La verdad secreta - El renacer del ente

Capítulo 28 - El gran tributo

2:45 am. La lluvia caía torrencialmente, los rayos iluminaban por instantes y los truenos aturdían sin cesar a toda la ciudad capital.

Las tres muchachitas, Ali, Eli y Odi, se encontraban atadas de manos y pies, cada una en una silla. Tenían cortes por todo el cuerpo y, además, cada una estaba separada a casi un metro de la otra, rodeando a lo que creían que era una niña; a pesar de que un débil foco iluminaba lo que era un pequeño cuarto de libros, no pudieron distinguir mucho más sobre ella. Lo único que sabían era que se encontraba en el medio de aquél lugar, arrodillada y con una espada en la cintura, recitando palabras incomprensibles frente a a un libro negro y abierto.

Más allá de eso, no tenían idea de qué era lo que ocurría. No sabían dónde estaban ni tampoco sabían por qué. Solo estaban allí, gritando auxilio mientras sus voces eran calladas por los estruendos estrepitosos de la tormenta.

Finalmente, llegado el momento, Rai abrió la puerta de la habitación, descendió por unas escaleras e ingresó con algunos pañuelos, dispuesto a taparles la boca a las rehenes. Cuando solo faltaba callar a Ali, ésta comenzó a gritar:

—¡Exijo una explicación ahora mismo, imbécil! ¿¡Qué diablos quieren de nosotras!? ¡Te voy a hacer pagar todo lo que me estás haciendo!

—Entonces quédate quieta, que aún te falta mucho por cobrarme.

Rai acercó el pañuelo a su boca con el fin de callar cualquier otro ruido molesto que proviniera de Ali. Pero entonces, Arlet habló:

—No, Rai. A ella todavía no. Déjame hablarle un poco.

A pesar de que él no entendía el motivo, se apartó de la rehén mientras la pequeña de pelo largo se acercaba lentamente hacia Ali. La pelirroja había reconocido al instante a aquella chica, de manera que largó unas carcajadas:

—Oh... ya comprendo. La debilucha nenita de primaria buscó ayuda para desquitarse de mí —dijo, despreocupada—. Para que sepas, esto solo te vuelve una cobarde.

De repente y en cuestión de segundos, Arlet apuntó con su ondulada y puntiaguda espada a los ojos de la rehén. En su rostro había desaparecido cualquier rasgo de alegría y relajación.

—Mucho más cobarde es golpear a "nenitas debiluchas" que no saben defenderse ¿No crees?

Ali, a pesar de tener el arma al frente de sus narices, desvió su mirada hacia la pequeña muchachita. La pelirroja no entendía por qué, pero ya no podía identificar a su captora; no por su apariencia física, sino porque sentía que la inocencia que solía apreciarse en ese frágil cuerpecito ya no era tal.

Sentía que no era Arlet. Sentía que no era ella la que estaba sosteniendo esa espada.

No obstante, Ali no quiso dejarse intimidar. Entonces, para que el miedo no se propagara en su cuerpo, ella hizo la cabeza hacia un lado y desafió a la pequeña con altanería:

—Vamos ¿Crees que te voy a creer? Solo eres una estúpida perra miedosa.

No fueron las palabras más acertadas. Arlet no dudó ni un instante en pasar rápidamente la afilada punta sobre el costado de la garganta de Ali, quien dio un alarido de dolor y comenzó a sentir cómo su sangre bajaba con lentitud hasta la base de su cuello

—Más vale que cierres tu inmunda boca —dijo Arlet, de manera severa—. O te prometo que ese corte va a ser más profundo.

Además de adolorida, Ali se sentía muy confundida ¿Cómo alguien como ella podía cambiar tan drásticamente? ¿Cómo se había transformado en una persona capaz de lastimar sin duda alguna?

Pero no se había terminado ahí. La rehén comenzó a sentir nuevamente aquella punta, que ahora estaba acariciando diferentes partes de su cuello y de su cara. Y a medida que aquella punta se arrastraba en ella, a Arlet se le iba dibujando lentamente una escalofriante sonrisa que, en tanto se acentuaba, parecía menos humana.

—Je... jeje... Mira a quién tenemos aquí... No creas que te he olvidado, Ali —dijo la pequeña mientras guardaba la espada en su estuche—. ¿Sabes? Te veo bastante disgustada, y a mí me gusta tener a mis invitados contentos. Quizás un pequeño truco de magia te alegre.

Así, la muchachita empezó a hacer florituras con las manos. Luego tomó los cachetes de Ali y, deslizando las manos, se dirigió hacia sus orejas. De allí sacó un reloj de muñeca totalmente destruido:

—¡Oh! ¡Miren que impresionante! ¿Quién sabe de quién es?

Arlet miró a todos los que estaban en su habitación, pero no recibió respuesta. Ambas prisioneras observaban a la chica con grandes ojos abiertos, pero sin mover siquiera un músculo. Rai, en tanto, solo revisaba seriamente la hora de su muñeca, como si estuviera esperando algo.

—Sí, Ali. Este reloj es mío. —dijo abandonando unos segundos su sonrisa—. O lo era. Porque ya no sirve para nada.

Arlet observó con cierta melancolía al pequeño artilugio, quizás recordando el mal momento por el que había pasado. Pero un par de segundos después, le dirigió la mirada a la pelirroja y su sonrisa volvió a aparecer:



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En el texto hay: accion, aventura y misterio, aventura y amor

Editado: 01.08.2019

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