir hasta saber si querías verlo.
—Decile que suba. Que nunca más dude que quiero verlos.
Lionel llegó poco después. No traía galletas. Pero sí una lista de películas horribles que quería ver conmigo para “reconectarnos con el mundo”. Lo abracé. Y ahí supe que los vínculos que importan no se rompen. Se estiran. Se ponen a prueba. Pero no desaparecen.
—No sé qué versión de vos sos ahora, Jay —me dijo—. Pero seguís siendo mi amiga favorita para burlarnos del mundo.
—Perfecto —le respondí—. Porque el mundo y yo tenemos cuentas pendientes.
Por la noche, Lina me ayudó a acostarme. Me habló de sus planes. De cómo había pospuesto cosas importantes por estar conmigo. Pero no lo decía como quien se queja, sino como quien elige.
—Siempre supe que valías la espera —me susurró—. Y todavía lo creo. No sabés lo fuerte que fuiste. Ni lo fuerte que nos obligaste a ser.
Me quedé en silencio. No quería romper la magia de ese momento.
Esa noche, escribí. No una novela. Ni un poema. Solo unas líneas:
Estoy viva. Y no tengo que entenderlo todo para agradecerlo.
Guardé la hoja bajo la almohada. Porque algunas palabras no son para ser leídas. Son para recordarnos que sí podemos volver. Incluso desde lo más hondo.
Y en la oscuridad de la habitación, con el murmullo de las máquinas y la respiración tranquila de alguien que ya no teme dormirse, sentí que había dado el primer paso. No solo físico.
Volver no era un milagro. Era una decisión que tomaba cada día.