La vez que hui de ti

Capitulo 10

Desenterré la cabeza de abajo de la almohada cuando oí la puerta principal abrirse y los pasos en el pasillo. Eliot apareció por la puerta con una bolsa de papel en la mano y el rostro brillante, clavó sus ojos en mí y exhaló aliviado.

Lo miré extrañada.

—¿Qué sucedió?

Sacudió la cabeza quitándole importancia y se sentó a mi lado en la cama, tomándome un momento para observar mi rostro y colocar un mechón de cabello detrás de mi oreja.

—¿Cómo te sientes?

Tragué saliva.

—Bien.

Apretó los labios.

—No es cierto.

—Eliot... —Cerré los ojos para no decirle la verdad, que el miedo consumía mis entrañas y quería cubrirme con todas las mantas que tenía para poder llorar.

Su mano rozó mi mejilla y sentí su perfume al instante, apaciguando mis temblores.

—Tranquila, cariño—susurró—, todo saldrá bien.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y no tuve en valor de responder. Eliot se quedó a mi lado hasta que Gideon decidió aparecer con Matilda a su lado, cabizbaja y algo ruborizada. Nos miró, había cautela en los ojos de mi hermano, observó la bolsa en la mano de Eliot y apretó los labios.

—Vamos, Emily—dijo la médica dando un paso hacia mí y tendiéndome la mano—, te acompañaré.

Me senté y miré a Eliot avergonzada, tomé la bolsa de papel de sus manos y me levanté. Gideon me tendió una bata por el frío y seguí a Matilda al baño temblando de nervios.

Seguí las instrucciones de manera automática, me senté en el inodoro, orine la prueba, lloré un poco y luego me abrace por los codos y esperé. No sabía qué haría si daba positivo, no estaba segura de qué demonios debería suceder, pero el corazón en mí garganta decía que nada bueno vendría de esas dos líneas.

Miré el techo con moho, la pared de azulejos azules con flores blancas, los suelos gastados de negro, el toallero que arregle con alambre, una pequeña ventanilla que rompí y Gideon arreglo con cinta, la ducha a medio caer y luego todo se volvió borroso.

Iba a llorar.

No podía ser cierto.

No así.

Oí golpes en la puerta del baño y vi a Matilda revisar la hora en su muñeca con los labios apretados. Miró el test, exhaló y me dijo algo que no comprendí. La miré caminar hacia la puerta y entreabrirla para sacar la cabeza.

Miré el test y me estremecí, sentía náuseas pero no quería decirlo o sería real.

No, no era real.

Oí un tipido y giré la cabeza hacia la médica que cerraba la puerta y tomaba el plástico con una mueca tensa e incómoda. El corazón se me hundió en el pecho. Ella vaciló y miró el resultado. Una lágrima cayó por mí mejillas pero la limpié, no podía dejar de temblar. Matilda suspiró profundamente y se arrodilló frente a mí.

—¿Qué dice?—pregunté con un hilo de voz, y ella vaciló.

—Positivo.

Me estremecí.

—No...

—Emily, escucha, hay opciones y podemos ayudarte—interrumpió apoyando las manos sobre mis hombros para tranquilizarme, pero yo apenas podía oírla por encima del sonido de la sangre subiéndome a la cabeza.

Baje los ojos a mis manos pálidas y temblorosas, tragué el nudo en mí garganta y... Sollocé.

—¿Puedes...?—jadeé aterrada—, ¿Puedes decirles que entren?

—¿Estás segura?

Me abrace el cuerpo y asentí tomando el test para que ella pueda ir a la puerta. Apenas sentía algo que no fuera mi corazón y le frío envolviendo mi estómago, tenía miedo, de repente comenzaba a percibir algo en mí que no debería estar allí, algo que complicaba las cosas y que no estaba segura de cómo asimilar. Algo que nos ponía en peligro a todos.

—¿Qué sucedió?—preguntó Gideon entrando con los hombros tensos y sin mediar palabras le tendí la prueba. Parpadeó ante mi llanto, miró el resultado y palideció sujetándose la cabeza con ambas manos.

—Lo siento—sollocé y no me atreví a mirar a Eliot por la vergüenza que sentía.

—¿Cómo no te cuidaste?—estalló Gideon con el rostro rojo.

Negué.

—Lo hice, te juro que...

—¡No lo hiciste bien!

—Cálmate—le gruño Eliot con una mirada de advertencia y mi hermano lo enfrentó como si yo no estuviera ahí.

—¿Sabes como nos jodió?

—Ella no tiene la culpa.

Me estremecí mirándolos y limpie mis lágrimas con un nudo en la garganta.

—Lo siento mucho—sollocé, pero ambos me ignoraron.

—Claro que tiene la culpa, debería haberse cuidado, ahora todos estamos en peligro. —Gideon me miró iracundo—. Eres consciente de eso, ¿no?

Baje cabeza avergonzada. Él tenía razón, todo era mi culpa.

—Basta—zanjó Eliot de espaldas a mí, evitando que siga avanzando—. Echar culpas no va a resolver nada.

—Tú no hables—le gruñó Gideon—. No sabes el sacrificio que hicimos para que ella tire todo por el caño.

Sollocé.

—Lo siento.

—¿Acaso no es suficiente?—me pregunto con los ojos en mí, y de repente toda su ira aminoró y sus hombros cayeron con decepción—. ¿No es suficiente lo que hago por ti?

Más lágrimas acudieron a mis ojos y las derrame sin falta. Me dolía el pecho, lo veía derrumbarse sabiendo el sacrificio que hizo, que ambos hicimos, y sentía apagarse algo en mí interior.

Sacudí la cabeza y lo vi tragar saliva con dolor.

—¿Entonces por qué lo hiciste?

Guarde silencio. No tenía respuesta, no sabía que decir para calmarlo, para solucionar todo y seguir siendo la pequeña familia feliz que éramos, y él lo comprendió porque dejó de mirarme y se apartó. Miró a Eliot a su lado, suspiró y salió del baño arrastrando los pies.

La médica también lo miró, algo en su rostro parecía querer comprender qué sucedía, se giró hacia mí, abrió la boca y al cerrarla miró a Eliot, apretó los labios y salió detrás de Gideon.

Esperé unos segundos antes de exhalar la tensión y desarmarme en más temblores. Estaba confundida y agotada, la cabeza me daba vueltas y las ganas de llorar, esas que se cerraban en mi garganta con fuerza, apenas eran soportables.




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