Emma Bale - All I want
*
El momento había llegado.
Luego de que la profunda investigación de la policía y luego del detallado cuestionario al que sometieron a Yeik Lix, la justicia había determinado que era totalmente inocente y que quedaba en libertad. Tal como pensó que iba a ser. A su vez, la policía comenzó a buscar a los posibles verdaderos asesinos, aunque Yeik sabía que jamás iban a encontrar ni a Rai ni a Ártika.
De todas formas, él ya tenía otro asunto más importante por el cual preocuparse, es decir, el viaje hacia Orbis Surgens.
Lo primero que hizo fue volver a su propia casa para tomar todas las pertenencias que podría necesitar para el viaje. Sin embargo, a partir de aquel momento, sintió que todo lo que estaba a su alrededor había comenzado a retenerlo. Todos aquellos recuerdos habían empezado a revivir dentro de su cabeza y le decían a gritos que se quedase.
Pero no lo hizo. Luego de tragarse una profunda tristeza y angustia, Yeik se convenció a sí mismo de que tenía una obligación que cumplir. Por tal motivo, una vez que terminó de preparar todas sus pertenencias, cargó con un suspiro su valentía y se fue directo a un vehículo que lo esperaba afuera de su hogar; éste pertenecía a la estación interplanetaria de Stella Amoris, el cual lo llevaría directo hacia allí, donde lo esperaban sus dos amigos.
Entonces, como habíamos dicho al principio, el momento había llegado.
8:56 pm
Una vez que arribó a su lugar de destino y luego de haber dejado atrás todo lo que había formado parte de su vida, Yeik se encontraba frente a Yésika y a Gache. Estaban dentro de una gigantezca habitación cerrada, la cual tenía una altura que triplicaba el ancho del mismo. Además de eso, las pertenencias de Yeik se encontraban junto al transbordador que iría a Orbis Surgens, que tenía una forma de un cohete y no medía más de 5 metros de ancho y de largo. Y aunque los tres sabían que era su último momento juntos, las palabras habían quedado atoradas en el nudo de sus gargantas.
No obstante, a pesar de no poder hablar, Gache fue el primero que se animó a desatar esa dolorosa atadura para romper el silencio:
—Bueno, pibe... esto... está un poco difícil, je...
—Yo... no sé que decir —contestó Yeik con dificultad y con lágrimas en los ojos. —Gracias por todo, chicos.
Gache secó inmediatamente una lágrima que había escapado de sus ojos, pues no quería que el último recuerdo que tuviera su amigo sobre él fuera una cara destrozada. Yésika, en su lugar, mantenía la mirada en el suelo, conteniendo con todas sus fuerzas la tristeza que la invadía.
Los tres habían callado de nuevo. No encontraban la forma adecuada de expresarse y cada segundo que pasaban en silencio les dolía en el alma, porque sentían que se les escapaba tiempo muy valioso. Sin embargo, el canoso se esforzó una vez más.
—Te he traído algo, Yeik.
Fue recién en ese momento cuando el de cabello azul había notado que Gache tenía puestos sus guantes blancos. Pero antes de poder preguntarle por qué los traía en sus manos, su amigo ya se los había sacado para sostenerlos al frente de él:
—Tomá. Quiero que te los quedés.
—¿Qué? —contestó Yeik, sorprendido. — ¿De verdad me los vas a...?
—Claro que sí. No sé cómo es ese planeta al que te vas... pero vas a necesitar estar protegido, por cualquier cosa que pueda llegar a pasarte.
—Pero te vas a quedar sin los guantes, Gache. No puedo aceptarlo.
—Pff... —Luego de hacer un ademán con sus manos, el canoso desestimó la preocupación de su amigo. —No te hagás drama, puedo crearme otros. Además vas a poder acordarte de mí cuando los usés.
A Yeik, en tal caso, no le pareció una mala idea; aunque no quería llevarse la invención de Gache, le pareció bueno obtener un último recuerdo de su parte. Y de la misma manera que su compañero le había ofrecido un regalo, el joven Lix pensó que lo mejor era hacer lo mismo con él.
Así, el chico fue a urgar su equipaje en búsqueda de aquello más preciado que poseía:
—Toma, Gache. Sé que también te será útil.
El canoso, como si le estuvieran dando una fortuna, quedó con los ojos desorbitados de la sorpresa:
—No. Vos estás loco. No pienso agarrar tu espada. Si te estoy dando los guantes es para que tengás más protección, no para que quedes igual que antes. No seas boludo, no voy a aceptar.
—Vamos, Gache. Con tus guantes estaré más que bien. Además, así tú también tendrás algo con qué recordarme.
El chico delgado se secó otra lágrima que escapaba de sus ojos y tomó con mucha suavidad el arma que le estaban entregando. Acto seguido y con una combinación de orgullo y tristeza, se colgó la espada en su cintura.
—Más te vale que regresés pronto, che. Acá te vamos a estar esperando.