La vez que hui de ti

Capitulo 6

La camioneta giró y se detuvo frente a la puerta de la cafetería. Pude sentir el motor detenerse y las puertas abrirse, la briza fría de la tormenta llego hacia mis brazos y al volver al presente vi las gotas de la lluvia golpeando el parabrisas. En algún momento había comenzado la tormenta y los limpiadores iban y venían sobre el vidrio, el viento golpeaba con fuerza la puerta y podía sentirlo colarse por las pequeñas rendijas de la camioneta.

Apenas fui consciente del viaje. ¿Un video mío? No dejaba de repetirme que Tanner no podía hacerme eso, él no era de esos ex novios rencorosos. No, quizás era otra chica parecida a mí.

—Emily...—Lola tocó mi hombro desde atrás y me estremecí por su contacto, apartándome.

Eliot me lanzó una mirada confundida y miró a mi amiga sin comprender.

—Lola—llamó la madre de mi amiga desde el maletero de la camioneta, batallando para sacar sus pertenencias. Alcé los ojos hacia la mujer de cabello negro que me miraba con rechazo y aparté la mirada parpadeando una oleada de lágrimas.

¿Y si era real? ¿Y si Tanner me había grabado y había subido el video? Un sentimiento amargo creció en mi interior junto al miedo. ¿Tendría que abandonar todo de nuevo? ¿Tendría que huir de las personas que pudieran reconocerme? ¿Qué sucedería con Gideon?

—¿Estas bien?—preguntó Eliot con voz baja y lo miré. Temblaba de pies a cabeza y no sabía qué hacer para detenerme. El móvil vibraba sobre mi regazo pero tenía que ignorarlo si quería terminar mi día íntegra. Alzó una mano hacia mí y me aparté, no quería que me tocara o perdería el juicio.

Negué cuando insistió solo con la mirada y salí de la camioneta.

—Emily—llamó Lola cuando estuve fuera, pero le di espalda abrazando el móvil contra mi pecho para protegerlo de la lluvia. Sonaba pero no pensaba responder. No, tenía que hacer algo antes de enfrentarme a lo que podría pasar.

Alcé el mentón y comencé a caminar ignorando los llamados. El abrigo de Eliot comenzaba a enfriarse por la lluvia y mis piernas desnudas temblaban tanto que tuve que quitarme los zapatos para no caer.

Crucé varias calles, no sé cuantas, no las conté, y de repente me encontré frente a la playa, mirando las olas oscuras azotar la costa con tanta fuerza que salpicaba por los aires agua más helada que la lluvia. La nubes más oscuras se asomaban por el horizonte y los rayos comenzaban a turbar la poca poca calma que me quedaba. Giré hacia la izquierda como las otras veces, los dedos de mis manos se sentían entumecidos y me dolían los ojos por parpadear el agua salada, pero no podía detenerme.

El móvil seguía vibrando y sonando y tuve que guardarlo en el bolsillo del abrigo, me inquietaba cada vez que punzaba en mi pecho, creía que era mi corazón a punto de salirse.

Miré hacia el mar una vez y apreté los dientes para no castañear. Caminé varias cuadras con las piernas ardiendo del frío y el dolor, mis pies tan mojados como mi ropa y el rostro me dolía por mantener los dientes apretados.

Me detuve frente a la puerta de metal oxidado con el puño cerrado sobre la correa de mis zapatos. Miré la tabla de timbres con números escritos a mano y botones hasta localizar el de Tanner entre los primeros cinco. Solté una mueca al ver mi dedo alzado, pálido y arrugado, y lo flexioné para que vuelva a su color normal antes de presionar el botón. Una ráfaga helada golpeo mi nuca y me estremecí hundiendo la cabeza entre los hombros y cerrando el abrigo en un intento de mantener el calor.

Esperé que suene la alarma de la puerta para poder a abrirla o que su voz resuene en el altavoz, pero los minutos pasaron y Tanner no respondió. Lo intenté de nuevo, miré la puerta y me estremecí.

Había llegado allí, estaba parada frente a su puerta, muerta de frío y comenzaba a sentir ganar de llorar. Pasaron varios minutos, el móvil sonó, lo ignoré e insistí con el timbre en vano.

Cerré los ojos y apoyé la frente en la consola acercando los labios al micrófono.

—Tanner, por favor...

—¿Emily? —Alcé la cabeza hacia la puerta y miré al hombre de avanzada edad observándome horrorizado—. ¿Qué haces aquí con esta tormenta? ¿Por qué llevas vestido? Dios mío, niña, pescaras una neumonía.

Di un paso hacia él y lo miré suplicante.

—Necesito hablar con Tanner.

Vaciló.

—¿Él sabe que viniste?

—Yo...

Otra ráfaga de frío me hizo hundirme en el abrigo y sus ojos se abrieron alarmados.

—¿Sabes qué? No importa, pasa...

Los ojos se me volvieron a llenar de lagrimas cuando se apartó de la puerta y me dejo espacio para entrar. La puerta se cerró detrás y exhalé cuando el frío dejo de azotar mi cuerpo.

—Gracias...—dije al anciano y me volteé hacia las escaleras temblando de pies a cabeza, abrazada al abrigo empapado y tan pesado que serviría más si me lo quitaba. Pero no hice. Tomé la baranda con la mano entumecida y comencé a subir los escalones de uno en uno, humedeciéndome los labios cuarteados y congelados.

Llegué al pasillo y volví a hundirme en el abrigo cuando vi la ventana al final del pasillo abierta y sentí el frío subir por mis piernas. Caminé hacia su puerta pensando en las veces que fui allí y que él me esperó, o las veces que me quede a dormir con él y desperté entre sus brazos. No, Tanner no podía hacerme eso, no cuando recorrí por años el camino a su departamento, no cuando fuimos al cine tantas veces, no cuando confié en él.

Me detuve frente a su puerta y me tomé un momento para concentrarme en el ruido a mi alrededor. La lluvia de la ventana, mi corazón galopando en mi pecho, la sangre corriendo hacia mi cabeza, los pasos del otro lado de la puerta. Mis manos estaban entumecidas y me dolían las piernas, pero busque valor para sacar mi móvil y mirar los mensajes en la pantalla. Preguntaban por mí, por el video, por la ruptura con Tanner, por mi juicio al dejarme grabar, por lo tonta que fui, por lo zorra que fui, y eso lleno de calor todo mi interior.




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