La vez que hui de ti

Capitulo 1

"El para «siempre» está hecho de «ahoras».
Emily Dickinson.

. . . . .

Entrecruce miradas con él antes de tener oportunidad de ocultarme y sus ojos se abrieron de par en par al reconocerme bajo ese viejo uniforme que debió pertenecer a otra mujer un poco más delgada que yo. Nunca me sentí tan expuesta como en ese momento, cuando sus ojos bajaron lentamente por mi cuerpo y volvieron a mi rostro enrojecido.

Habían pasado cinco años desde la última vez que nos habíamos visto y muy dentro mío tuve la esperanza de que no me reconociera, o quizás sí pero no se acercara a mí por miedo, vergüenza, pudor o respeto.

Ninguno fue el caso. Eliot caminó hacia mí sorteando las mesas de la cafetería y me obligué a apartar la mirada de sus ojos para ver a la mujer a la que le estaba pidiendo la orden.

—¿Entonces, un café con dos muffins y jugo de naranja?—Leí en mi libreta y ella me miró un momento antes de asentir—. ¿Algo más?

Negó y me volteé hacia la cocina.

No estaba huyendo, me dije, estaba trabajando.

Repetí la orden a Cameron, el cuarentón que trabajaba en la cocina con cara de pocos amigos y mucho sudor y luego me volteé dispuesta a atender a otra persona, pero además de las meseras, dos en total, Eliot y la mujer del café no había nadie más.

¡Mierda!

Me volteé para ayudar a Cameron con algo de la cocina, no era habitual pero algunas veces me ofrecía y él simplemente me dejaba compartir espacio con tal de que no estorbe.

—Emily—oí al gerente llamarme desde su oficina a pocos metros y solté una mueca con algo parecido a una grosería antes de mirarlo lanzar muecas al tipo parado del otro lado de la barra.

—¿No puede atenderlo Samanta?

Negó.

—Ella está ocupada con el inventario.

—¿Podemos intercambiar?

Apretó los labios y alzó el mentón en dirección a Eliot.

—Ve.

Suspiré dejando caer los hombros, me volteé y planté una sonrisa de oreja a oreja mientras caminaba hacia el tipo de metro ochenta con saco gris, polera negra y reloj de marca. Lo miré detenidamente.

Los años lo habían favorecido, sus hombros se volvieron anchos y grandes y su mandíbula se afiló con ese aspecto de misterioso modelo.Sus ojos seguían iguales, oscuros, aburridos y rasgados, como un modelo de ropa interior de algún tipo de dorama que observaba todo desde la cúspide de su trono.

—Bienvenido a "La casa de Alicia"—anuncié deteniéndome a su lado sin dejar de mirar mi libreta con anotaciones viejas—, ¿qué te gustaría...?

—¿Qué haces aquí?

Lancé una fugaz mirada en su dirección y encontré sus ojos en mí.

Suspiré.

—Trabajo. Ahora, ¿qué quieres...?

—Sabes que no me refiero a eso.

—No sé a qué te refieres—gruñí en respuesta y volví a mirarlo para dejar en claro que no estaba de ánimos para un interrogatorio. Él me sostuvo la mirada paciente y aburrido y tuve que contenerme de bufar cuando rompí la conexión—. ¿Viniste a pedir algo o solamente fastidiaras?

Se apartó unos pocos centímetros para mirarme con una ceja ligeramente alzada, la comisura de su labio se elevó apenas y giró hacia la cartilla.

—¿Qué me recomiendas?

Lancé una mirada hacia la cafetera y otra a la heladera con los pastelillos.

—El café está recién hecho, pero los pastelillos son de ayer.—Golpeé la lapicera en el anotar y me mordí el labio sin dejar de mirar la puerta de la cocina—. Te recomiendo las donas, esas si son nuevas.

Chasqueó la lengua.

—¿Son ricas?

—Las glaseadas tienen sabor a limón y las de chocolate... a chocolate.

—¿En serio?—Rió.

Lo ignoré.

—Podrías pedir unas de crema con fresa pero se te cobrará un monto extra.

—Bien...—Volvió a mirar la cartilla con seriedad—. Tu hermano está contigo, ¿no es así?

Maneje todo mi cuerpo para que no se tensé, había perdido práctica pero creí hacerlo bien hasta que él me miró.

—No—solté en vano y de nuevo pareció reírse de mí—. No viniste por él…

—En realidad no vine por nadie.—Paseó el dedo por la cartilla—. Vine por un café con una dona glaseada, pero encontrarte fue una sorpresa agradable.

Asentí, anoté y me volteé para volver a la cocina cuando oí la campana encima de la puerta. Me volteé un segundo para mirar al nuevo cliente y vislumbre la niebla que invadía todo el pueblo costero antes de que la puerta se cierre con un clic y Tanner grité:

—¡Nena!

Suspiré y encogí los hombros hacia el gerente y su cara de pocos amigos mientras dejaba el pedido de Eliot con Cameron.

—¡Nena!—repitió Tanner caminando hacia mí—. ¿Por qué no respondes mis llamadas?

Le lancé una mirada molesta.

—Tanner, estoy trabajando, vete.

—Responde—pidió siguiéndome de cerca cuando tomé un plato y fui hacia la heladera para tomar la dona glaseada.

—Emily—advirtió el gerente detrás, pero lo ignoré hablándole a Tanner.

—Dije que estoy trabajando. Vete.

—Emily, nena, habla conmigo—pidió sin oírme realmente. Dejé la dona sobre la mesada y tomé una taza para servir el café casi chocando contra Tanner en el camino. Se apartó a tropezones—. Lo siento.

—Vete.

—¿Por qué no respondes mis llamadas?

—Vete.

Tomé la jarra de café sintiendo una presión irritante en el pecho a la vez que el dolor en la parte posterior de mi cabeza se volvía punzante. Serví la taza volviendo a tropezar con él al voltearme hacia la bandeja y lo vi apartarse.

—Te envié mensajes…

—Vete.

—Emily—repitió el gerente con tono de advertencia y el dolor en mi cabeza se volvió peor mientras dejaba todo cuidadosamente acomodado e iba por la cuchara y el azúcar a la cocina.

Cameron me lanzó una mirada curiosa que también ignoré y al salir me encontré nuevamente con Tanner estorbando mi camino.




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