2:06 am
Hasta ese entonces, Yeik había estado inmóvil en un lugar bastante pequeño y oscuro. Lo único que iluminaba aquél lugar era la brillante luz de la pequeña luna de Stella Amoris.
Luego de todo lo ocurrido, allí fue donde él terminó. Junto con Gache, llevó a casa a Yésika y ahí se recuperaron por completo en el cilindro de curación. Y aunque los padres de la muchacha quedaron aliviados ante la aparición de su hija, no todos podían compartir el mismo sentimiento.
Por tal razón el de cabellos azules estaba en aquel lugar. Por más que intentaron animarlo, nadie podía detener el incontenible llanto del joven Lix. Ya nada ni nadie podía reparar el daño que estaba hecho dentro de él por la pérdida de su ser más preciado. Entonces, mientras los demás descansaban dentro de la casa de Yésika, el chico pidió estar a solas en la pequeña casa del árbol.
Pero luego de descargar todo lo que tenía en su interior, quedó sin fuerza alguna para continuar llorando. Y a causa de la terrible tristeza que lo inundaba, tampoco podía dormir. Simplemente quedó acostado en el suelo de la casa de madera, observando con una mirada vacía el techo de la habitación.
Cuando llegaron las 2:06 de la madrugada, Yeik supo que no era el único que no podía dormir.
—¿Yeik? ¿Cómo estás? —dijo Gache asomando su cabeza por la puerta— ¿Estás mejor, pibe? ¿Podemos pasar?
La respuesta de su amigo fue solo un débil asentimiento. El canoso, entonces, subió a la casa junto con Yésika, tomaron un almohadón cada uno y se acomodaron al lado de su compañero.
No obstante, parecía que nadie sabía realmente qué decir. La muchacha y Gache había acordado llevarle una botella fresca de agua a Yeik, para intentar mostrar su apoyo de alguna manera. Pero no lograron más que hacer que bebiera un trago. Luego de eso, él continuaba con una mirada inexpresiva y sin mover ni un músculo.
—Yeik... emmm... no sé qué hacer. Me siento terrible por... —. El canoso detuvo sus palabras, pues no quería nombrar a su madre. No obstante, encontró otras con las cuales seguir—. Todo es mi culpa. Lo siento mucho.
Yeik, con un moviendo lento y desganado, miró a su amigo. Luego volvió su mirada al mismo lugar:
—Todo es mi culpa, Yeik. Si yo no me hubiera puesto los guantes blancos... Y todo porque te dejé inconsciente —dijo Gache mientras bajaba la mirada, avergonzado—. Y si no hubiese tomado la estúpida decisión de dejarte allí solo con...
—Cállate, Gache.
Si bien Yeik continuaba inexpresivo, Gache sí se volteó a mirar a su compañera, asombrado. Su expresión mostraba que no se había esperado en absoluto la interrupción de Yésika, quien continuó:
—No voy a soportar que te eches la culpa. Tú lo único que buscaste es el bien de nosotros dos. Es lo que siempre buscaste para nosotros desde que somos amigos. Sería demasiado cobarde de mi parte que esta vez, después de todo, no aceptara mis errores.
La joven, luego de dar un profundo suspiro y tragarse su orgullo, comenzó a hablarle al de pelo azul, aunque no se atrevía a mirarlo directo a los ojos:
—Yeik... yo... estoy muy confundida. Pasaron tantas cosas que no comprendo... pero te debo la vida —. A medida que hablaba, cada vez alejaba más su vista de su inexpresivo compañero—. Y luego de lo que pasó con Rai no encuentro las palabras que expresen lo afligida que estoy por... no creerte... por dudar de ti y hacerte daño.
No obstante, Yeik continuaba inmóvil. No reaccionó ante ninguna de las palabras que su amiga estaba pronunciando para él, y eso no le pareció una buena señal; cuando lo miraba por el rabillo del ojo, podía sentir que la vida y la alegría que habitaban dentro de él estaban totalmente ausentes.
Yésika no quería eso para él. Ella quería arreglarle de alguna manera su alma partida:
—Yo soy la culpable de todo. De no haber sido por mí, nada de esto hubiese pasado.Yo fui la que confió en la persona equivocada. Si no hubiese sido por todo esto que hice... tu madre...
Guardó silencio. Finalmente había entendido qué era lo que había provocado. Y en ese instante una inmensa culpa comenzó a emerger dentro de ella. Una culpa que comenzaba a quitarle el aire, a llenarle los ojos con lágrimas y quebrantar su voz:
—Perdón, Yeik. Por favor, perdóname. Soy una persona espantosa. Tú hiciste todo para estar conmigo y yo solo te alejé. Te cerré todos los caminos y aún así me buscaste para protegerme. A pesar de lo infeliz que te hice, tú aún buscabas mi felicidad...
En ese momento, Yésika no pudo soportar más la culpa que la castigaba en su interior. Así, se tapó los ojos con ambas manos y quebró en llanto sin mayor consuelo:
—¿Por qué, Yeik? ¿Por qué te arriesgaste por mí? ¿¡Qué hice yo para que me buscaras!? ¿¡Por qué no dejaste que Rai y Arlet me secuestraran!? Si no fuera por mí, a tu madre jamás le hubiese pasado nada ¡Yo soy la culpable! ¡Yo debería haber muerto! ¡No ella! Soy una basura, Yeik. Lo siento ¡Soy una basura!