—Tanner es un idiota, te lo había dicho—escupió Lola frotándose los brazos mientras esperábamos a la coordinadora en la entrada del salón.
Solté una mueca por el frío y la miré molesta.
—También fuiste quién me lo presentó.
—Sí, pero también te dije que era un imbécil. —Sonrió altanera—. Me acerque a tu oído y te dije que no valía más que unos cuantos polvos antes de que tú le pidas salir de manera oficial, ¿lo recuerdas?
Rodé los ojos pero no respondí y saqué el móvil para tener algo que hacer. Era cierto, ella me lo había advertido, pero Tanner fue el primero en mucho tiempo, el primero después de huir, el primero después de Eliot, y una parte de mí sabía que él servía para olvidar esas partes que aún extrañaba de mi hogar. Entré en el chat con Gideon y miré su último mensaje antes de suspirar, debía resolver las cosas con él también. Salí de su chat, busque los contactos y me detuve encima del primero, un simple punto negro que solo tenía permitido usar en emergencias.
Dudé, me volteé para corroborar que nadie me miraba y lo presioné excusándome mientras me apartaba varios metros. Busqué a Eliot el final de la calle, me detuve y apoye el parlante en mi oído.
Dos tonos más y respondieron:
—Hola.
—¿Lo haz visto?—pregunté avergonzada y una risa apareció del otro lado.
—¿Quién no lo hizo? Garganta profunda.
Mi vergüenza aumentó y el rostro se me calentó de solo pensarlo.
—Bórralo—musité—, por favor.
—Bien, por ser el primero te cobro el combo amistad.
Exhalé. No me hacia sentir mejor pero de alguna manera había que solucionarlo y terminé por acceder con un asentimiento.
—Luego te transfiero el dinero. Gracias.
Y dos segundos después la llamada se acabo.
Le envié un mensaje a Gideon que respondió al instante con un simple pulgar arriba y volví junto a Lola esperando que Eliot haya aparecido. Había ido a estacionar la camioneta y estaba ansiosa porqué no nos haya abandonado en un lugar tan alejado. Me sentía mal de manera que no lograba descifrar, mi estómago estaba revuelto y la cabeza me dolía, pero no quería ceder a irme antes de hacer la prueba o sino tendría que volver.
—Lamento mucho hacerlas esperar—dijo la coordinadora de bodas apareciendo por la puerta de salón que parecía un castillo de princesas. Nos sonrió amable, miró la tablet en el pliegue de su brazo y nos indicó que la sigamos al interior.
El salón parecía un templo griego más que una capilla, había enorme columnas de mármol sosteniendo un techo alto y lleno de figuras hermosas y cristales de colores que lanzaban reflejos suaves sobre el suelo blanco y brillante. Por un lado había un ventanal al mar, la única vista linda en ese pueblo repleto de niebla, y por el otro un jardín sacado de Bridgerton en donde cada arbusto tenía una forma geométrica y un color verde brillante antinatural.
Valía lo que cobraban, Lola me había pasado el presupuesto y casi se me salieron los ojos al oírla, pero viendo el lugar mi opinión era diferente.
La coordinadora, una mujer de rostro amable y traje azul llamada Bety, nos guio por todo el lugar explicándonos dónde irían cada cosa, dónde se bailaría el vals, qué tipo de catering servirían y la cantidad de invitados permitida antes de mirar a mi amiga.
—Estamos ultimando los arreglos para las decoraciones. Los vestidos de las Damas de Honor se encuentran listos, solo hace falta una última revisión antes del gran día.
Lola asintió sonriendo con entusiasmo y me tomó del brazo.
—Aquí tengo una, la otra vendrá un poco más tarde.
Bety me observó un momento, su rostro se suavizo ante mi aspecto demacrado, inclinó la cabeza y se volvió hacia mi amiga.
—¿Les recordó que cada una debe venir con una pareja?
—Sí—dijo Lola, se detuvo y me miró parpadeando—. Creó. No lo sé. ¿Te lo dije?
Apreté los labios y asentí tensa.
Lo había olvidado.
—Bien, entonces pasen por aquí—dijo Bety haciendo señas hacia una habitación apartada donde había distintos armarios altos y negros con muchos atuendos en bolsas y perchas acomodados por nombres y número. El miedo subió por mi garganta al ver el espejo con luces alrededor, rodeado por muchos tipos de maquillaje, perfumes y peines.
Retrocedí un paso dubitativa y miré hacia el final del pasillo.
—¿Todo bien?—preguntó Bety desde dentro, con un vestido lila en la manos.
Asentí vacilante, respiré profundo y entré a la habitación.
—Solo... Tengo un poco de sed.
—No hay problema, en un segundo hago que traigan un vaso con agua—dijo Bety amable y nos enseñó el vestido—. Comenzaremos con la última prueba. Dejaré el vestido en el vestidor, allí están los espejos y Mariana vendrá a revisar los ajustes finales, ¿bien?
Ambas, Lola y yo, asentimos mirando como caminaba hacia le vestidor. Colgó el vestido en una esquina encendiendo la luz al voltearse y me sonrió amable antes de dejanos solas.
Me estremecí.
—Oh dios, parecer a punto de vomitar—señaló mi amiga—. ¿Te encuentras bien?
Asentí y caminé hacia el espejo de luces para ver mi reflejo pálido y a punto del colapso. Tomé una servilleta y me limpie el sudor que brotaba de mi rostro antes de lanzarlo a la basura. Cerrar los ojos Quizás no estaba tan bien como aparentaba... Respiré otra vez y al exhalar me volteé hacia el vestidor.
Allí todo era más grande de lo que pensé, casi parecía una habitación con una mesa diminuta a un lado y pantuflas en el suelo junto a la puerta. También vi un espejo alto y sin luces que me hostigo cuando le dí la espalda para quitarme la ropa. El pánico creció pero lo controlé tanto como pude fingiendo que no era yo.
—¿Lola, sigues ahí?—Llamé cuando el silenció del otro lado de la puerta comenzó a incomodarme. Oí sus pasos acercarse, no aguantaría de nuevo su mirada preocupada, exhalé luchando con el sujetador y agudicé el oído para saber dónde estaba.