La vida de al lado

CAPÍTULO 6: «HAY UNA PISTA EN EL MUSEO»

Sabía que en algún momento tendría que regresar al museo, la pista de buscar los originales de cada una de mis vidas solo había hecho que viniera antes de lo que el miedo me hubiera permitido. Contaba con la información de Aset, Amos y Anastasie; sin embargo, el resto de las identidades todavía eran imágenes borrosas. Al segundo día le informé de mi decisión de volver a Joanne y la noticia le tomó por sorpresa; no obstante, me prestó sus mejores ropas y trenzó mi cabello; acepté sin pensarlo cuando se ofreció a acompañarme y practiqué de camino una buena disculpa.

Apreté la mano de Joanne; tuve en el impulso de contarle todo lo que me sucedía desde el robo, mas no encontraba las palabras adecuadas y todo quedaba en un vago intento que no iba más allá de llamarla por su nombre.  

Joanne acomodó el cuello de mi camisa y me dio un repaso de arriba abajo.

—Tal vez ya me despidió.

—Mantente positiva.

Apreté los labios y elevé la mirada hasta la estatua que decoraba el punto más alto del museo. De aspecto antiguo, los muros blancos tenían grabados en oro en el arco de la entrada y los alféizares de las oscuras ventanas.

Al acercarnos el guardia me reconoció y extrañado por mi presencia levantó el cordón para dejarnos pasar. Faltaba una hora para que se abriera el museo al público; si tenía la fortuna de continuar con el trabajo, podría colarme por los pasillos y acercarme a las piezas cuyo contacto estaba prohibido para el resto de la gente. Necesitaba estar a solar con ellas para establecer el contacto.

De camino a la oficina de mi jefe leía los carteles colgantes que indicaban las distintas secciones de lo que se encontraba en exhibición, cada una separada por pilares de mármol. Giramos en la sala de pinturas y agucé la vista por si acaso encontraba el cuadro de Anastasie; había una gran cantidad de preguntas que quería hacerle, y ya que parecía ser la que más se preocupaba al respecto, dado el silencio de los demás, era a quien quería recurrir. Joanne me seguía, pero solo escuchaba el eco de sus pasos. Desde que entramos había guardado silencio y miraba absorta cada obra. Al final del pasillo vislumbré el letrero de «Gerente» y apuré el paso.

Golpeé la puerta con los nudillos y esperé; para mi sorpresa, quien contestó a mi llamado fue el profesor Lois. Joanne, que ya estaba a mi lado, cruzó miradas conmigo y alzó una ceja.

—William, buenos días. 

—Profesor… —La inquietante idea de sentirme perseguida me abrumó un segundo y titubeé antes de continuar—. ¿Qué hace aquí?

Estiré el cuello para ver detrás de Lois la silueta de Connor, con las manos ocupadas por los carteles del evento de la siguiente semana. El profesor se percató de aquello y cubrió la sala con su cuerpo, apoyándose en el marco de la puerta.

—Que sorpresa, vino al museo. —Se fijó luego en Joanne y le correspondió el saludo. Las ojeras bajo sus ojos delataban que había dormido mal y tenía el cabello desaliñado. Se percató de que me había fijado en su aspecto y trató de peinarse con la mano—. Discúlpenme por mi apariencia.

—Me gustaría volver.

Mi jefe era mayor por pocos años, y confiaba en que ello y la amena relación que formamos antes ayudaran a que se apiadara de mí como lo había hecho hasta el momento y siguiera en pie su oferta de regresar. Lois me dirigió una media sonrisa y se irguió para dejarnos pasar; en cuanto Connor se percató de nuestra presencia, soltó lo que sujetaba y me sacó el aire de un abrazo. Se separó de mí y me sujetó de ambos hombros.

Se le veía igual de agotado que Lois. Desde que su tío, el anterior dueño, había enfermado, Connor se encargaba de todo lo relacionado con el museo.

—¡Alice! Qué bueno que estás bien.

—Gracias, Connor. Tuve mucha suerte. —Recogí unos cuantos afiches del suelo y se los entregué—. Joanne me mostró lo de la exhibición.   

—Estamos atrasados con el trabajo. —Dejó los carteles en el escritorio de madera y puso una réplica del busto del emperador Caracalla para evitar que el ventilador del techo los tirara.

—Faltan cinco días. Sé que me llamaste muchas veces para que volviera, pero no me sentía lista en ese momento.

Connor se encogió de hombros.

—Es normal, con todo lo que pasó.

—Pensé que esta podía ser la oportunidad para retomar…

Esperé a que Connor se alegrara. La cansada mueca con la que me respondió me hizo dar un paso atrás.

—Oh. Alice, eso es… maravilloso.

—¿Pero?

—Alguien ocupó el puesto ayer. Fue de improvisto y como no respondías…

Mis rodillas perdieron fuerza y tuve que sujetarme de Joanne. Ella me frotó el brazo y cargó con mi peso. Como pude traté de aclarar la voz; recordé la imagen de Anastasie sufriendo e imaginé a las demás vidas pasar por algo similar: de todos modos ellos eran yo. No quería ocasionarles dolor.

Si era verdad… ¡Oh, en este momento, claro que lo era!, ellos de verdad contaban conmigo.

—Puedo hacer cualquier cosa. —Connor volteó para no verme—. Por favor.

—No sabía que querías trabajar con tanto empeño —susurró Joanne en mi oído.




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