Las clases de todas las mañanas seguían su curso normal, con la única diferencia de que Yeik y Yésika ya no se sentaban juntos; la joven de cabello puntiagudo había intercambiado de asiento con Rai, de manera que se había acabado la convivencia entre aquellos mejores amigos.
El resto era la misma rutina de siempre: Yeik intentaba prestar atención a la clase, Arlet dormía sobre un libro negro y Rai y Yésika escuchaban lo que la maestra decía con total indiferencia. A pesar de que el de pelo azul no dejaba de pensar en las recientes palabras que había recibido de su entrenador, intentaba atender a la clase de todas formas. O eso era lo quería hacer cuando notó que Rai le había dado un pequeño papel a Yésika, que inmediatamente ella leyó.
—¡SEÑORITA TRÁPAGA! —pegó un grito la profesora, quien hizo exaltar a todos—. ¡Me parece una total falta de respeto que usted esté durmiendo mientras estoy dando la clase!
No obstante, Arlet era la única que ni se había percatado siquiera de que había una persona gritando al frente del aula. Estaba sumida en un profundo sueño, por lo que tampoco reaccionó ante la insistencia de la instructora. Entonces, Yeik utilizó un lápiz he hincó la cabeza de su compañera:
—Ey, Arlet. Despierta.
Con muchísimo esfuerzo y como si su cabeza pesara más que todo su cuerpo, ella levantó la mirada y dejó al descubierto su cara totalmente desfigurada por el sueño. La piel estaba marcada por los bordes de la tapa del libro, sus ojos estaban rojos e hinchados y sus ojeras eran tan enormes como moradas.
Sin embargo, ya nadie se sorprendía por eso. Todos se habían acostumbrado a ver a la pequeña Arlet en ese deplorable estado, aunque reconocían también que cada semana se la veía peor.
—Mmm... ¿Maestra?
—¡Esta es la tercera vez que la llamo! —dijo la profesora a la somnolienta alumna—. ¿Acaso piensa dormir en todas las clases?
—Disculpe... he tenido malas noches últimamente.
—¡Eso no es de mi incumbencia! Si usted no puede venir a prestar atención, mejor no venga ¿Me escuchó?
—Pero...
—¡Pero nada! Estoy cansada de que siempre sea la misma historia con usted. Así que, o se sienta bien, o...
De repente, el timbre de recreo comenzó a sonar y todos los alumnos del aula inmediatamente salieron disparados hacia afuera. Con el sermón de la maestra interrumpido, Arlet dejó caer su cabeza contra el libro y continuó con su siesta:
—Hmmm... para que sepas, no habrá otra oportunidad, señorita Trápaga.
Pero su mensaje se fue al aire. La joven alumna ya se encontraba en un profundo sueño como para escuchar algo de lo que había ocurrido a su alrededor. Así, con el aula casi vacía, la maestra tomó sus cosas de mala gana y se fue, dejando solos a Arlet, a Rai y a Yeik:
—¿Y? —dijo Rai, rompiendo el silencio— ¿Qué te dijo el entrenador?
—Y a ti qué diablos te importa.
A diferencia de la rabieta que tenía el de pelo azul, el de pelo celeste contestó con una sonrisa y un notable buen humor, tanto que generaba desagrado.
—Ey, qué antipático. Al parecer Gache tenía razón, tienes mucha angustia encima de ti.
—Rai, Gache dijo eso mucho antes de llegar al instituto ¿Acaso estuviste espiándonos?
—No lo llamaría espiar... —dijo tomándose la quijada—. Yo le diría "escuchar casualmente".
—¿Ah, sí? ¿De la misma manera que "escuchas casualmente" todo lo que pasa?
El chico de cabello claro pronunció su sonrisa y dejó escapar una pequeña carcajada. Luego comenzó a negar levemente con la cabeza, como si estuviera escuchando tonterías:
—Dime, mi querido amigo Yeik ¿Hace cuánto eres amigo de Gache?
—¿Y eso qué tiene que ver con lo que te estoy preguntando? —contestó, molesto.
—Yo no confiaría tanto en él.
—Rai ¿De qué estás hablando?-
—Hablo de lo que pasó en el baño el primer día, Yeik.
—¡Ey! —interrumpió el joven Lix—. Ten cuidado con lo que dices, ella está aquí.
—No te preocupes, ella duerme. No podrá escucharnos.
Yeik, como para corroborarlo, miró por unos segundos a Arlet, quien dormía como un tronco sobre su libro. Entonces, recordando las palabras que ya había dicho su no tan querido compañero, contestó:
—¿De dónde inventaste que me he metido en la casilla del baño con ella?
—Quizás si prestaras más atención a lo que te dije desde el principio, entenderías.
—¡Mierda, Rai! —gritó el de pelo azulado— ¿Podrías simplemente ser más claro en lo que tratas de decirme?
En ese momento, al vigoroso joven se le acabó la paciencia. Quitó inmediatamente su sonrisa y volteó a ver a Yeik con unos ojos intensamente amenzanantes.