Aquel día era el último antes de comenzar el fin de semana. Y ya llegado el mediodía y terminada la jornada, era de esperarse que el trío galleta conformado por Yeik, Yésika y Gache se esperaran mutuamente en la puerta de entrada de la academia para ir a comer. Pero mientras ella aún se dirigía hacia dicho lugar de reunión, el otro par de amigos quedó apoyado en una pared, en silencio y mirándose de reojo cada cierto tiempo.
—No me mires así —dijo Yeik al fin—. Comienzas a ponerme nervioso.
—¿Y cómo querés que te mire? ¿Sos loco vos?
—¿Me vas a dejar que te explique aunque sea?
—¡No deberías ni preguntármelo! —recalcó Gache.
—¡Lo que pasó es que...!
De manera contradictoria, el delgado amigo le hizo señas para que no hablara. Yeik no comprendió lo que sucedía hasta que vio a Rai caminando a lo lejos hacia la salida de la academia. Inevitablemente, este notó al par de amigos y se acercó a ellos con una leve sonrisa. Se puso exactamente al frente de Gache e hizo un breve silencio.
—¿Se te ofrece algo, señor alegría? —dijo el canoso con cierta apatía.
—¿Cómo te quedaron los brazos?
—Igual que tu madre, imbécil.
Ante la torpeza de la respuesta de su amigo, Yeik decidió intervenir:
—Ey, Gache, tranquilízate. No es para que reacciones así.
Su amigo no contestó. Acto seguido, Rai dirigió su mirada lentamente hacia el de pelo azul y luego volvió a clavar su mirada a quien tenía en frente. Su sonrisa aún se mantenía en el rostro.
—Luchador de magnen... ¿Y necesita que otra persona lo controle?
—¿Acaso no tienes otra cosa que hacer que molestar? —volvió a intervenir el combatiente de cabellos azules ubicándose al frente de Gache, quien ya comenzaba a mostrar signos de impaciencia. A pesar de eso, Rai siguió ignorándolo.
—Por eso siempre perdiste ayer, Gache.
—¿¡Podés rajar de una vez!? —explotó el canoso con un grito— ¡Me importa una mierda lo que me digas!
Luego de aquel rugido, Yeik quedó congelado, mirando a su amigo y estupefacto ante su repentina furia. De igual modo, todos los alumnos que pasaban por allí en ese momento quedaron mudos, observando desconcertados aquella situación. El chico nuevo solo se encogió de hombros y dejó escapar una pequeña risa.
—Nos vemos a la tarde.
Así, el nuevo alumno se retiró de la academia y dejó al público en una gran confusión. Mientras tanto, a Gache se le podían notar los tensos puños que iban relajándose de manera paulatina:
—Es un pelotudo.
—Ya está, amigo —volvió a insistir Yeik—. Tranquilízate, no es para que te sobresaltes.
—¡Gache! —gritó Yésika, apareciendo por fin por el lugar— ¿Qué pasó? ¿Qué fue ese grito?
—Solo fue Rai. Se acercó a provocarlo. Es todo.
—Sí... es todo... —reafirmó Gache. No obstante, Yeik notó nuevamente como sus puños volvían a ajustarse, así que decidió cortar el tema por lo sano y dirigirse hacia las afueras del instituto. Pero no sin antes encontrarse de frente y de manera muy repentina con la pequeña Arlet.
Sobresaltarse del susto le resultó, al de pelo azul, algo prácticamente imposible de disimular.
—¿Podrían...? ¿Puedo....? Emmm... Necesito pedirles un favor.
Yeik y Yésika quedaron expectantes y miraron con curiosidad a Arlet, que parecía esperar una respuesta de alguno de los presentes. La pequeña joven, viendo que nadie contestaba, decidió proseguir con su pedido:
—¿Podrían... no contar nada de lo que pasó hoy?
—Tranquila Arlet —respondió Yésika con una sonrisa—. A todos nos ha pasado alguna vez.
—Eso es cierto —siguió su compañero, guiñando un ojo—. No te preocupes, no diremos nada.
Arlet relajó los músculos de su cuerpo y de su cara luego de escuchar esas palabras, mostrando un poco más de tranquilidad. Pero no le duró mucho al ver que las personas que ella tenía en frente estaban esperando una respuesta de su parte, lo que hizo que intentara gesticular algunas palabras que terminaron diciendo lo mismo que nada. Entonces, ante su dificultad para expresarse, recurrió a un escueto "gracias" y se fue corriendo hacia las afueras de la academia. Yeik y Yésika se miraron entre ellos sin comprender qué era lo que había ocurrido. Luego de unos segundos, la muchacha rompió el silencio.
—Esa chica es rara
—Me voy a mi casa—interrumpió el canoso para sorpresa de ambos—. No estoy de humor y no me siento bien.
—¿Qué? —respondió Yésika— ¿No vas a comer con nosotros? ¡Pero mi madre iba a cocinar hoy tu...!
—Ya te dije que no. Y no me interesa mi plato favorito, Yésika. Me vuelvo a mi casa.
Esas fueron las contundentes palabras de Gache, quien después de acomodar su mochila en su espalda, se dirigió hacia las afueras del instituto sin desviar la mirada. A pesar de eso, Yeik intentó levantar un poco los ánimos del ambiente con su característico buen humor: