Parecía no haber ni un alma en la gran academia estatal de Gaudiúminis. Los patios estaban vacíos, las aulas deshabitadas y los pasillos desolados. Todo era así en aquel lugar, a excepción de una de las bibliotecas, donde Arlet Trápaga se disponía a leer un libro.
Esa tarde, luego del vergonzoso episodio del baño que ella tuvo, evitó a cualquier persona que se cruzara con ella y se aventuró adentro del edificio, donde encontró unos deshabitados pasillos que desembocaban, entre muchas habitaciones cerradas, en aquella biblioteca.
Entonces, con una pequeña linterna y gracias a aquellos ocultos corredores, ella burló las principales entradas y se filtró por la noche en el instituto, decidida a tener su momento de lectura mientras comía comida chatarra con los pies sobre la mesa. Y aunque se encontraba en medio de una inmensa oscuridad de aspecto escalofriante, Arlet siempre prefería no estar en su hogar cuando tenía la oportunidad de hacerlo.
Todo era mejor que volver a su hogar.
Mientras solo podía escuchar retumbar a una aguja de reloj, la pequeña muchachita dejó el libro sobre la mesa y se desperezó.
—Ah... Tranquilidad. Sin gente ni ruidos molestos. Sin duda es lo mejor —afirmó para ella, luego de resfregarse los ojos, tratando de quitarse el sueño—. ¿Qué hora será?
Cuando iluminó con su linterna a ese reloj que colgaba en lo alto, pudo ver que marcaba las tres de la madrugada. No obstante, aquello no representaba ningún obtáculo para que ella siguiera leyendo. Pero cuando ella apartó la linterna para volver a su libro, pudo ver unos pequeños reflejos rojos en una mesa cercana. Por tal motivo, Arlet volvió con su linterna a esos reflejos y pudo ver a un gato negro que la observaba:
—¡Oh! ¿Qué haces tú aquí a estas horas?
El felino no pudo contestar de otra manera más que con un maullido.
—Parece que te gusta la tranquilidad... ¡Igual que a mí! Espero no haberte interrumpido.
Pero al animal no parecía importarle sus palabras, por lo que decidió ignorarla lamiéndose una pata.
—Eres tan adorable... —dijo Arlet con dulzura—. Ven aquí, pequeño.
Sin embargo, el gato se espantó inmediatamente al ver que la chica se le acercaba, demostrándolo con los pelos parados y con un largo y silencioso bufido. Y por más que ella intentaba tranquilizarlo, cada vez que avanzaba un paso, el gato retrocedía uno hacia atrás.
Ante la insistencia de ambas acciones, el felino acabó cayéndose de la mesa e inmediatamente corrió asustado hacia uno de los pasillos, por lo que Arlet instintivamente comenzó a perseguir al animal, como si fuera un juego.
Fue entonces cuando un extraño apareció corriendo contra ella y la chocó, tirándola al suelo. Arlet apuntó con su linterna al extraño, pero no logró verle la cara. Esta se hundía en la oscuridad de una capucha.
—¡Ey! ¿Qué haces aquí? —gritó la joven en vano, ya que el encapuchado no reparó en voltearse y huyó del lugar. La nueva estudiante solo pudo ver confundida la situación ¿De dónde había salido este tipo? ¿Acaso también conocía aquellos escondidos pasillos para llegar allí? Si eso era cierto, significaba que Arlet podía estar ante un posible riesgo y que tendría que buscarse otro lugar para pasar la noche. Y esa idea no le agradaba para absolutamente nada.
Antes de reincorporarse, la linterna de Arlet había quedado iluminando un libro negro en el suelo, el cual tomó algo extrañada. Dibujo de una estrella en la tapa y sin letra alguna, ni en su tapa, ni en su lomo, ni es su dorso. Era notoriamente diferente a cualquier libro que hubiese tenido antes en sus manos.
Alumbró con la linterna a los estantes polvorientos que la rodeaban, pero no pudo encontrar ningún hueco, por lo que dedució que aquel ejemplar no había salido de esos alrededores.
<Seguro que era de ese extraño> pensó.
Luego de contemplarlo por unos segundos, decidió a revisarlo y abrirlo por la mitad. Y a medida que ojeaba las páginas, iba quedando aún más extrañada de las imágenes peculiares y algo espeluznantes que se encontraban allí. No obstante, no pudo seguir en ese momento. El bufido se escuchó nuevamente a lo lejos del pasillo, donde Arlet encontró al gato negro con los pelos de punta.
—¡Ahí estas! ¡Ven aquí!
Se reanudó la persecución. Ambos estuvieron unos largos minutos dando vueltas por aquél lugar hasta el punto que Arlet ya no recordaba bien el punto de inicio de aquella gigantezca habitación. En determinado momento, el felino se dirigió a un corredor que terminaba en una puerta, lugar donde el gato no dudó ni un segundo en meterse.
Y entonces a la pequeña Arlet ya no le pareció tan divertido. La falta de luz y su evidente desorientación le hicieron sentir escalofríos, aunque la curiosidad le permitió continuar. Eso fue lo que hizo cuando abrió aquella puerta e iluminó hacia adentro, topándose de frente con unas cortas y empinadas escaleras. Éstas llegaban a un sótano que poseía bibliotecas repletas de libros en cada una de sus tres paredes. Por último, para terminar de describir lo poco que había en aquella habitación, se podía apreciar una silla exactamente en el medio de del lugar, la cual se encontraba debajo de un pequeño foco. Cuando la joven vio la bombilla, lo primero que hizo fue buscar un interruptor e intentar prenderlo, lo que dio como resultado una débil y parpadeante luz amarilla que terminó por estabilizarse.