Gache se econtraba, como siempre, echado cómodamente en su piedra preferida haciendo sus anotaciones en un cuaderno. Sin embargo, algo que no era natural, era que Yeik le estuviese hablando de manera tan insistente. Entonces, debido a que eso no le permitía concentrarse apartó un poco la mirada de su cuaderno y comenzó a charlar con él sobre un tema que había quedado al pendiente.
—¡¿Cómo que no le vas a hablar a Yésika?! —se exaltó el de pelo azul— ¡Me dijiste que ibas a hacerlo!
—Solo fue un vil engaño de mi parte para que te tranquilices —dijo el canoso—. Ahora que estás bien, tenés que hablarle vos.
Yeik comenzó a realizar un forzoso intento para dar un argumento razonable. Pero como solía sucederle, cada vez que intentaba hacerlo, sus ideas se transformaban en una maraña de palabras que terminaban saliendo de su boca como un ruidoso y caótico balbuseo inentendible.
—Escuchá, Yeik —interrumpió Gache con su sereno y modesto tono de voz, que combinaba la sabiduría de un anciano junto con la paciencia de alguien que tenía que resolver el mismo problema una y otra vez—. No es que no quiera hacerlo, pero sos vos el que se mandó la cagada. Las disculpas van a perder todo su valor si te escondés detrás de mí.
El de pelo azul quedó en silencio, reflexionando aquellas palabras.
—Además ¡Es tu mejor amiga! —recalcó con énfasis el canoso—. No te va a guardar rencor para siempre. A menos que no pidás disculpas. Ya sabés como es ella...
Yeik se adentró en su mundo y terminó de procesar lo que había escuchado. Su amigo, como siempre, tenía la razón.
—Sí, mejor iré a disculparme —dijo Yeik cambiando la desesperación por optimismo—. Aprovecharé que ahora ella se fue sola al negocio.
—De paso traeme un sándwich. Ese es el costo por mis servicios de emergencia.
Yeik, luego de dar una carcajada, corrió en busca de su amiga, lo que permitió a Gache volver a concentrarse al cien por ciento en su cuaderno.
Los gráficos iban cobrando mayor sentido, las ideas iban fluyendo cada vez más y los cálculos comenzaron a resolverse a la perfección. Todo coincidía. Sin embargo, luego de unos 5 minutos de pura focalización, apartó la vista del cuaderno debido a que algún sexto sentido le indicó que había una presencia a menos de diez centímetros de su cara.
—¿Y qué hago si Yésika no me escucha?
Gache, asustado por la repentina aparición, cerró su cuaderno y se lo estampó contra la cara de Yeik, que no tuvo la más mínima oportunidad de reaccionar.
—¡¿Qué hacés, pelotudo?! —le gritó el canoso, sin contenerse—. ¡No te aparezcás de la nada! ¿¡Sos loco vos!?
El de pelo azul, que trataba inútilmente de superar el dolor, articuló algo muy parecido a la palabra "perdón", y sin reclamar nada, volvió sobre sus pasos y fue nuevamente en busca de su compañera.
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Recién salida del negocio con su paquete de galletas, Yésika comenzó su ardua batalla contra el envoltorio, el cual no estaba dispuesto a abrirse. Para comenzar, la pequeña tira que tenía la función de abrir el paquete estaba completamente pegada, hasta tal punto que Yésika dudó si relamente no era solo una pintura. Pero cuando logró tomar una milimétrica parte de esta, jaló de ella de manera que solo pudo arrancar una pequeña porción del envoltorio:
—¿En serio? —se quejó.
Sin darse por vencida, esta vez intentó abrir las galletas con la uña de sus dedos por la pequeña parte que había logrado arrancar, pero la fuerza que ella le aplicó fue la suficiente para romper la mitad de todas las galletas que se encontraban allí adentro. De todos modos, el paquete seguía cerrado:
—Carajo...
—Veo que tienes problemas.
Al voltearse hacia la voz de origen, pudo observar a Rai sentado al pie de un pilar. Como otras veces, este observaba fijamente a un reloj de pared que se encontraba a lo lejos.
—¡Rai! Qué sorpresa —dijo la joven, esbozando una sonrisa amistosa—. Pues sí... un pequeño problema...
Sin pronunciar ni una palabra, Apraiz extendió la mano, y le pidió implícitamente el paquete de galletas que Yésika tenía. Ella, al comprender su intención, se lo dio y observó cómo éste lo escondía detrás de su espalda mientras realizaba algunas maniobras con sus manos. Pero al de cabello celeste no le interesaban las galletas exactamente:
—Me refiero a otro problema —dijo escuetamente—. ¿Qué pasó con Yeik?
—¿Con Yeik? Oh... nada. Nada realmente importante ¿Por... por qué lo preguntas?
—Es obvio. No se hablaron en toda la clase.
Rai, entonces, dirigió sus azulados ojos marinos hacia los de Yésika. Su incisiva mirada le hizo entender que él no estaba hablando por hablar. Él sabía que algo no andaba bien.