Como era normal, la joven madre de Yeik, Amanda Lix, se encontraba sentada en el pequeño comedor de su casa, viendo la televisión en su pequeño tiempo libre. Cuando el reloj marcara las 9:00 am, ella saldría de allí, se iría directamente a trabajar y volvería cuando el sol cayera. No obstante, dudaba realmente de que el sol llegara siquiera a aparecer esa tarde, pues las nubes habían cubierto el cielo repentinamente.
Por ende, para estar prevenida de lo que ocurriría ese día, miraba el canal de noticias con la esperanza de que apareciera el pronóstico del clima. Pero se había enganchado con otra nota que había aparecido. Y no era cualquiera, de hecho, era una grandiosa noticia para todos los habitantes de Stella Amoris: luego de recibir ayuda de la comunidad interplanetaria, se había instalado al fin la primera base interespacial en Stella Amoris, en reconocimiento a sus extensos períodos de paz en la población. Y eso no podía significar más que una cosa: la posibilidad de viajar hacia otros cuerpos celestes.
Era algo que la emocionaba. Sin duda, era lo primero que pensaba contarle a su hijo cuando lo viera más tarde. Sin embargo, para su sorpresa, Yeik apareció más temprano de lo que ella esperaba.
Luego de escuchar un portazo y de sentir unos fuertes pasos asomándose por un pasillo, el chico pasó caminando velozmente por el comedor y siguió de largo hacia otro pasillo.
—¿Yeik? ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en...?
La mujer no tardó en recibir un sonoro portazo como respuesta. Entonces, extrañada a más no poder, decidió levantarse y dirigirse hacia la habitación de su hijo; a punto de tocar la puerta, comenzaron a escucharse golpes desde adentro del cuarto. Y podía reconocer esos típicos ruidos, los cuales únicamente ocurrían cuando Yeik estaba enojado.
Esperó un poco, dejó que todo se calmara y finalmente escuchó el ruido del colchón de su cama, lo que significaba que su hijo finalmente había terminado con su alboroto y se había acostado boca abajo, rendido. Recién en ese momento, Amanda decidió llamar nuevamente:
—¿Hijo?
—¡Me importa una mierda si no estoy en la academia! —respondió Yeik, escudándose de su madre.
—No me contestes así, jovencito. Abre la puerta.
—¡Déjame en paz! ¡No voy a salir de aquí!
—¿Podrías decirme por lo menos qué fue lo que sucedió? —contestó la madre luego de un respingo. Sin embargo, esta vez no obtuvo respuesta alguna, y así se repitió con los posteriores intentos de la madre por hacer que su hijo entrara en razón. Ante la ineficacia, fue a revisar el reloj del comedor.
8:56 am. Pronto tendría que ir a trabajar.
A pesar de que comenzaba a agotarse su paciencia, respiró profundo e intentó por última vez:
—Está bien, hijo. Sé que ahora estás enojado. Pero cuando te tranquilices, recuerda que puedes contar conmigo siempre ¿Sí?
Ella esperó unos segundos más frente a la puerta, pero tampoco obtuvo respuesta y ya no podía perder más tiempo. Aunque quería quedarse para tratar de hablar un poco más con Yeik, éste claramente no correspondía de la misma manera su deseo, por lo que se dirigió hacia el comedor para buscar sus pertenencias e irse a trabajar.
Pero antes de lo hiciera, la puerta de la habitación del chico se había abierto. Amanda se detuvo al escuchar el pequeño rechino de las bisagras y se dio la vuelta para ver a su hijo, quien más que una expresión enojada, tenía una cara llena de angustia y resignación.
—De hecho... eres la única con la que cuento, mamá —susurró Yeik, apenas asomando la cara por la angosta ranura—. Pasa si quieres.
Dejó la puerta exactamente en la misma posición y se adentró a la habitación. Su madre, a pesar de que ya debía irse, fue lentamente y con cuidado para poder conversar finalmente con su hijo.
Cuando entró por aquella ranura, vio que el cuarto era un total desorden.
Los libros y útiles escolares estaban desparramados por todos lados, al igual que la ropa. Algunos muebles, como la mesa de luz y su escritorio se encontraban volteados. Y como detalle infaltable, su espada estaba clavada en la pared; Todo esto era alumbrado por solo una pequeña lámpara que se encontraba tumbada en el suelo, como todo lo demás.
Por último, echado en su cama y de espaldas, se encontraba Yeik. Su madre caminó hacia él esquivando obstáculos y se sentó a su lado:
—Cariño... ¿Por qué hiciste todo esto? ¿Qué fue lo que pasó?
—Hice todo mal... hice todo mal, mamá —. Yeik inmediatamente tomó la almohada que tenía en su cabeza y comenzó a golpearla una y otra vez—. ¡Hice todo mal! ¡Hice todo mal! ¡Perdí todo!
El de cabellos azules aumentó la velocidad de sus puñetazos e incluso trató de arrancar un pedazo de la tela. No obstante, su madre lo detuvo tomándole suavemente uno de sus brazos:
—¿Es por esto que estuviste de gruñón durante todo el mes?