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Capítulo XVI: El Cumpleaños

"Este capítulo es narrado por Cloe"

Con tantas cosas que habían pasado en la compañía, se me había ido de la mente un plan especial para el día siguiente, como lo era el cumpleaños de Megan: eso era algo que a ella quizás no le importaría en este momento, pero yo no podía dejar que un día tan especial como ese pasara por debajo de la mesa. Además, Megan era mi amiga y no podía tomarme el asunto a la ligera. ¡Eso era algo inconcebible para mí!

Lo primero que hice fue acercarme al comedor de la compañía, para pedirle a las cocineras que prepararan un pastel- no podía haber cumpleaños sin uno- y luego me encontré con Stuart, con la intención de saber si haría algo especial para Megan ese día- era su mejor amiga, creo que eso sería lo indicado-, pero al verme me preguntó:

—¿Qué haces aquí, “Hidden”?

—Antes que nada, debo aclararte que mi nombre es Cloe, no “Hidden” —le dije, un poco irritada por lo del apodo—. ¿Me di a entender, Langley?

—De acuerdo, Cloe. ¿Pero qué haces aquí?

—Hoy es el cumpleaños de Megan, ¿sabes? —le pregunté, haciéndome la desentendida—. ¿No tienes nada listo para hoy?

—No, no creo que a Megan le gusten esas nimiedades de los cumpleaños.

—Pues yo no estoy de acuerdo —le dije, sorprendida por su respuesta—. ¿Pero qué puedo esperar de una persona como tú?

—Explícate.

—Frio, seco, grosero y además, no te importa la fecha más importante de la vida de tu mejor amiga —le respondí, un poco molesta—. Se supone que ella es tu mejor amiga, ¿no crees que debes corresponder a su amistad, de algún modo?

—Lo hago, a mi manera.

—Haciendo lo que ella te dice…—concluí, seria—. Eso no es suficiente, te lo digo yo.

—¿Y por qué dices que no es así?

—Adiós, troglodita —fue lo que le dije, para después ir a mi oficina a ver los videos que Garrett había enviado por correo al grupo, a través de mi tableta.

Antes de eso, me volteé a ver a Stuart, noté que estaba apenado o algo así, porque miraba al suelo, pensativo quizá. Pero yo no sabía si eso era verdad, pues apenas y lo conocía, por eso hice lo que dije que haría y nada más, no quería ver a ese chico el resto del día.

Primero descargué los videos a la tableta, así podría verlos mejor y sin tener que esperar tanto -soy una persona impaciente, odio esperar-, al hacerlo, los busqué entre mis archivos, para que no hubiese confusiones de mi parte al tener que explicar su contenido a Megan y a los otros. Después, los moví a una carpeta específica para ese contenido, lo cual tenía el mismo fin y al final, comencé a revisarlos.

El primero era más de lo mismo: Fitzpatrick maltratando a una chica, esta vez era de unos catorce o quince años, rubia o eso creo que vi- la calidad del video no era nada buena- y pensé: “cuando se sepan todos los crímenes y las violaciones contra los derechos humanos que el Jefe de la Policía Central ha cometido, deseará no haber nacido”. Con el segundo, la cosa cambió un poco, porque esta vez era la vieja decrepita de Jhonson la que estaba maltratando a esos pobres chicos -eran varios los que salían en el video-, pero no a los golpes como su socio, sino insultándolos de la peor forma posible, lo que era maltrato psicológico y, para mí eso era mucho peor que lo primero, ya que de los golpes cualquiera se cura, pero una mente y un alma herida son imposibles de sanar. “Te irás derechito al infierno por esto, Jhonson, con los sentimientos de la gente no se juega”.

En ese momento, recordé algunas cosas de mi vida, la vida que cualquiera pudo haber deseado, excepto yo. Fui hija única del matrimonio Hathaway-O’ Connell, quizá el más acaudalado de la zona de Detroit, Michigan- cuando aún existía- y con una ascendencia de personajes que dejarían a cualquiera con la boca abierta. Pero yo odiaba esa vida.

Mi infancia fue espantosa, tenía miles de alergias y eso, unido a las ansias de sobreprotección de mi madre- que eran muchas-, me hizo tener miedo de cosas tan simples como tener una mascota o animales de felpa, además de que no podía jugar, salir a la calle, ni tener amigos, tenía un maestro particular y bueno… fue horrible. A los diez años, mis padres se divorciaron -a mi vida se asociaba otro evento desafortunado- y él se fue a vivir con otra, se olvidó de nosotras y me condenó a una vida miserable.

En la adolescencia, era la mejor de la clase -lo fui cada año que duró la secundaria- pero nadie se me acercaba, ni yo lo intentaba, era una “asocial” más que probada. Mi madre ni siquiera me miraba, era como una sombra en mi casa y todo se puso peor cuando, en el último año de secundaria, conocí a una chica llamada Corinna, ella fue la única que me invitó a su casa y, para mi desgracia, cuando vi a su familia, específicamente a su padrastro, me sentí tan perdida, que en cuanto llegué a casa y me engullí un frasco de calmantes que me había recetado el psicólogo. No pude soportar que el padrastro de Corinna fuera… mi padre y que ni siquiera se diera cuenta de que yo era su hija… solo quería acabar con todo, nada más.

Unos días después, desperté en un hospital y mi madre estaba al lado de mi cama, angustiada. Ella me miró y me preguntó, apenas vió que recobré la consciencia:1

—¿En qué estabas pensando, Cloe? ¡Casi muero cuando te encontré en tu cuarto así!

—Genial, a alguien le importo —dije, aunque estaba bajo el efecto de la anestesia.

—Ah, vino una compañera… Corinna. Trajo unas flores, pero las tuve que tirar, por tus alergias.

—Me voy a Los Ángeles a estudiar —fue lo que salió después de mi boca, y aunque mi madre creyó que me había vuelto loca, yo estaba decidida a irme lo más lejos posible de casa, para comenzar de nuevo.

Y allí comenzó esta etapa de mi vida, creo que la más productiva, no lo sé. Por eso y otras cosas, sabía lo que era ser rechazada o ignorada, por eso, no quería meter la pata con Megan, ella era mi amiga. Vi la tableta y me di cuenta de que no tenía batería y que tendría que recargarla para ver los videos restantes, eso me dejaba tiempo para el cumpleaños, pasé por el comedor a buscar el pastel y no la vi por ningún lado, lo cual era genial para mis planes.




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