La vida de al lado

CAPÍTULO 7: «HAY UN ACCIDENTE»

Joanne había llamado poco después de que el profesor Lois desapareciera para preguntarme si tardaría en volver a su casa: «¡Sabía que todo iría bien con tu trabajo, chica!»

«Debo solucionar algo primero», respondí sin tener idea de cómo le explicaría a Connor el accidente. Reuní cada figurita y traté de buscar sus restos, pero muchas de las cabezas estaban partidas en pedazos diminutos y jamás quedarían igual.

Uno de los guardas acudió en mi ayuda y entre los dos levantamos el estante de exhibición. El vidrio crujió bajo mis zapatos: de los cristales que protegían los objetos de malas intenciones ya no quedaba nada. Puse a todos los dioses despedazados en una bolsa de tela, procurando empacar cada fragmento con el resto de su deidad correspondiente.

Al terminar, esperé frente a la oficina a que mi jefe apareciera. Connor llegó una hora después, con las manos llenas de más carpetas, como si fuera posible. Me miró extrañado de que continuara dentro del museo; después de todo, me había pedido hacerme cargo de los afiches y de eso pasó alrededor de unas tres horas. Antes de que me saludara, bajó la vista y se percató del paquete al que me aferraba.

—Ya me enteré de todo. Me llamaron apenas pasó.

—Yo… —Mi mano tambaleó mientras me ponía de pie y le entregaba la bolsa. Connor metió la llave y quitó el cerrojo de la puerta de su oficina y después de hacerme pasar, volvió a colocar el seguro.

Se sentó en su puesto detrás del escritorio; no fui capaz de tomar asiento y solo dejé el saco con los dioses en su interior junto a la lámpara que iluminaba el centro espacio de trabajo y retomé distancia entre los dos.

—No te preocupes, sé que no fue tu culpa.

Me mordí el labio. Claro que no lo era, aunque el profesor Lois no podía decir lo mismo al respecto; sin embargo, a pesar de que hubiera alegado que el responsable había sido el cansancio acumulado, tenía un mal presentimiento, sugestionada por la reacción de Alphonse después del estruendo. El frío se coló en la habitación a pesar de no tener aberturas para que entrara y me froté los brazos, sintiéndome observada de pronto.

Eché la cabeza hacia atrás. Nada. Solo estábamos Connor, él, devastado por perder una de las colecciones favoritas del público; y yo, que sabía que el asesino de mis anteriores vidas estuvo cerca de los hechos.

«O en la escena del crimen». El profesor.

Debía organizarme y despejar las ideas. Lois había sido lo más parecido a una figura paterna, si no, al menos una persona de confianza desde que ingresé a la universidad. Me tuvo en cuenta para sus proyectos y permitirme ser alguien por mi cuenta, y hasta que eso pasara, recibía su apoyo para pagar algunas cuentas.

«Pero no sabía que eras… ellos».

Un nudo me apretó el vientre bajo las costillas e intenté encontrar razones que justificaran que él no podría ser nunca el cambia-rostros. No obstante, lo poco que pudiera reunir de las vidas sería lo único que tendría para apoyarme y defenderme de quien ahora seguía el rastro hasta mí.

«La última».

—Desafortunadamente —continuó—, las cámaras dejaron de funcionar minutos antes del accidente y la imagen regresó cuando salías de la sección de vidrio.

No era una experta de la tecnología, pero sabía lo suficiente como para saber que aquello no era normal.

—¿Las manipularon?

Connor se llevó ambas manos juntas bajo el mentón y se echó hacia adelante, con los codos apoyados en el escritorio.

—No estoy seguro. Tardé en bajar porque estaba abajo en Sistemas con el ingeniero. Cree que se debió a una baja de energía en todo el museo, al menos.

—¿Minutos… antes? —pregunté. Connor asintió sin mostrar interés en mis palabras.

Cuando contacté con Alphonse.

—Harán una segunda revisión para ver si podemos rescatar algo. Eso espero… Por el bien de Lois. Hay unos cuantos puntos ciegos, pero se le ve caído junto a la vitrina y después cuando se marcha. Él… ¿te dijo algo?

—Creo que tuvo un síncope.

—Hm. Ya veo. —Connor se dirige a la puerta y la abre para mí, clara señal de que me quiere fuera—. Hablaré con él.  

Aprieto las correas de mi bolso y antes de salir, me despido y le agradezco de nuevo por toda su ayuda. En esta ocasión no me devuelve la sonrisa. Tampoco esperaba que lo hiciera. No sé tampoco por qué le sonreí: no hay nada bueno de momento.

Alphonse me advirtió que el cambia-rostros estaba cerca. Me retiro un poco de Connor: incluso podría ser él; había salido minutos antes de que hablara con La Quinta y el cuento de las cámaras podría ser su coartada.

Fuera como fuera, se trataba de alguien que sabía que necesitaba de ellos para formar una conexión con la primera de mis vidas. Necesitaba a Aset, quien conocía mejor a nuestro asesino, pero ¿qué podía servirme más de ella? ¿Cuál era su original?

Me aterró la idea de haberla perdido junto con todos los dioses de Egipto.  

Nubes de lluvia adornaban el cielo mientras esperaba un auto. Joanne me esperaba en su casa. De camino, no podía conectar siquiera dos pensamientos simples: había una absurda cantidad de información alrededor de mí misma que no terminaba por comprender del todo, pero que de ello dependía mi existencia. Y por si eso no fuera poco, la de ocho personas más que se les arrebató sus vidas. Deseé gritar y esconderme lejos de ellos, pero confiaban en mí. En que les haría justicia. Además, yo tampoco quería morir.    




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.