La vez que hui de ti

Capítulo 13

Alcé el mentón con el corazón acelerado del miedo y de la sorpresa, me incliné para sostener la falda del vestido y bajé los escalones frente a la entrada de la iglesia. Oí a Eliot llamarme por lo bajo y lo sentí cerca, a mi alrededor, intentó sujetame de la mano y me sacudí sus dedos antes de llegar al último escalón armada de valor y coraje, mirando a la mujer, mi madre, sonreír junto a Gideon.

Dí un paso, luego otro y otro. Los hombres uniformados que los rodeaban se abrieron paso para dejarme pasar y el cuerpo tenso de mi hermano quedo por completo a la vista. Apretaba los puños con fuerza, los labios eran una linea preocupada e irritada y sus ojos fríamente cautos. Él estaba bien, era lo único que me importaba, y en respuesta mi corazón se desaceleró.

Obligué a mis pies a seguir el otro, a avanzar hasta llegar a ellos y me detuve junto a él.

—Hija—susurró mi madre con la dulzura que nunca tuvo, sonriéndome con falso afecto. Incliné la cabeza sin dejar de mirarla y apreté los labios cuando el brillo de sus ojos cambió por algo peligroso que viajo hacia mi hermano—. ¿Gideon, por qué dijiste que Margo no esta contigo si aquí la veo? Tan sana y hermosa como siempre.

Abrí la boca para responder.

—Porqué…

—A ti no te pregunté—gruñó ella con advertencia. Callé con un nudo en la garganta y sentí la tensión de Gideon aumentar cuando ella insistió.

—Porqué…

—¿Qué sucede aquí?—Me volteé hacia la voz que provenía de la iglesia con el corazón nuevamente acelerado y alcé la cabeza para ver entre los hombres uniformados que buscaban dentro de sus sacos y gabardinas—. ¿Oigan, quienes son ustedes? ¿Qué sucede aquí?

Me puse en punta de pie para ver mejor y oí el suspiró de Gideon cuando Lola por fin se hizo presente entre los primeros uniformados con el vestido blanco y el cabello peinado bajo el tul. Se lo quito de un manotazo y dejo al descubierto su ceño fruncido de confusión cuando también me miró entre los uniformados.

—¿Emily? ¿Gideon? ¿Qué sucede?—preguntó intentando llegar en vano porque ninguno de los guardias de mi madre la dejaría avanzar.

No respondí y solo miré a mi hermano impotente, observando a mi madre confundida frente a nosotros. Lola insistió con preguntas, rogaba por dentro que se canse y vuelva a la iglesia, que nos ignoré o dé por sentado que era algo que no le incumbía, pero no lo hizo y eso solo empeoró la curiosidad de mi madre.

—¿Quién es ella?—preguntó inclinando la cabeza con un gesto infantil y al mirarnos ninguno respondió. Sonrió, eso nunca traía nada bueno, alzó la mano y uno de los uniformados tomó a mi amiga por el brazo, acercándola sin delicadeza mientras ella intentaba zafarse.

—Suéltala—ordenó Gideon al fin, con voz fría y amenazante. El hombre miró a mi madre y continuó hasta que mi hermano avanzó hacia ellos, la tomó de la mano y la apartó de él—. No vuelvas a tocarla.

El hombre lo miró con suspicacia y se apartó, volviendo a su posición inicial.

Sentí la tensión del aire cuando Gideon intento no preocuparse por Lola y solo miró a mi madre, pero luego ella lo tomó del brazo con ambas manos, sosteniéndose de él, algo dentro suyo debió romperse porque la miró y toda su frialdad se deshizo.

—¿Esta bien?—le preguntó y eso que en mi interior se tensaba también se quebró. Mi madre la estaba viendo con ese brillo curioso y peligroso, lleno de entretenimiento y algo más, algo que traería problemas.

Lola asintió pálida, me miró y volvió a hablarle a mi hermano.

—¿Qué sucede? ¿Están bien?

Gideón asintió y tragó duro con la mandíbula apretada.

—Debes irte.

—¿Pero qué…?

—Por favor—suplicó él con la mano sobre la de ella y de repente oí los tacones de mi madre y la dulzura en su voz cuando decidió interrumpir.

—Hola, ¿qué tal?—Lola parpadeó mirándola como si no supiera de dónde salió e hizo un paso a un lado para salir de atrás de Gideon, quien intentaba ocultarla tanto como podía de la mujer que se acercaba con la mano tendida. Pero mi madre tomó a Lola sin problemas y la colocó a su lado con gracia, sonriendo amable y gentil—. Me presento, soy Anastasia Torrendo, la madre de Gideon y Margo.

Lola parpadeó sin comprender.

—¿Margo?

—Así es, mi querida hija menor. —Me señaló y de repente los ojos de mi amiga se posaron en mí con extrañeza. La ignoré manteniendo mi gesto frío y observé a mi madre evaluarla con agudeza—. Oh mi santo Dios, usted se ve esplendida en ese maravillosa vestido blanco, cada detalle parece hecho para resaltar la calidez de su rostro.

Las mejillas de mi amiga se volvieron rojas.

—Yo...mh, gracias.

Mi madre desdeño sus palabras con la mano y volvió a tomarla por los brazos con un gesto extraño.

—Eres muy afortunada de casarte, hoy es un día especial…

—¿Ah sí?—Lola busco la mirada de Gideon, incomoda, pero él no respondió sabiendo lo que vendría.

—Si, mi niña querida—continuó mi madre—, hoy mis hijos, mis amados ángeles, volverán a mí y la familia se reunirá como antes.—Miró a Gideon—. ¿Lo recuerdas, querido? Tantos años atrás…

—Madre…—comenzó él pero quedo interrumpido por la mano en alto de ella.

—Es un día muy especial, los extrañe mucho, demasiado. Quiero que vuelvan conmigo, pero tengo un problema, ahora no creó que quieran irse. —Los ojos de la mujer se volvieron rendijas crueles y su sonrisa se oscureció—. Dime, niña, porque no debería quitarte de en medio en este preciso momento.

Gideon hizo ademan de intervenir pero dos guardias lo sostuvieron por los brazos y apenas lo dejaron moverse. Lola intento mirarlo pero mi madre le sostuvo el rostro y la obligo a permanecer de frente, fija en sus ojos claros y vacíos, capaces de presenciar crueldad sin parpadear ni vacilar. Deseaba que Lola hubiera huido en cuando nos vio, antes de conocernos, antes de ser nuestra amiga y darnos un hogar donde vivir y una familia cálida donde aprender y sanar. Deseaba que nunca hubiéramos entrado en ese pueblos y si en el siguiente o en el otro, donde otras personas que no nos importen estuvieran en ese momento frente a mi madre.




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