La Academia Estatal de Gaudiúminis era una de las más grandes que existían en aquella ciudad, ya que ocupaba una manzana entera y contaba con tres pisos de altura. Pero lo que hacía que aquella estructura fuese tan agradable a todos lo que estaban adentro, era el gran y enorme jardín que se encontraba en el medio del edificio, que parecía un pequeño bosque arbustos y árboles de baja estatura. Todo eso era posible gracias a que el instituto poseía la forma de un gran coliseo.
Simplemente era maravilloso. Un edificio de tres pisos de gran altura que rodeaba de manera mezquina un bello y cuidado terreno repleto de flora muy variada.
Pero si bien a los alumnos en general les encantaba tener mucho espacio, no todos estaban de acuerdo con esa idea. En especial Yésika, que cada vez que tenía que ir a comprar comida a sus amigos debía atravesar todo el inmenso patio y adentrarse en uno de los edificios de la academia para llegar al único lugar en donde vendían algo para comer.
Luego de conseguir la comida, caminó de regreso a encontrarse con Yeik y Gache, usando los altos y largos pasillos de adentro del edificio mientras cargaba con los tres sándwiches. A pesar de que estos tenían su iluminación correspondiente, había ciertos espacios donde no podía vencer a la oscuridad; eso, sumado al eco que daban sus pasos y a un centenar de puertas sin abrir, le daba un aspecto bastante solitario.
Sin embargo, antes de que su camino se bifurcara, se encontró con una chica peliroja y pecosa, apoyada en una esquina, de uniforme desarreglado y con dos chuletas en el cabello que pretendían acomodar un poco su descuidada melena. Su nombre era Ali, quien tenía dieciocho años de edad y era una conocida alumna bravucona del último año, la cual siempre iba acompañada por sus dos fieles amigas. Sorprendentemente, ahora se encontraba sola.
—¡Ey! ¡Tú! —le dijo a Yésika, quien solo soltó un suspiro de resignación. Ya sabía lo que estaba a punto de venir:
—Hola, Ali —respondió, deteniendo su marcha—. ¿Sucede algo?
—Pues verás... hoy me olvidé de traer comida. Y estoy hambrienta ¿Podrías darme un sandwich?
—Aquí vamos de nuevo —susurró para ella misma. Luego siguió en voz alta—. Lo siento Ali, pero no son para mí.
—Hmm... Entonces veo que tendré que hacerlo por las malas.
—Argh, Ali, no. Por favor —dijo Yésika, fastiadada—. No tengo tiempo para esto.
Yésika quiso continuar su camino cuando este fue obstruido por Eli, quien con un cuerpo robusto y su peinado de hongo apareció repentinamente por una de las puertas y evitó cualquier tipo de espacio libre para avanzar. Yésika quiso tomar el otro camino, pero en este ya se encontraba Odi, una chica con uniforme desarreglado, cabello dorado y recojido.
Finalmente, Ali se puso a sus espaldas para terminar de rodearla y dar su ultimátum.
—¿Vas a darme tu comida o tendremos que quitártela?
Yésika, como si fuese un chiste de mal gusto, blanqueó los ojos y frunció el ceño.
—Bien, escuchen. Esto va a terminar mal para ustedes y lo saben ¿En serio van a hacer esto? ¿Otra vez?
—¿Te extraña? —resonó una voz en algún lado de los pasillos. A pesar de eso, nadie pudo identificar de dónde venía.
—Ahora... si hay algo que realmente no entiendo, son a aquellos padres que se toman el lujo de pagar una academia tan cara a sus hijas, pero no pueden darle dinero para un simple sándwich.
—¿Eh? —dijeron al unísino las tres chicas. De repente, Rai se encontraba ahora a solo unos metros de distancia de Ali:
—Al fin y al cabo, lo único que hacen es gastar un dineral para convertir a sus hijas en unas mugrientas delincuentes.
—¡¿Y este quién diablos es?! —dijo enfurecida la peliroja.
—¿¡Y quién se cree que es!? —le siguieron en conjunto las voces de Eli y Odi. Las tres bravuconas se voltearon y enfrentaron a Rai, quien no se inmutó en lo absoluto. Yésika, en tanto miraba algo intrigada lo que estaba ocurriendo, pudo notar perfectamente en su mirada que no estaba para bromas.
—Eso no les importa. Lo que importa ahora es saber quiénes se creen ustedes para tratar de enfrentar a la mejor combatiente de magnen de esta academia ¿Acaso son estúpidas?
La joven Yésika quedó sorprendida. No tan solo porque se dirigía a las matonas con una bravura que podía resultar bastante imprudente para alguien nuevo, sino también porque sabía quién era ella, a pesar de no haber siquiera practicado juntos.
Rai, quien había notado un reloj en lo alto de la pared que separaba el camino bifurcado, vio que una de las agujas llegara a las doce. Entonces, Rai comenzó a avanzar hacia Ali.
—Bien, es el momento —dijo Rai sin cambiar ni por un segundo su expresión de seriedad. Pero Ali no sedía tampoco. No iba a dejar que alguien la tratara así. Entonces, ella enfocó la enorme espada que él cargaba en su cintura y lo desafió
—¿Acaso crees que por tener una espada puedes intimidarme? —respondió instintivamente la bravucona—. Si te crees tan hombre ¡Pelea sin la espada!