Se encontraba ajustada con lo horarios.
Debido a que se había desvelado toda la noche pensando y reflexionando, Yésika casi se quedó dormida, pero había despertado a tiempo para llegar a la academia a un horario más o menos razonable. Y aunque ya eran las 8:05 de la mañana y las clases ya debían haber comenzado, la joven utilizaba sus dotes de combatiente para correr por las veredas de Gaudiúminis a una velocidad superior a la de un atleta corriente.
Derrapó justo antes de las grandes escaleras de entrada, las subió con solo dos grandes zancadas, y continuó su carrera por dentro del instituto, que no estaba habitado por absolutamente nadie, lo que era una mala señal: no podía demorar más tiempo. Cruzó el enorme jardín, esquivó algunos árboles y finalmente llegó a la entrada del curso, donde en un costado reposaban dos difuntos pupitres, totalmente destruidos.
Como era de esperarse, a ella le llamó la atención. Si bien era común que cada cierto tiempo los alumnos rompieran los bancos con su torpeza, nunca había visto un acto de salvajismo tan extremo como el que habían sufrido esas dos pobres víctimas ¿Qué podría haber pasado?
Entró al aula y, para su suerte, la maestra no estaba. Alivio para Yésika. Llenó sus pulmones para calmar su agitada y nerviosa respiración, y miró hacia la multitud de compañeros en búsqueda de su asiento
Sin embargo, algo no cuadraba.
Sí, su asiento estaba vacío, como era de esperarse, pero a su derecha no existía ningún pupitre. Y a la izquierda del mismo solo había un casual Yeik, quien la observaba a su compañera con una enorme y brillante sonrisa que deslumbraba todo su optimismo y energía positiva.
Entonces, Yésika extendió su visión un poco más y decidió comprobar una teoría, observando al asiento de la izquierda de Yeik. Y tenía razón: los asientos que faltaban eran el de Rai y el de Arlet, lo que significaba que Yésika solo podía sentarse al lado del joven Lix, en medio del curso y con una notable separación con el resto de los compañeros del curso.
—No puedo creer que lo haya hecho —susurró para sí misma, a su vez que comenzó a dirigirse a su pupitre.
No obstante, ella no quiso sentarse a su lado. Y además de eso, era lo suficientemente orgullosa para permitirlo, así que tampoco iba a aceptar su destino con tanta facilidad. Entonces, con cierta molestia, tomó el asiento vacío, tiró sus útiles escolares sobre él y empujó la silla para alejarse de él.
A pesar del esfuerzo, eso no ocurrió:
—Creo que tu banco está pegado al suelo, Yess —dijo Yeik, quien estaba sentado con la espalda recta, las manos entrelazadas y una extrovertida sonrisa.
Era cierto. La chica miró hacia abajo y notó que su asiento estaba soldado al suelo. Por lo tanto, mirando a su compañero con cierta molestia, la muchacha procedió a su plan "B", que consistía en empujar el asiento enemigo. Pero Yeik continuaba mostrando sus deslumbrantes dientes al saber que Yésika tampoco iba a poder llevar a cabo su plan de aquella manera:
—Mi banco también está pegado al suelo.
Yésika volvió a mirar hacia el suelo y, efectivamente, el banco no iba a moverse. Y antes de poder aplicar cualquier otro plan de emergencia, apareció la maestra, lista para comenzar la clase. Por ende, Yésika no tuvo otra opción que sentarse al lado de él.
De hecho, tenía otra opción. Sentarse al lado de él pero de mala gana.
La maestra comenzó a hablar, ella se sentó con la mayor desgana posible y comenzó a mirarse las uñas para contrarrestar los efectos incandescentes de la sonrisa de Yeik. Luego de cinco minutos de perseverancia pura de su par, Yésika decidió tomar medidas al respecto:
—Si sigues mirándome así le diré a la profesora que estás acosándome — susurró.
—Yess, solo quiero que hablemos —contestó de igual manera el de cabellos azules, casi entre dientes para no abandonar la sonrisa.
—Mirarme como un retrasado no hará que quiera hacerlo.
—Está bien, no lo haré ¿Pero podríamos hablar?
—¿Qué? ¿Quieres hacerlo ahora? —le preguntó Yésika, con disgusto—. ¿En medio de la clase?
—No, ahora no. No seas ridícula.
—¿¡Que no sea qué!? —gritó exaltada la de puntiagudos cabellos ante la gran insolencia que acababa de llegar a sus oídos. Sin embargo la joven recién tomó conciencia, luego de varios segundos de tardanza, que no estaba sola en el aula. Y no solo los ojos de los alumnos la apuntaban asombrados, sino también la de la maestra, quien tenía una mirada más acusadora. Entonces, Yésika pidió disculpas con una risa nerviosa y se deslizó lenta y sigilosamente hacia su asiento de nuevo.
Ella no dijo nada, pero manifestó su molestia contra Yeik cruzando los brazos, tensando sus manos y frunciendo el ceño.
—Ey —insistió Yeik— No era para que te alteres. Solo era una forma de decir.