Salí de mi habitación con el bolso y el móvil en la mano y me acerqué a la tercera puerta del pasillo.
—Eliot—llamé golpeando con los nudillos. Nada—. ¡Eliot!
Volví a golpear con más fuerza y terminé por abrir la puerta con frustración, pero la habitación estaba vacía y desprovista de cualquier signo de él.
Me volteé confundida y caminé hacia la puerta de Gideon. Golpeé dos veces y la puerta se abrió con el rostro adormecido a mi hermano.
—¿Dónde está Eliot?
Se frotó los ojos con una mueca.
—¿Qué?
—Eliot—repetí—. ¿Dónde está Eliot?
Bostezó.
—¿Quién?
Tuve ganas de golpearlo con algo, pero una voz me llamó desde la cocina e hizo que ambos nos volteáramos hacia el tipo parado al final del pasillo con un trapo en las manos y una pequeña bata de cocina que ya no usábamos. O a él al menos le quedaba pequeña.
—Ahí está. —Señaló Gideon bostezando—. Eliot, Emily estaba buscándote. ¿Puedo volver a dormir?
Lo miré molesta pero él me ignoró volteandose cerrando la puerta de una patada.
Suspiré.
—¿Estás listo para irnos?—pregunté a Eliot aún en el pasillo.
—Si, tengo todo empacado—dijo apuntando hacia atrás con el pulgar.
Asentí.
—Okey, vamos. —Caminé hacia él y me detuve a mirarlo cuando no se apartó.
—Hice el desayuno.
Apreté los labios.
—No tengo hambre.
Encogió los hombros y se apartó hacia la cocina.
—Entonces espera que termine mí café.
Lo seguí de cerca, mirando su enorme espalda entrecruzada por el delantal rosa y la entrar en la cocina me sorprendí por el dulce olor a miel y café que invadía la habitación. Todos los sentidos se encendieron por solo inhalar y una lenta sonrisa apareció en mi rostro al sentir también la calidez del horno encendido. La luz del sol se filtraba por la cortina de una pequeña ventana y hacia relucientes patrones en el suelo, no fue necesario encender la luz, todo se veía con claridad. Hasta Eliot parado junto a mesada bebiendo de una taza sin quitar los ojos de mí.
—¿Por qué me miras así?—pregunté fingiendo que los nervios no me revolvían el estómago mientras tomaba una taza para servirme café.
No respondió, solo me miró verter el líquido y apoyarme en la mesada frente a él. No admitirá jamás que el café estaba tan puro como a mí me gustaba, ni que sentí como bajaba caliente por mi garganta y quise sonreír por la sensación que dejaba a su paso. Solamente suspiré profundo, de mucho mejor ánimo, y dejé que mí cuerpo se relaje por completo.
—Hice unos pastelitos—dijo Eliot y al mirarlo me percate del plato cubierto con un paño que la quitarlo dejo cinco pastillas al descubierto.
Me mordí el labio reprimiendo una sonrisa y me acerque a tomar uno.
—¿Tú los hiciste?—Asintió mientras volvía a mi lugar frente a él y dejaba la taza a un lado—. ¿De dónde conseguiste los ingredientes?
Encogió los hombros.
—De aquí.
—¿Aquí hay ingredientes para hacer pastelitos?—Sonreí al pequeño manjar en mis manos, estaba caliente y parecía ser el origen del olor a miel, pero además se sintió esponjoso y húmedo en cuanto le quite la cubierta y di el primer mordisco. El dulzor me lleno la boca y creo un contraste con la amargura del café, haciendo cosas agradables en mi estómago—. Oh, dios santo, Eliot esto es una maravilla... Nosotros compramos la masa para hornear y nunca salió así de delicioso.
Eliot rió.
—Gracias, es... todo un algo.
Lo miré beber café con el rostro lleno de rubor y entrecerré los ojos.
—¿Está envenenado?
Me observó por encima de la taza con diversión.
—Ya casi te lo terminas, ¿qué cambia si te lo digo?
Di el último mordisco y lancé el papel a la basura.
—Tienes un buen punto y por eso me comeré otro.—Me detuve a su lado junto al plato de pastelitos y tomé el que se veía más lleno antes de percatarme de que él olía a perfume nuevo. Lo miré. No, olía a algo más que perfume nuevo, como café, miel y shampoo de naranja.
—¿Por qué me miras así?—preguntó.
—Hueles rico.
Alzó ambas cejas, sorprendido, pero no dijo nada al respecto y yo volví a mi lugar para terminar el segundo pastelito junto con mi taza de café.
—Iré a despertar a Gideon—dijo al cabo de unos minutos de mirarme fijo y ruborizado. Asentí en acuerdo y sonreí cuando salió de la cocina.
Terminé el pastelito junto con el café, dejé la taza en la puerta y cuando me dispuse a tirar el segundo papel a la basura oír el timbre de la puerta principal. Fruncí el ceño y caminé hacia ella mirando la hora en mi móvil e intentando pensar en quien podría ser tan temprano.
Esperé por si era una broma o alguien confundido y al oír de nuevo el llamado abrí la puerta, suspirando con pesadez al ver a Tanner parado del otro lado con los ojos rojos y ojerosos.
—Emily...—soltó al verme y la calidez que instauró el desayuno en mi estómago fue barrida por el desagrado de verlo allí.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabes dónde vivo?
Vacilo.
—Te seguí.
Chasquee la lengua.
—Me dí cuenta de ello, pero quiero saber por qué.
Miró a ambos lados, parecía nervioso y cansado y aún llevaba la ropa que tenía la tarde anterior en el callejón, pero intenté ignorarlo cuando volvió a clavar sus ojos en mí y dio un paso dentro del departamento.
—Quería hablar contigo.
—Tanner...—Me interpuse en su camino para sacarlo, pero él me tomo por los codos y se acercó aún más.
—Emily, te amo.
Solté una mueca de asco por su aliento a alcohol e intenté apartarme.
—Necesito que te vayas.
—Emily, no estás oyendo lo que digo.
—Hablo en serio, mi hermano está durmiendo y...
Apretó los dedos en mis codos y me sacudió.
—Escucha lo que estoy diciendo— protestó y los pastelitos comenzaron a revolverse en mi estómago cuando su rostro estuvo tan cerca que su nariz rozo la mía y su aliento dio de lleno en mi rostro—. Te amo.