Miraba atentamente el reloj que se encontraba en su oficina. Hace ya un tiempo había comenzado a ojearlo, esperando a que indicara que ya debía volver a casa. Sentado frente a su escritorio, con la puerta de entrada abierta hacia el exterior, observaba como el temporal se volvía cada vez más y más salvaje.
Sin embargo, mientras pensaba en lo mojado que iba a quedar si salía, sonó aquel pequeño pitido que marcaban las doce en punto de la noche.
Empapado o no, el oficial iba a volver a su hogar para descansar.
Tomó el enorme manojo de llaves que se encontraba en un cajón y aseguró la gran puerta metálica que se encontraba detrás de él, que tenía cinco grandes seguros. También cerró las ventanas, aseguró los cajones de su mismo escritorio y fue directo hacia la puerta para cerrarla e irse finalmente del lugar.
No obstante, antes de que pudiera siquiera salir, dos muchachas llegaron repentinamente hacia la entrada y empezaron a hablar simultáneamente y en voz alta, de manera que no se entendía lo que decían. El oficial entonces llamó a la calma:
—¡Ya! ¡Tranquilas! ¡Ya! Bajen la voz, que estoy al frente de ustedes.
—Señor oficial, por favor, necesitamos hacer una visita —contestó la de menor estatura, desesperada.
El oficial dio un suspiro y las miró con seriedad.
—Lo siento. Las visitas se terminan exactamente a las 12 de la noche. Vuelvan mañana, y más temprano, por favor.
—No pudimos venir antes —contestó la más grande de las dos—. Vivimos muy alejadas de aquí. En la ciudad de Arúmenis.
—Lo lamento, niñas. Pero ese ya no es mi problema. Tengo órdenes que cumplir.
—¡Por favor! ¡Por favor! —volvió a insistir la misma muchacha—. Solo serán unos segundos.
—¡Sí, sí! Solo serán unos segundos ¡Menos de un minuto! —añadió la otra joven.
El oficial hizo silencio y dio otro suspiro a modo de resignación. Se inclinó levemente hacia atrás y observó con un poco más de detalle a las dos visitantes.
Estaban empapadas por la lluvia y jadeantes por una probable carrera realizada contra el reloj. Además, si era cierto que venían de la ciudad vecina, el no abrirles la puerta convertiría su largo viaje en nada más que una pérdida de tiempo.
Entonces comenzó a dudar:
—¿Y en tan poco tiempo quieren verla?
—Sí, solo queremos entregarle unos bombones ¡Mire!
Luego de que la más chica de las dos respondiera, la más grande mostró una caja cuadrada que tenía el tamaño de sus dos manos. Así, el oficial cedió a extender unos minutos más su jornada de trabajo:
—Tendrán solo tres minutos. Le dan la caja y se largan ¿De acuerdo? —. Las muchachas gritaron de la emoción y se metieron rápidamente a la oficina. El oficial, en tanto, sacó el seguro de uno de los cajones del escritorio y puso una planilla sobre la mesa. Además, también sacó una pluma—. Díganme sus nombres.
—Greten —respondió entusiasmada una de ellas—. Mi nombre es Odi Greten.
—Y el mío es Eli Krazán.
—Bien... —dijo el hombre de seguridad—. ¿A quién vienen a visitar?
—Venimos a visitar a Ali Krafter.
El hombre terminó de escribir su planilla, tomó su manojo de llaves y fue directo a destrabar los seguros de la puerta metálica.
—Síganme. Y manténganse cerca.
Así, Eli y Odi fueron por detrás del oficial y caminaron a lo largo de un amplio pasillo, el cual era iluminado por luces blancas que se iban encendiendo a medida que avanzaban. Hacia ambos lados, se podían ver una multitud de celdas con sus respectivos prisioneros dentro. Algunos de ellos dormían, pero otros se acercaron rápidamente hacia los barrotes para observar silenciosamente a las visitantes.
—¡Celda 103!
La voz del uniformado retumbó por todo el predio. No obstante, nadie daba respuestas:
—¡Celda 103! ¡Tienes visitas!
Caminaron un poco más y finalmente llegaron a dicho lugar donde vieron a Ali recostada en una cama, con pantalón largo y una camiseta mangas largas de color gris. Entonces, con aparente entusiasmo, las visitantes despertaron a su amiga mediante gritos.
—¡Cállense, idiotas! ¡No soy sorda! —respondió Ali, enfadada. Luego se sentó sobre la cama de su celda y miró a sus amigas con ojos somnolientos—. ¿Qué diablos quieren a esta hora?
—Perdón la demora, amiga. Te trajimos esto para que no te sientas sola.
Al finalizar las alegres palabras de la rubia, Eli sacó su caja de atrás de la espalda y se la enseñó, emocionada. Sin embargo, la pelirroja no mostraba el mismo afecto:
—Han venido a esta hora... ¿Por esto?
Ambas visitantes asintieron. Ali observó al oficial con cierto fastidio, como quien hace mal su trabajo, y volvió a dirigirse hacia Odi:
—Supongo que...Gracias de todas formas.
La prisionera abrió los brazos y comenzó a acercarse hacia su rubia amiga, quien hizo el mismo gesto. No obstante, cuando la visitante pasó los brazos por medio de los barrotes, Ali no dudó en tomar con rapidez sus muñecas, lo que produjo la sorpresa de la misma: