1
El día anterior había terminado mejor de lo que Víctor esperaba. Conseguir el número de Stephanie había sido algo imprevisto pero, lo tenía y pensó que eso era bueno. Escribía algunas palabras en la laptop observando constantemente el móvil, que se encontraba a unos centímetros alejado de la computadora portátil, tal escena le recordó a una película que había visto donde el chico se encontraba totalmente enamorado y esperaba atentamente una llamada de su novia.
Soltó un suspiro y se reclinó en la silla para observar el techo de la habitación de escritura. Leyó dos veces el capítulo que había escrito anteriormente pero ninguna idea nueva venía a él. Lo único que se encontraba en su cabeza en ese momento era el: Le llamaré, Sr. Stock. De la Srta. Ross. Se levantó del escritorio y tomó las llaves de su automóvil para salir a dar un paseo por la ciudad.
«Puede que un poco de aire fresco influya en mi creatividad.» Pensó él.
2
Las ruedas del Porsche giraban sobre el asfalto y se aparcó en el estacionamiento de un parque. Se encontraba casi vacío y esto le hizo recordar su niñez, cuando los niños salían a los parques a jugar y no se quedaban en casa. Él recordaba jugar a las escondidas con sus amigos, siempre le gustaba buscar.
Buscar… Pensó él. Inmediatamente buscó su móvil y tocó la pantalla donde decía Stephanie Ross, tan sólo pasaron unos cuantos segundos cuando ella contestó.
— ¿Hola? –Respondió ella.
—Hola, Srta. Ross. Espero no molestarla –Comentó Víctor reclinándose sobre su automóvil.
—Eh… -Ella movió algunos papeles y Víctor escuchó como tecleaba en la computadora- Puede que no sea el mejor momento para hablar. ¿Le parece si nos vemos cuándo salga de trabajar?
—Por supuesto, ¿Dónde nos veremos?
—En la cafetería Berma a las cinco de la tarde, ¿Le parece bien?
Él asintió y ella cortó la llamada. La cafetería Berma era un lugar hermoso, su cafetería favorita en toda la ciudad, las frases inspiradoras escritas en las paredes, la atención tan cómoda por parte de las meseras, incluso la casi perfecta elaboración del café a manos de la barista. ¿Por qué no pensé en ese lugar para despertar mi creatividad?
Él tomó su celular, abrió las notas y escribió lo siguiente: Media noche. Hombre joven. Tren subterráneo.
Tres palabras con las cuales él después formaría una escena que había imaginado en ese momento tras ver a un hombre subir del subterráneo con un maletín sostenido por su mano izquierda.
3
La inspiración llega en cualquier momento y todas o al menos la mayoría de las personas saben eso. A Víctor le gustaba pensar que el mundo entero era una biblia y que cada persona era una historia distinta, su historia se centraba en escribir otras, y eso le hacía feliz porque formaría parte del pensamiento de algunos protagonistas de la biblia.
En ese momento se encontraba en la casa de verano de Ryan Salt, quien tenía residencia en Ciudad de Carbas pero de vez en cuando le gustaba visitar el paraíso veraniego que ofrecería el hermoso Puerto Kayna del Estado de Uma. “En Carbas, cada ciudad es un mundo.” Eso era lo que rezaba el lema del país y Ryan pensaba que acertaba en su totalidad.
— ¿Qué quieres? –Espetó Salt a través de su megáfono, sólo el portal negro lo dividía de la parte frontal del Porsche.
Stock hizo sonar el claxon.
— ¡Abre de una maldita vez! –Gritó el sujeto tras el volante.
— ¡Largo de mi propiedad o llamo a la policía!
Ryan Salt caminó a lo largo del portal hasta situarse en la pequeña cabina de mandos donde se encontraba el botón para abrir el portal.
— ¿Por qué no tienes seguridad? –Cuestionó Víctor una vez estacionado su automóvil en el pequeño estacionamiento de Salt, donde apenas cabían tres autos.
Ryan caminó en dirección a él.
—Es un mal gasto de dinero, ¿Quién quisiera robarle a un escritor? –Preguntó dándole la mano en un saludo- Por cierto, ¿A qué has venido? Víctor, tú y yo no somos muy cercanos que digamos. Yo leo tus novelas, tú las mías, somos fans el uno del otro pero trabajamos en ámbitos casi completamente diferentes.
—Es exactamente por eso, Ryan. Últimamente mis historias se tornan sombrías y no es porque yo quiera.
Salt observó la cara de preocupación de Víctor.
— ¡Pero que tenso estás! –Exclamó- te invito un té, pasa.
4
—No me gusta el té –Dijo Víctor una vez colocado en la sala de estar- ¿No tienes café?
—No me gusta el café, tiene un sabor horrible –Comentó Salt con cara de asco.