La vez que hui de ti

Capitulo 9

En cuanto llegamos a la camioneta de Eliot me detuve junto a la puerta y devolví lo poco que conservaba en el estómago. Es decir, nada. La cabeza me daba vueltas, sentía que me podría estallar en cualquier momento, y los ojos me ardían.

Oí pasos y mi mente pensó, me encontraron, pero luego unas manos cálidas se posaron sobre mis hombros y sollocé aliviada y agotada.

—¿Emily, estás bien?

Solté una mueca y sacudí la cabeza.

—Llama a Gideon—pedí con voz quebrada, intentando enderezarme y limpiarme las lágrimas a la vez—. Y llévame a mi casa por favor.

—Bien, ven, sube a la camioneta.—Con suavidad, Eliot me condujo hacia el asiento junto al conductor, abrió la puerta y me sostuvo para entrar. Temblaba de frío, de miedo, de tristeza y de cansancio, las lágrimas no dejaban de caer por mis mejillas y me dolía el cuerpo. Todo el cuerpo. Me senté y lo miré rodear la camioneta hasta sentarse nuevamente a mi lado, encendió la calefacción, me miró y giró la llave, pero en ningún momento dijo nada sino que se dedicó a mirarme preocupado y juguetear con el tablero para que me mi asiento se caliente junto con mis pies.

Cuando llegamos apenas podía moverme, sentía una gran presión en el pecho y, por suerte, las lágrimas se me habían acabado aunque un nudo se alzaba en mi garganta. Eliot apagó el motor y me miró con la arruga en su frente, tomó su móvil y suspiró.

—Gideon dice que llegara pronto. —Asentí en comprensión y me enderece con dolor—. ¿Quieres ayuda?

Me volteé hacia Eliot atento a cada uno de mis movimientos y negué con un dolor profundo en el pecho.

—Estoy bien.

Frunció el ceño.

—No te ves bien.

—Pero lo estoy—insistí poniendo la mano sobre su rodilla para darle alivio. Sus ojos viajaron por todo mi rostro y sus labios no aliviaron la presión que los mantenía en una línea fina, pero no continúo y solamente suspiró.

Bajamos y me sostuvo el bolso hasta llegar al departamento, me entrego las llaves y luego me indicó ir a recostarme mientras él prepara un té para el frío.

Estaba tan agotada que obedecí sin chistar. Me recosté en la cama de mi habitación sin fuerzas para cambiarme y alcé las mantas para cubrirme hasta el mentón.

Esa mujer…

No conocía a esa mujer pero la parecer ella sí a mí. Sus ojos brillaron al verme y reconocerme. Dijo que mi madre tenía un mensaje… Me estremecí. Mi madre ya sabía dónde estaba, sabía cómo me veía. Gideon corría peligro.

Me volteé hacia la puerta esperando verla entrar con su sonrisa falsa y amable y sus ojos oscuros y fríos, sosteniendo en sus manos algún tonto vestido de muñecas…

Ahora era urgente, teníamos que irnos.

Me senté en busca de mi móvil para enviarle un mensaje a Gideon y me levanté al recordar que lo tenía Eliot. Caminé hacia la puerta, la abrí temblando, agudizando el oído por si ella de verdad estaba allí y oí los golpes de los platos y tazas en la cocina. Me arrastré por el pasillo intentando no hacer demasiado ruido y me acerque al sillón donde habíamos dejado las cosas. Tomé las correas del bolso, las levanté y miré la sombra en la puerta de la cocina con el corazón acelerado.

—¿Qué haces?—Preguntó Eliot y yo exhalé al reconocerlo.

—Necesitaba mi móvil.

Asintió intentando ocultar la confusión por verme tan tensa y volvió a mirar algo en la cocina.

—¿Quieres que te lleve el té a la cama? —Asentí—. Ve a recostarte.

Obedecí más tranquila y con el aparato en las manos y al recostarme me cubrí con la intensión de desaparecer bajo de las mantas y el calor. Encendí el móvil para ver los mensajes de Lola asustada por lo que había sucedido y los eliminé sin responder. De todas formas no la volvería a ver. Me dolía pensar que no podía ir a su boda, ella estaba emocionada con la idea de verme allí como su dama de honor y yo acababa de arruinarle la prueba de vestidos con mis mentiras.

Menuda amiga.

Eliot llego unos minutos después con una taza humeante y algunos panes que no me atreví a mirar para contener las náuseas. Se sentó a mi lado entregándome el té con cuidado, tocó mi frente con una mueca y exhaló.

—Tienes fiebre.

Lo miré divertida.

—¿Ahora eres médico?

—No, pero el médico está en camino. —Me tensé con la taza a medio camino y él lo noto porqué agregó—. Gideon lo llamó, dice que es de confianza.

Asentí poco convencida y sorbí el líquido endulzado y suave con calma. Eliot observaba mi habitación con curiosidad, clavando sus ojos en todo menos en mí pero sin dejar de su lugar a mi lado, con la mano a pocos centímetros de mi pierna.

No sabía qué encontré en Tanner para olvidarlo a él, nada se podía comparar con Eliot. Era bueno, atento, siempre se preocupaba y estaba allí cuando lo necesitaba. Él había sido amigo de Gideon desde niños, desde que nuestros padres formaron la alianza por el bien del negocio y tuvimos que vernos casi todos los días. Yo me había enamorado de él algunos años después, cuando me miró se manera diferente y me dijo que era especial. Ese día mi interior estalló en sensaciones como si un volcán explotara en mi estómago. Recordé cada palabra que me dio a partir de ese momento, buscando en él alguna señal de que entienda lo nuestro como yo y se confiese, contuve la respiración cada vez que me miró por más de unos segundos y mi rostro se calentó hasta sentirme sonreír, hasta su sonrisa permaneció en mi memoria durante años.

Pero en el momento en que huí decidí dejar todo eso atrás, hasta Eliot.

Deje la taza sobre la mesa junto a la cama y comencé a quitarme su campera con calma. Él me miró fijo, sus ojos viajaron por mi rostro, mi cuello, mis hombros y se detuvieron en mis brazos con molestia.

Bajé la cabeza hacia los moretones con la forma de las manos de Tanner y volví a colocarme la campera con una mueca.

—¿Podrías no decírselo a Gideon?




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